Sombras de los Draxil.

Capítulo 3.

"Los sonidos que se escuchan en la oscuridad de la noche pueden ser tan reveladores como los secretos que preferimos olvidar"

Me desperté de golpe, el corazón martilleándome en el pecho. Por un momento, no supe dónde estaba. La penumbra del salón me envolvía, las sombras jugaban en las esquinas mientras la débil luz de la calle se filtraba en tonos pálidos a través de las cortinas. Sentía la cabeza pesada, adormecida por el sueño inquieto y fugaz que había tenido en el sillón.

Entonces lo escuché.

El retumbar suave y calculado de los pasos. Los Draxil, patrullando.

El sonido es tan leve que alguien menos atento podría haberlo pasado por alto, pero yo lo sentía como una amenaza latente. En el silencio de la noche, aquellos pasos se volvieron los latidos de mi miedo, avanzando en una marcha lenta y deliberada por las calles que antes consideraba mi refugio. La noche parecía contener la respiración, inmóvil, como si hasta el viento se resistiera a molestar a los Draxil.

Instintivamente, me abracé a mí misma, intentando calmar el temblor de mis manos. Mi mirada recorrió la habitación buscando algo familiar, algo en lo que concentrarme para apartar mi mente de esos pasos. Pero la quietud solo hacía que cada sonido fuera más intenso, cada eco más oscuro.

Eran las tres de la mañana. La hora maldita, pensé, recordando las viejas historias que mi hermano Benjamín solía contarme de pequeña, para asustarme y luego reír juntos. Ahora, sin embargo, aquellas historias parecían más reales que nunca. Sentía una mezcla de terror y nostalgia en el pecho, recordando lo diferentes que eran esos miedos infantiles de los horrores reales que ahora me rodeaban.

Me levanté con cuidado, tratando de no hacer el menor ruido, y me acerqué a la ventana, aunque el instinto me gritaba que me quedara escondida. Desde la oscuridad de mi apartamento, observé el mundo exterior, el paisaje gris y desolado que parecía congelado en un tiempo que ya no me pertenecía. Allí, en la calle, los Draxil avanzaban como sombras espesas, recorriendo la ciudad que ahora les pertenecía.

Me quedé inmóvil, apenas respirando, observando cómo los Draxil caminaban con una precisión casi militar, con sus cuerpos altos y musculosos envueltos en esos uniformes negros que parecían absorber cualquier luz. Cada paso resonaba en la noche, acompañado de ese zumbido eléctrico leve, un murmullo vibrante que provenía de las armas que llevaban, recordándome a una tormenta contenida, a punto de desatarse.

Noté cómo algunos de ellos llevaban cascos, ocultando sus rostros bajo aquel metal oscuro que reflejaba las pocas luces aún encendidas en la ciudad. Eran especialmente desconcertantes. No podía ver sus ojos, pero sentía que esos cascos apuntaban en mi dirección, como si supieran que estaba allí, espiándolos desde la ventana del quinto piso.

Me obligué a recordar las palabras de mi hermano Benjamín: "Nunca hagas contacto visual, Rhea. Mantente en las sombras y ellos seguirán su camino." Pero era casi imposible no mirarlos. Aquel movimiento preciso y silencioso, aquella calma tensa que cargaban, me llenaba de una mezcla extraña de fascinación y terror.

Desvié la mirada hacia una esquina de la calle, donde las luces habían parpadeado por un instante, y vi una figura más pequeña, encogida en un rincón. Parecía un hombre, refugiado en la oscuridad, con el rostro cubierto de suciedad y el cuerpo temblando de miedo. Sentí una punzada en el pecho al verlo; en otro tiempo, esa calle había sido solo una parte de la ciudad, un lugar donde las personas caminaban sin preocuparse por quién observaba desde las ventanas.

Uno de los Draxil giró la cabeza, captando el movimiento del hombre en el rincón, y se detuvo. Los demás hicieron lo mismo en perfecta sincronía, como si estuvieran conectados por algún vínculo invisible. Contuve la respiración, con las manos apretadas alrededor del borde de la cortina. En aquel silencio, podía oír el pulso desbocado de mi propio corazón, martilleando con un miedo que no lograba contener.

El hombre encogido en la esquina parecía paralizado, incapaz de moverse o incluso de respirar. Los ojos dorados del Draxil, brillantes incluso en la oscuridad, se enfocaron en él como si estuviera decidiendo su destino en ese mismo momento. Cerré los ojos un segundo, incapaz de soportar la tensión.

Cuando volví a abrirlos, el Draxil había girado la cabeza y continuado su camino, como si el hombre en el rincón no hubiera sido digno de su tiempo. Uno a uno, los demás siguieron su ejemplo, marchando por la calle desierta y llevándose consigo aquel zumbido bajo que hizo que mis nervios se aflojaran poco a poco.

Finalmente, cuando el sonido de sus pasos se desvaneció en la distancia, dejé escapar el aire que había estado reteniendo. Sabía que apenas era el comienzo de la noche, y que ellos seguirían patrullando, rondando mis pesadillas y las de todos los que permanecían en sus hogares, cautivos de un miedo que se sentía tan espeso como la oscuridad misma.

Cerré las cortinas con manos temblorosas y me recosté contra la pared, intentando reunir el valor que parecía escurrirse como agua entre mis dedos. Sabía que no podría dormir otra vez, no después de lo que acababa de ver. Los pasos de los Draxil aún retumbaban en mi mente, como un eco persistente, un recordatorio de que la seguridad ya no existía en este mundo, de que cada noche era una batalla por no dejarme llevar por el terror.

En ese instante, el sonido de un mensaje rompió el silencio.

Me sobresalté, el corazón todavía palpitándome en el pecho. Me quedé quieta unos segundos, mirando el teléfono en la penumbra de mi cuarto. El brillo de la pantalla iluminaba apenas mi mano temblorosa mientras extendía los dedos para desbloquearlo.

Era un mensaje de Benjamín, mi hermano.

Benjamín: "¿Estás despierta?"

Solté un suspiro, uno que se llevó consigo algo de mi tensión. Era típico de él escribirme a horas extrañas, especialmente desde que los Draxil llegaron y las noches se volvían interminables para todos. A veces, sus mensajes eran mi único consuelo en medio de esa oscuridad opresiva, una conexión con algo familiar y cálido que aún no se había destruido.




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