Sombra camersí

“Muéstrame lo que eres…”

—¿Por qué aquí? —preguntó Kaito mientras las puertas del ascensor se cerraban.

—Porque el cuartel es el único lugar donde nadie molesta. Nadie interrumpe. Nadie escucha lo que no debe —dijo Akari sin girarse, sus palabras tan filosas como la katana que llevaba colgada a la espalda.

Llegaron al nivel subterráneo 07, un área reservada solo para el Escuadrón Fénix. Todo estaba envuelto en luces tenues, cristales blindados y sensores de movimiento.

Akari entró a una sala vacía. Cerró la puerta. Nadie más.

Kaito la siguió en silencio, pero con el pulso acelerado.

—¿Me vas a interrogar? —preguntó, cruzándose de brazos.

Akari se volvió hacia él, sus ojos carmesí fijos en los de él.

—No oficialmente… —se acercó a un metro de distancia—. Kaito… quiero ver tu forma.

Él tragó saliva.

—¿Qué?

—Tu forma completa. Como híbrido. —Su voz se suavizó—. ¿Qué escondes? ¿Qué tan lejos puedes llegar antes de perderte?

—No puedo mantenerla más de treinta minutos. Después de eso, pierdo el control… y quizá te haga daño. —Su voz era seria, grave.

Akari no retrocedió. Dio otro paso.

—Confío en ti.

Silencio.

La tensión podía cortarse con una cuchilla.

Kaito miró hacia un lado, apretó los puños… y se rindió.

—Está bien. Pero si pierdo el control… corre.

Su cuerpo comenzó a cambiar.
Los músculos se expandieron.
Su piel se oscureció con venas rojizas que brillaban como lava.
Le surgieron dos cuernos, los ojos carmesí ardían como brasas vivas, su boca tenía colmillos y un aura oscura lo rodeaba.
Una cola delgada y afilada se materializó tras él, vibrando.

Era una criatura. Pero seguía siendo Kaito.

Akari lo miró sin moverse.
Sus mejillas estaban sonrojadas.
Sus labios temblaban, pero no de miedo.

—Eres… increíble.

Kaito apenas podía hablar con la voz deformada:

—¿No te asusto?

Akari negó lentamente.

—No. Me fascinas.

Y entonces, sin decir más, caminó hacia él…
Colocó una mano sobre su pecho mutado. Sentía los latidos acelerados.
Luego otra mano sobre su rostro.

—Eres calor. Poder. Dolor. Belleza salvaje.

Kaito bajó la mirada. Sus garras temblaban.

—Podría matarte en esta forma…

Akari lo abrazó.

—Entonces... moriría sabiendo que amé a algo real. No a una máscara.

Él la sostuvo con cuidado, como si fuera de cristal. Sus colmillos se apretaron. Sus garras también.

Pero no la soltó.

La abrazó como si ese momento fuera todo lo que tenía.

30 minutos. Un alma. Una verdad.

Cuando la transformación terminó, sus rodillas temblaron.
Volvió a ser Kaito.

—¿Ahora sabes lo que soy? —preguntó en voz baja.

Akari le sonrió. Se acercó a su oído y susurró:

—Sí… Y te deseo igual.




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