Sombra camersí

“Bienvenido al abismo”

El aire olía a desinfectante, a muerte disfrazada de limpieza.
La base del Grupo Kurobane, la unidad especial creada por el gobierno para cazar a los Nyxios, estaba enterrada bajo las calles de la ciudad, lejos de los ojos de los civiles. Oscura, silenciosa y perfectamente ordenada. Casi como un ataúd de concreto.

—¿Nombre? —preguntó una mujer con uniforme gris, sin alzar la mirada del computador.

—Kaito Araragi —respondió él, con voz firme, aunque por dentro su corazón latía como un tambor de guerra.

Tenía 17 años, pero sus ojos carmesí ocultos bajo una máscara negra contaban otra historia.
Una historia de experimentos, pérdida… y hambre.

—Eres el único híbrido que ha pasado las pruebas —dijo una voz masculina tras él. Kaito se giró. Un hombre alto, de cabello blanco y mirada penetrante lo observaba. Era el líder del Grupo Kurobane… y el padre de Akari Tsukishima, la chica que Kaito amaba en silencio.

—No te emociones —continuó el hombre—. No eres uno de nosotros. Eres un arma. Y las armas no piensan, obedecen.

Kaito lo miró sin responder. Tenía que tragar su rabia. En ese lugar, un paso en falso significaba la muerte.

—Te asignaremos una misión en solitario esta noche. Hay un Nyxio de clase beta devorando humanos en el Distrito 4. Tráelo vivo si puedes. Si no… —el líder le lanzó una pistola con dardos paralizantes y una daga quirúrgica— …haz lo que sabes hacer.

Kaito asintió. Caminó por el pasillo rumbo al cuarto de equipamiento. En el reflejo de una ventana vio su silueta: chaqueta negra reforzada, vendas en los brazos para ocultar las marcas de los experimentos, y la máscara que le cubría la mitad del rostro.

Una voz sonó a su lado.

—Siempre tan frío…

Era Akari. Cabello azabache, ojos brillantes. Hermosa, letal. Y lo odiaba sin saber quién era realmente.

—¿Otra misión suicida, monstruo? —preguntó con un dejo de sarcasmo.

—Me alegra que te preocupes —dijo él, sonriendo debajo de la máscara.

Akari bufó y se alejó.

Ella no sabía que el chico al que alguna vez le sonrió en la infancia ahora era su enemigo… y su salvador oculto.

Kaito apretó el mango de la daga.

“Si quieren que me vuelva un monstruo, les mostraré lo peor de uno… pero no dejaré de proteger lo que amo.”

Y esa noche, bajo la lluvia, los ojos carmesí de Kaito volverían a brillar…
Para cazar a uno de los suyos.




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