Sombras de poder

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PARTE 1

EL LLAMADO DE

LAS SOMBRAS

Capítulo 1

La jaula dorada

Año 4657, época 4.

19 años de edad.

El bosque parecía respirar.

Desde la ventana de la sala de estudios, observaba los árboles moverse con un ritmo que no era obra del viento. Había algo en ellos que me llamaba desde el otro lado de los muros que nos separaban.

No podía explicarlo pero, cada vez que permitía que mi mente divagara más allá de los limites impuestos por la nobleza...

—Señorita —una voz suave y melodiosa llegó a mis oídos desde mi izquierda. Mi mirada permanecía fija en aquel bosque extraño y maravilloso y... La voz insistió con más firmeza. Al volverme, encontré a mi institutriz, cuyo semblante revelaba una visible molestia. Un libro de etiqueta permanecía en sus manos. Sus ojos me escudriñaron, exasperados por mi falta de atención.

—¿Sí? —respondí con un deje de impaciencia.

—Señorita, es de vital importancia que preste atención a las normas de etiqueta son esenciales para una dama de su posición. Su madre, la duquesa, me ha expresado su creciente preocupación por su desinterés.

Blah, blah, blah. La voz de Lyra era insoportable.

Suspiré con discreción, pues me resultaba arduo comprender el propósito de estas tediosas lecciones. ¿De qué valía memorizar reglas de etiqueta cuando la vida que me aguardaba no era más que un interminable círculo de matrimonios convenidos, hijos engendrados por obligación y un final sumido en la monotonía? Mi espíritu ansía algo distinto, un destino que me perteneciera, lejos de las expectativas que la nobleza imponía con mano de hierro.

La señorita Lyra me observó con una mezcla de curiosidad y resignación mientras dejaba caer al suelo tres voluminosos libros. Me acerqué más a la ventana —ignorando a Lyra—, rozando con los dedos las vendas blancas que cubrían la cicatriz en mi piel antes de volver mi atención hacia ella. Se situó a mi lado, interrumpiendo la vista del bosque con su presencia.

Los cabellos rojos, rebeldes, se agitaban bajo la suave brisa de la mañana.

—¿Por qué siempre observa ese bosque, señorita Wilhelmia? —inquirió Lyra con una gran preocupación. Avanzó con pasos firmes, cerrando la distancia entre nosotras y bloqueando la ventana con su delgada figura—. Tal vez, si dedicase su atención a las lecciones, encontraría en ellas algo de provecho.

—¿Provecho? —repliqué con sarcasmo—. ¿Acaso habrá utilidad en aprender a doblar servilletas o a fingir sonrisas para agradar a caballeros cuya sola compañía resulta un martirio?

Lyra apretó los labios, pero en sus ojos apareció algo más que irritación: un destello de temor. Se inclinó hacia mí y bajó la voz, como si las paredes mismas pudieran traicionar nuestras palabras.

—A las damas que olvidan su lugar, los hombres les enseñan lecciones mucho más severas. Conviene que no lo olvide.

—¿Qué tipo de lecciones? —Arquee una ceja. Lyra vaciló. Sus manos temblaban mientras ajustaba las mangas de su vestido. Había algo en su mirada, una sombra que hablaba de lecciones que quizás ella misma había aprendido de la manera más cruel.

—Solo recuerde que existen lugares donde las reglas no protegen a nadie —respondió finalmente, desviando la mirada por un breve instante hacia el bosque prohibido. Pero tan rápido como se giró recobró la compostura y alisó su falda—. Ahora, abra el libro en la página treinta. Ya hemos perdido demasiado tiempo.

Tomé el libro de etiqueta con manifiesto desdén, aunque mi mente permanecía atrapada en la tensión de sus palabras y en el furtivo vistazo que había dirigido hacia el bosque.

• ────── ✾ ────── •

Me dejé caer en el sillón de un azul pastel que se encontraba tras de mí. ¡Qué maravilloso debía ser poder vagar en libertad, sin la constante compañía de escoltas! Las puertas se abrieron nuevamente, y me levanté de inmediato, ajustando el corsé con torpeza. Sin embargo, al ver a Ángela, mi doncella, permití que mi cuerpo cayera nuevamente.

—¿Cómo fue la lección, señorita? —inquirió ella, desviando su mirada hacia el techo, donde dos estructuras de un rojo carmesí se entrelazaban elegantemente.

—Tediosa —respondí. Ángela se acomodó a mi lado, entrelazando nuestros dedos sin apartar los ojos del techo.

Volví mi rostro hacia ella. Se subió el mandil blanco por el cuello, revelando un pequeño compartimento donde escondía magdalenas. Lo habíamos cosido juntas cuando éramos niñas, una travesura infantil. Solíamos robarlas de las cocineras y escondernos, solo para disfrutar su desesperación mientras buscaban por toda la mansión.

Ángela se incorporó de un salto, girando por el salón con las manos alzadas en el aire.

Había perdido a su familia en un incendio que arrasó su aldea, cerca de las fronteras con Enaira. Padre la acogió con brazos abiertos y, por un tiempo, planeó adoptarla como una Emberstone. Sin embargo, Ángela, decidió servirnos, jurando permanecer leal hasta el fin de sus días. Padre no estuvo de acuerdo al principio, pero tras un intento de asesinato en mi contra, ocurrido cuando apenas tenía tres años, accedió. Tal vez pensó que mi soledad sería menos peligrosa con ella a mi lado.

La cicatriz que recorre mi brazo, grotesca y retorcida, despierta bajo el resplandor de la luna llena. En esas noches, se abre y arde. Me esta prohibido ver de cerca la cicatriz, pues madre dice que si lo hago me cortaran la cabeza. Padre insiste en que la oculte. Teme que los nobles murmuren, que los rumores se conviertan en juicios y que yo termine en la horca...

La marca era razón suficiente para mantenerme encerrada en la mansión. Pero todo cambió hace dos meses. Un espía del reino enemigo logró infiltrarse en nuestras tierras y, peor aún, en nuestro hogar. Fue la primera vez que vi a Madre sangrar. Aunque mis raspones sanaron rápido, las de padre no lo hicieron. El hombre frío y distante que conocía se volvió alguien extraño. Me obligó a entrenar noche tras noche hasta que dominé la espada.




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