Carta que nunca te enviaré
A ti,
al único que logró verme sin apartar la mirada.
No sé cómo llegamos aquí. No sé cuándo pasé de jugar con el mundo a sentir que el mundo me jugaba a mí. Quizá fue cuando me di cuenta de que tú y yo éramos demasiado parecidos.
Tú, con tu obsesión por quien no te ama.
Yo, con mi obsesión por ti.
Nos reconocimos en la oscuridad. Lo supe. Lo sentí.
Ambos heridos de raíz, buscando amor donde no lo había, aferrándonos a personas que solo sabían desaparecer.
Ambos rotos de un modo que no se ve a simple vista, pero que sangra todos los días.
Ambos capaces de manipular, de conseguir, de arrastrar a otros a nuestro vacío solo para sentirnos un poco llenos.
Y aún así, contigo, todo era diferente.
Tu presencia… era el oxígeno más puro que me ha tocado respirar. Y, sin embargo, también era el veneno que me estaba matando.
No sabes cuántas veces me he preguntado por qué no puedes amarme como yo te amo.
Y no sabes cuántas veces me he respondido: porque la vida es cruel, porque tú estás ciego, porque yo no soy ella.
Tú la amas a ella como yo te amo a ti: con una devoción que enferma, que arde, que arranca trozos del alma.
Y aún así, te quedaste con ella.
Y yo… me quedé contigo.
No te escribo esta carta para que me ames.
Te la escribo para decirte que sí, que te amo.
Que me duele cada sonrisa tuya que no me pertenece.
Que me duele cada silencio tuyo cuando le hablas a ella con la voz que alguna vez quise para mí.
Que he llorado por ti más veces de las que he respirado.
Y que aún así, volvería a encontrarte en esta vida.
Y en la siguiente.
Porque te amo con la parte más jodida de mí.
Y esa parte… no sabe amar de otra manera.
Solo espero que, si alguna vez te rompen de verdad, pienses en mí.
En lo mucho que te entendí.
En lo mucho que te amé.
Sin que te dieras cuenta.
O tal vez, sabiendo todo… y decidiendo no hacer nada.