"Los Draxil han regresado, y el eco de sus pasos resuena en nuestras pesadillas."
Los Draxil, criaturas reptilianas, conquistaron la Tierra hace dos siglos y fueron derrotados en una guerra brutal. Ahora, están entre nosotros. El mito ha cobrado vida y no se esconden como en las famosas películas; no se disfrazan de hombres, mujeres o ancianos. Ellos están en las calles. Grandes machos reptilianos, con colas, piel verde, ojos dorados y armas tan mortíferas que son capaces de acabar con diez hombres adultos de un solo disparo. Son aterradores y estoy segura de que no dudarán en exterminarnos.
"Maldito mito", pienso por décima vez en la semana. Ya han pasado tres semanas desde que llegaron, y todos estamos en una indefinida cuarentena. No he podido salir de mi apartamento y estoy convencida de que nunca lo haré. Gracias a Dios, el internet todavía funciona, y he podido hacer llamadas con mis padres y hermano; de lo contrario, ya estaría loca.
Cada cuatro horas llega un androide con desayuno, almuerzo y cena, hasta el día siguiente. No sé cómo lo ha logrado nuestro gobierno, pero tenemos las tres comidas diarias, así evitamos salir de la cuarentena. El pequeño androide volador o el androide-perro nos traen la comida en silencio, y esa es la única respuesta clara que tengo, aunque no quiera aceptarla. Todo se está haciendo a espaldas de los Draxil.
Desde el quinto piso, en las oscuras y silenciosas noches, puedo escuchar claramente lo que parecen ser los pasos de esos monstruos afuera de la residencia. Pasan en grandes grupos, inspeccionando. Es una situación aterradora. Cada vez despierto a las dos o tres de la mañana, con esos pasos pesados resonando por todo mi apartamento, y lloro en silencio, tapándome la boca con mi sábana. Odio esto, odio ese maldito mito. El temblor comienza incluso antes de escuchar sus pasos; así de asustada me encuentro en esta situación.
Anoche desperté antes de escucharlos, como si mi cuerpo, después de solo tres semanas, se hubiera programado para responder con miedo. Tiemblo, mis manos sudan, mi garganta se cierra, las lágrimas pulsan en mis ojos y tengo que cubrirme con la sábana, como si ese movimiento me protegiera de ellos. El terror puro me consume cada noche al escucharlos y al saber que mis padres, ya mayores, también están pasando por esto.
El primer día, cuando los Draxil llegaron, entré junto con otras personas a una cafetería y pude escuchar las noticias. Mostraban las naves en el cielo, y la reportera, con voz temblorosa, explicaba lo que estaba ocurriendo, aunque todos lo veíamos sobre nuestras cabezas. Las personas estaban en el suelo, llorando, intentando contactar a sus familiares y, en mi caso, observando en silencio a los demás, en estado de shock. Recuerdo haber estado tan ida que, por un largo momento, dejé de pensar e, incluso, de escuchar; solo podía ver la gran pantalla mostrando esas naves. Reaccioné cuando la pantalla se puso en rojo, mostrando unas palabras y sonando una fuerte alarma de emergencia.
Corrí, tan rápido como pude. Solo pensaba en mi seguridad y, en minutos, llegué a mi residencia y me encerré. Llamé a mi hermano cinco veces antes de que me devolviera la llamada, y a mis padres unas veinte veces. Temblaba de terror al pensar que les había pasado algo. Temía que mi padre, que sufre del corazón, se hubiera puesto mal, y al escucharlo por la llamada, me desmoroné en el suelo y lloré como cuando tenía cinco años y mi hermano me asustaba. Lloré y lloré. En la llamada escuchaba a mi madre llorar, mientras mi padre intentaba consolarla. Sentí un miedo primitivo consumir cada parte de mí al saber que esto solo era el principio.
— Maldito mito.
Faltaban unos minutos para el mediodía y ya estoy lista para recibir al androide. Normalmente, los Draxil no pasaban tan temprano a inspeccionar. De alguna manera, prefieren la noche, lo cual es aún más aterrador. No entran en las casas ni en las residencias, solo patrullan afuera. Eso no significa que sean considerados; una noche escuché cómo se llevaban a rastras a unos jóvenes. Los gritos de esos chicos y los extraños sonidos guturales de los Draxil mientras hablaban son cosas que jamás podré olvidar.
Al escuchar el suave roce en la puerta de entrada, me acerco y me asomo por la rendija. Detrás de la puerta está el pequeño androide volador. Mide unos treinta centímetros de diámetro y me recuerda a un malvavisco flotante. En la parte frontal, una pantalla rectangular ocupa gran parte de su "rostro," mostrando expresiones o información en tonos digitales, como si fuera un rostro virtual. A veces muestra una simple sonrisa o símbolos que indican instrucciones, dependiendo de su función. Abro la puerta con cuidado y recibo la bolsa de comida. En la pantalla aparece la palabra "Recibido" seguida de dos opciones: "Sí" - "No". Selecciono "Sí" y el androide da la vuelta y se va.
Almuerzo con mis pensamientos lejos, concentrada en cualquier cosa menos en la comida. Mastico y trago de forma automática, sin siquiera disfrutar de lo que como. El arroz, el puré de papas y la carne me saben a preocupación y estrés. Hace semanas que solo duermo, bebo agua, como y me baño en modo automático. Termino de almorzar y tiro el plato desechable a la basura.
Mi cuerpo se siente pesado mientras camino, y un leve dolor de cabeza me persigue. Tengo que dejar de llorar y tratar de calmarme, o moriré de estrés antes de que me exterminen. Me siento en el sillón frente a la ventana. La cortina marrón cubre el vidrio, dejando el apartamento en una penumbra constante. Ni por error me atrevo a abrir esa cortina; no quiero ver a los Draxil, y, peor aún, no quiero que ellos me vean a mí.
Extraño muchas cosas de antes de este desastre. Extraño ir al parque que está a solo dos cuadras, extraño inhalar aire fresco, extraño las mañanas en la cafetería con mi café caliente, extraño encontrarme con mis padres y mi hermano, extraño encontrarme con mis amigas, extraño escuchar música mientras limpio... extraño tantas cosas que antes eran cotidianas y ahora solo son recuerdos. "Maldito mito".