La luna llena iluminaba las torres del palacio, proyectando sombras largas y amenazantes sobre los jardines. Sybil se movía con cuidado, asegurándose de que sus pasos no hicieran el más mínimo ruido sobre las antiguas baldosas de mármol. La sensación de que algo estaba terriblemente mal la había arrastrado hasta esa parte olvidada del palacio, un lugar que pocos visitaban y del que casi nadie hablaba.
Los corredores se estrechaban a medida que avanzaba, y un escalofrío recorrió su espalda. El aire estaba cargado, pesado con un aroma metálico que Sybil no podía identificar del todo. Siguió su intuición, dejando que la llevara hacia una puerta de madera envejecida, apenas visible en la penumbra. Algo en su interior le decía que debía abrirla. Con una respiración temblorosa, empujó la puerta, que cedió con un chirrido lastimero. El interior estaba en penumbra, apenas iluminado por la luz que entraba por una pequeña ventana alta. Pero lo que vio hizo que su corazón se detuviera.
En el centro de la sala, un joven yacía en el suelo, su piel pálida cubierta de sangre. Sybil retrocedió instintivamente, ahogando un grito. ¿Quién era ese chico y qué hacía aquí? Pero algo en él le resultaba extrañamente familiar.
Al instante, el joven abrió los ojos, de un color negro profundo que reflejaba una mezcla de dolor y desesperación. No dijo nada, pero Sybil sintió que no podía moverse, como si una fuerza invisible la mantuviera en su lugar. Los segundos se alargaron, y luego, como si un hechizo se hubiera roto, el joven desvió la mirada.
"Vete", murmuró con una voz grave, apenas un susurro. "No deberías estar aquí."
Ella no se lo pensó dos veces. Corrió, sin atreverse a mirar atrás, hasta que sus piernas no pudieron más y su respiración era un eco desesperado en los pasillos vacíos. Pero mientras corría, una única pregunta la perseguía: ¿Quién era él?
Esa misma pregunta la mantuvo despierta el resto de la noche. Y al amanecer, cuando el palacio comenzaba a despertar con la luz del sol, Sybil supo que tenía que volver a ese lugar prohibido. Lo que encontró fue muy diferente de lo que esperaba. La sala estaba impecable, como si nunca hubiera ocurrido nada. Y en el centro, donde antes había yacido un cuerpo ensangrentado, se encontraba ahora un joven de tez cálida y cabello azabache ligeramente ondeado, dormido sobre una cama improvisada. Aun en su sueño, su belleza era innegable, casi etérea. Y en su espalda, visible a través de la fina tela de su camisa, una marca: el emblema de la familia real.
Un hijo de la casa Real.
Dio un paso atrás, conteniendo la respiración. ¿Cómo era posible? Y entonces lo comprendió. Este joven, no podía simplemente ser otro miembro más de la familia real. Era un secreto bien guardado, oculto de la vista de todos, incluso del propio árbol genealógico de la familia real. Un secreto que Sybil había descubierto... y que podría cambiarlo todo.
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Editado: 31.08.2024