En las calles destrozadas de una ciudad devastada por la guerra, el humo se elevaba en espirales grises hacia el cielo nocturno, difuminando las luces de las estrellas. El rugido distante de los aviones de combate resonaba intermitentemente, recordando a los residentes atrapados entre los escombros que la guerra aún no había terminado.
En una esquina sombría, donde los edificios en ruinas se alzaban como monumentos al caos, un grupo de hombres vestidos de negro se movía con precisión militar. Entre ellos destacaba un hombre alto y delgado, con el cabello oscuro peinado hacia atrás en un nudo desordenado. Sus ojos azules, fríos como el hielo, observaban cada movimiento a su alrededor con una intensidad penetrante. Era Vladimir Petrov.
El líder de este grupo de operativos, Petrov caminaba con una determinación que irradiaba autoridad. Sus labios apenas se curvaban en una leve sonrisa, como si supiera algo que los demás no. A su lado, sus hombres se movían con la misma eficiencia, armados hasta los dientes y listos para cualquier contingencia.
—Vamos, tenemos que asegurar el perímetro en cinco minutos —ordenó Petrov en voz baja pero firme. Sus palabras resonaron en el silencio tenso que precedía a cada operación. Los hombres asintieron en silencio y se dispersaron en diferentes direcciones, desapareciendo entre las sombras como fantasmas en la noche.
Caminando con pasos seguros por un callejón estrecho y lleno de escombros, Petrov se detuvo abruptamente cuando escuchó un ruido sordo a su derecha. Instintivamente, desenfundó su pistola y giró, apuntando al intruso potencial. Sin embargo, lo que vio lo tomó por sorpresa.
Un joven soldado enemigo, apenas más que un adolescente, estaba acurrucado contra la pared, temblando de miedo y con los ojos llenos de terror. Aunque la visión del enemigo lo habría llenado de desprecio en otras circunstancias, Petrov vio algo más en esos ojos: vulnerabilidad, la misma vulnerabilidad que él había sentido hace muchos años en otro lugar, en otro tiempo.
—¿Qué estás haciendo aquí, muchacho? —preguntó Petrov, su voz más suave de lo habitual. El soldado no respondió, pero sus ojos imploraban clemencia. Petrov lo observó por un momento más antes de dar un paso atrás y suspirar.
—Vete —dijo Petrov finalmente, apartando la mirada. El joven soldado se levantó con torpeza y corrió calle abajo, desapareciendo en la oscuridad como una sombra fugaz.
Petrov se quedó solo en el callejón, el eco de su decisión resonando en su mente. No era la primera vez que mostraba misericordia, aunque pocos lo sabían. Pero esta guerra no era solo sobre balas y bombas; era sobre decisiones difíciles y el precio de la supervivencia.
Con un gesto rápido, Petrov volvió a enfocarse en la misión. No había lugar para la duda en su mente. Había elegido su camino hace mucho tiempo, y no retrocedería ahora.