Siempre está ahí,
siguiéndome en cada paso.
Es silenciosa,
pero su presencia es retumbante.
La siento respirar en mi nuca,
como un recuerdo que no quiere morir.
A veces, intento escapar de ella,
pero se aferra a mi,
me detiene, me confronta.
La sombra no es mi enemiga,
es un reflejo de los que temo,
de lo que oculto.
Me habla en susurros,
me muestra las partes de mi,
que no quiero ver.
Y aunque su compañía me asusta,
aprendo a caminar con ella,
a entender que no es debilidad,
sino un recordatorio
de que incluso en la oscuridad
hay algo que puedo llamar mío.