Las paredes de Iridhal susurraban más de lo que decían.En cada pasillo alfombrado, en cada tapiz bordado con batallas antiguas, había oídos invisibles. El castillo, tan bello en apariencia, era un laberinto de secreto. Y Eryan lo conocía como la palma de su mano.
Aquella tarde, cuando el sol caía oblicuo sobre las torres del este, lo encontro: un mensaje sellado en cera negra bajo el jarrón de mármol en la galería de los espejos. Sin palabras, solo un símbolo: una luna quebrada.
Lo guardo sin reaccionar. Lo leería más tarde. A solas.
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Mientras tanto, Kael recorría los salones del ala sur junto al canciller de Iridhal, un hombre delgado como una daga y con ojos de serpiente. Escuchaba, pero no confiaba. Ni en él, ni en el Rey Aldemar.
—Vuestra Alteza —dijo el canciller con una sonrisa demasiado educada—, el pueblo empieza a murmurar sobre su silencio. Esperan ver una unión fuerte… unida.
Kael clavo la mirada en los jardines.
—El pueblo debería preocuparse por la guerra, no por si dormimos juntos.
--El pueblo teme que su estadía aquí sea solo un disfraz para una futura invasión.
Kael alzó una ceja.
—¿Acaso deberían temerlo?
El canciller no respondió, pero su sonrisa se borró.
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Esa noche, Eryan se escabulló de sus deberes bajo el pretexto de un dolor de cabeza. Vestía de negro, sin joyas, sin escudo familiar. Bajó por un pasaje secreto detrás de la biblioteca antigua, donde las paredes se angostaban y el musgo crecía entre las piedras.
Llegó hasta una cámara olvidada, iluminada solo por la luz de una lámpara de aceite. Allí, lo esperaba una figura encapuchada.
—Has tardado —dijo una voz baja, masculina—. El Consejo de Medianoche empieza a dudar de tu lealtad.
Eryan se mantuvo firme.
—Mi lealtad es con Iridhal. Y por eso me casé con un hombre al que no amo… aún.
—¿Y Kael?
—Desconfía de mí. Es inteligente. Frío. Peligroso.
—Entonces úsalo. Gánate su confianza. El plan debe cumplirse antes del solsticio.
Eryan apretó los puños.
—Y si él no es el monstruo que creíamos… ¿si no merece lo que viene?
Silencio.
—No te pagan para dudar, príncipe.
La figura desapareció por un arco oscuro. Eryan quedó solo, su corazón latiendo con furia. Miró sus propias manos, como si buscara en ellas una respuesta que no hallaba.
No sabía aún de qué lado terminaría estando.
Pero ya era tarde para volver atrás.