Sombra de los sueños

Capítulo 2

Quinn

Odiaba ese momento del día, odiaba sentir que tenía que regresar a ese lugar que jamás había sido mi hogar. Odiaba la angustia que me asfixiaba conforme me acercaba a la puerta blanca, inmaculada. Una broma sarcástica, nada de lo que ocurría tras ella era tan puro como ese pedazo de madera blanco. Mis pies se volvieron de plomo, estaba aterrada, intentaba controlar como cada día mi respiración pero no había caso, lo sabía. No había nada que fuera a evitar el sentimiento que en mi pecho iba creciendo a cada segundo. La ansiedad se había vuelto mi compañera constante. Había hecho todo lo que había podido para invitarla a irse, mientras viviera en esa casa jamás lo haría. 

Contaba los días hasta que pudiera ser independiente, hasta que no dependiera de mi “familia” para tener una vida, ansiaba el día en el que me libraría de esas horribles paredes blancas, de los muebles finos, de la ropa de marca. Nada de lo que me “pertenecía” me había dado la felicidad que sé que merezco, sentía que aún cuando los salones eran espaciosos y llenos de luz estaba dentro de un agujero y que cada dia que pasaba “eso” me hundía más.

“Eso”

No encontraba el valor ni de mencionarlo en mi cabeza, hacía que me sintiera sucia y sin valor. Era un clavo en mi pecho. La raíz de mi mala conducta, de mi ansiedad, de la aprehensión, de mi falta de sociabilidad. No podía confiar en las personas. No importa que tan buenas parecieran ser, nunca lo eran, están llenas de basura por dentro, manipulan y mienten a su conveniencia. Al menos era inocente de no ser como ellos, no hubiera podido con mi poca interacción social. Le tenía pavor a ser uno más, prefería no tener amigos a que me viera obligada por la presión a convertirme en uno de ellos. Menos aún alguien como mi Madre y mi “hermano”.

La basura entre la basura, mentiroso, manipulador. Psicópata. La causa de mi desdicha, mi total desesperación: Caín.

Estaban en la sala y “Eso” estaba pasando otra vez. 

La primera vez estaba frente a ellos viendo como mi supuesto “hermano”, mi supuesto amor, mi primera vez montaba a mi madre justo en la encimera de la cocina. A partir de ese día evitaba con total desesperación comer en la encimera, en el comedor, en la sala. Solo porque mi habitación siempre la cerré con llave me sentía segura y más mientras no me prestaran atención. Que siguieran con lo suyo.

Después de vivir en un mugriento barrio con apenas que comer esa casa se había convertido en un sueño. Me sentí una princesa cuando mi madre se casó con un hombre bastante respetable con algunas empresas de alimentos. Acostumbrada a ver hombre entrar y salir del departamento, ver fluir la droga y el alcohol era un cambio muy bien recibido y cuando conocí a mi hermanastro estaba extasiada.

A los trece años estaba desarrollándome y por supuesto que ya me atraían los chicos aunque jamás me habían prestado atención hasta que pude comer y bañarme todo los días. Mis rasgos que estaban ocultos bajo una capa de mugre y la desnutrición se vieron explotados en apenas unos meses. Me convertí en una adolescente llamativa e inocente, las palabras bonitas endulzaban mis oídos y no había quien lo hiciera mejor que Caín.

Mayor que yo por cuatro años, me dejé envolver en sus artimañas, era halagador que un joven mayor que yo me encontrara atractiva, aunque en un principio me causaba malestar. Al vivir en mi antiguo hogar aprendí a ser invisible la mayor parte del tiempo, no quería que la atención equivocada se centrara en mí, así aprendí a alejarme de los golpes, de la bebida y de los objetos punzocortantes aunque estos últimos llegaron a mi piel muchas veces antes de que me convirtiera en una experta en ser transparente.

A veces no podía dormir por el miedo, no había quien viera por mí. Esas noches me escapa de la habitación y me metía al cuarto de lavado, tan pequeños que no cabía más que un fregadero y debajo el cesto de la ropa sucia que ya desbordaba y siempre lo hizo, era ahí donde podía conciliar el sueño, entre el hedor que me proveía de protección contra el frío, el ruido y la atención indeseable.

Acostumbrada a los malos tratos por parte de los hombres era excitante ser el objeto de aprecio de un hombre tan guapo y de buenas manera. Me habló con dulzura y consideración, cuando mi madre no me prestaba atención era él quien me escuchaba. El hombro sobre el cual lloraba. Creí estar enamorada y a escondidas me convenció para que me entregara a él.

Siempre decía cuánto me quería y no soportaría que lo alejaran de mí, que al no ser de la misma familia sanguínea no importaba si la sociedad nos veía como hermanos. Debí sospechar que algo extraño sucedía, siempre entraba a mi habitación y aún cuando le decía que no quería con palabras dulcificadas me hacía quedar callada mientras el tomaba su placer de mi cuerpo y yo lo dejaba.




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