Capitulo 2: Ecos de guerra

El olor de la sangre aún impregnaba la armadura de Kael cuando cruzó las puertas del bastión de Velkan. Había estado en el frente durante seis meses, combatiendo entre el barro y la nieve, y aunque su espada descansaba en su espalda, su cuerpo seguía en tensión, como si la guerra no hubiera terminado… porque en realidad, no lo había hecho.

El salón del consejo lo recibió con su techo abovedado, frío y solemne. Su padre, el emperador Varek, esperaba de pie junto al mapa de campaña, flanqueado por los generales y nobles más antiguos de la corte. Todos callaron al verlo entrar.

—Príncipe Kael —saludó el emperador sin sonreír—. Has peleado bien. Velkan no olvidará tu valor. Pero la victoria nos costó más de lo que esperábamos.

Kael se quitó el guante de cuero, dejando al descubierto las cicatrices nuevas de su palma.

—¿Qué pasó durante mi ausencia?

—Una oportunidad —respondió el emperador, mientras señalaba con un dedo la frontera entre Velkan e Iridhal—. El Alto Consejo ha forzado una tregua. A cambio de la paz… se firmará una unión real. Tú, con el omega heredero de Iridhal.

El silencio que siguió fue peor que un grito.

Kael lo miró como si no hubiese entendido. Pero lo había hecho. Cada palabra. Cada condena disfrazada de diplomacia.

—¿Quieres que me case con el hijo de quienes quemaron nuestras aldeas? ¿Con sangre de Iridhal en sus venas?

—Quiero que evites otra guerra —replicó el emperador con tono seco—. El imperio necesita estabilidad. Y tú necesitas aprender que la espada no es la única forma de vencer.

Kael giró el rostro hacia la ventana. A lo lejos, el estandarte de Velkan ondeaba con orgullo. Su orgullo. Su historia. Su odio.

—¿Y si me niego?

—Entonces tú serás quien rompa la paz. Y eso, hijo mío, no te lo perdonarán ni los vivos… ni los muertos.

Kael apretó los dientes. No respondió.

Pero en lo más profundo de su pecho, algo más fuerte que la ira comenzaba a despertar. No un presentimiento. No una profecía.

Algo más peligroso.

Una curiosidad.