Sombras de poder

1

Capítulo 1

La jaula dorada

Abril de 4657, época 4.

19 años de edad.

Magia.

En el reino de Aldoria, la magia fue en tiempos antiguos el alma misma de la existencia. Cuatro deidades majestuosas gobernaron estas tierras, moldeando los elementos y dictando los designios de la vida, la muerte, la belleza y la ira. Su grandeza era reverenciada por toda criatura viviente, eran conocidos como los Cuatro Dioses Ancestrales.

Pero, al desaparecer con un viento que heló la tierra, el mundo entró en guerra, dando inicio a la primera época: la fundación de la magia. Los descendientes de los cuatro dioses heredaron habilidades que solo ellos podían poseer: agua, tierra, aire y fuego.

Con el paso de los siglos, un solo descendiente fue capaz de dominar los cuatro elementos que rodeaban la tierra, capaz de invocar la magia que prescindía dentro de él, convirtiéndose en una figura sagrada en la población, quienes lo veneraban como un dios, aclamado y amado. El aprendiz transmitió sus conocimientos en libros sagrados, que solo las personas con sangre dorada serían capaces de explorar sus páginas e invocar el poder sagrado dentro de ellos.

El aprendiz creó un bosque, donde solo las criaturas mágicas podían vivir en armonía, lejos de la humanidad misma. Él, era el único que podía aventurarse en el bosque mágico que contaba con vida propia.

En la actualidad, la mayoría de las personas han optado por olvidar la magia y la existencia del bosque prohibido, me pregunto si…

—Señorita —escucho una voz suave y melodiosa a mi izquierda, aunque mantengo la mirada fija en ese bosque extraño y maravilloso. La voz se vuelve más insistente, y cuando me giro, noto a mi institutriz, visiblemente molesta —, señorita, debe prestar gran atención a las reglas de etiqueta. Su madre, la duquesa, me ha hablado sobre su falta de interés.

Suspiro con disimulo, pues me resulta arduo concebir el propósito de estas tediosas lecciones. ¿De qué sirve memorizar normas de etiqueta si la vida que me espera no es más que un círculo perpetuo de matrimonios arreglados, hijos concebidos por deber y un final sumido en la monotonía? Mi alma ansía algo distinto, un destino que sea mío, alejado de las expectativas que la nobleza insiste en imponer

La señorita Lyra me mira con curiosidad y resignación mientras baja tres pesados libros al suelo. Me acerco a la ventana, ocultando la gran cicatriz bajo las vendas blancas antes de enfrentarla. Ella se coloca a mi lado, obstruyendo la vista del bosque con su presencia.

Sus cabellos rojos rebeldes se alborotan con la suave brisa matutina.

—¿Por qué siempre mira hacia ese bosque, señorita Wilhelmia? —La voz de Lyra resonó detrás de mí como un eco severo. Me volví despacio, dejando de lado el paisaje que había estado contemplando. Ella se acercó con pasos firmes, bloqueando la ventana con su delgada figura. — Tal vez si dedicara su atención a las lecciones, hallaría en ellas algo útil.

—¿Útil? —repliqué con un deje de sarcasmo—. ¿Acaso será útil aprender a doblar servilletas o fingir sonrisas para agradar a caballeros cuya sola compañía es una carga?

Lyra apretó los labios, pero sus ojos mostraban algo más que irritación: miedo. Se inclinó hacia mí y bajó la voz, como si la propia habitación pudiera delatarla.

—A las damas que no saben su lugar, el hombre les enseña lecciones mucho más severas. Le conviene recordarlo.

—¿Qué tipo de lecciones? —pregunté, arqueando una ceja.

Lyra titubeó, sus manos delgadas temblaron al ajustarse las mangas.

—Sólo recuerde que hay lugares donde las reglas no protegen a nadie. —Su mirada se desvió, por un instante, hacia el bosque prohibido. Pero tan rápido como se quebró, recuperó su compostura y alisó su falda—. Ahora, abra el libro en la página treinta. Ya hemos perdido demasiado tiempo.

Tomé el libro de etiqueta con desdén, pero no dejé de pensar en la tensión en sus palabras y en el fugaz vistazo que había lanzado al bosque.

Me dejo caer en el sillón azul pastel que está detrás de mí. Debe ser maravilloso poder salir sola, sin la necesidad constante de escoltas. Las puertas vuelven a abrirse y me levanto rápidamente, ajustando mi corsé. Pero al ver a Angela, mi criada, vuelvo a dejarme caer.

—¿Qué tal la clase, señorita? —pregunta ella, mientras desvía la mirada hacia el techo, donde dos estructuras color carmesí se entrelazan.

—Aburrida. —respondo. Angela se acuesta a mi lado y entrelaza nuestros dedos, sin dejar de mirar el techo.

Me giro hacia Angela. Ella sube el mandil blanco hasta el cuello, dejando al descubierto el pequeño espacio donde esconde pastelillos que rara vez descubren. Aquel espacio lo cosí cuando tenía seis años, cuando nos aburríamos en la mansión y la única opción de diversión era robar pastelillos de las cocineras y observarlas desde la oscuridad mientras buscaban por toda la mansión.

Ella se levanta con un pequeño salto, dando vueltas por el salón, las manos al techo.

Angela perdió a su familia en un incendio que consumió su pueblo. Padre la acogió con los brazos abiertos y planeaba adoptarla como una Emberstone, pero ella decidió su propio destino, optando por servirnos hasta el día de su muerte. Padre no estaba de acuerdo, pero luego de que un forastero intentara asesinarme a los cinco años, decidió que necesitaba compañía.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.