Sombras de poder

6

Capítulo 6

El rey

La caminata fue lenta, interminable hacia un destino que me aterraba enfrentar.

El pasillo estaba envuelto en penumbras. Los candelabros apenas iluminaban el mármol brillante, y el aire parecía pesado, cargado de un silencio que oprimía el pecho. Cada paso que daba hacia el cuarto del rey me costaba más. El guardia real que me guiaba no mostró compasión alguna, su agarre en mi brazo era firme, casi brutal, como si quisiera recordarme que no tenía escapatoria.

Las sombras danzaban en las paredes con cada llama vacilante, y mis piernas temblaba. El miedo que se retorcía en mi interior. Intenté controlar mi respiración, mantenerla lenta, constante, pero con cada paso hacia ese lugar sentía que me arrancaban algo más que la dignidad: mi alma misma parecía deshacerse.

Al girar el recodo del pasillo, mi corazón dio un vuelco. Allí estaba él. El mestizo.

Su figura surgió de las sombras como una aparición, el uniforme desarreglado, el cabello oscuro cayendo sobre su frente, y esos ojos que ardían al encontrarse con los míos.

—¿Wilhelmia? —Su voz, apenas un susurro, resonó en el pasillo vacío. El guardia me sujetó con más fuerza, sus dedos clavándose en mi brazo.

—Camina.

—¿A dónde la llevas? —El mestizo dio un paso adelante, su mano descansando sobre la empuñadura de su espada. La tensión en el aire era tan densa que casi podía tocarla.

—Esto no es asunto tuyo, mestizo. —El guardia me empujó hacia adelante con brusquedad, haciéndome tropezar.

El choque del metal cortó el aire cuando el mestizo desenvainó su espada. El guardia me empujó a un lado, y mi espalda golpeó contra la pared fría mientras él bloqueaba el primer embiste. Las hojas se encontraron con un chirrido que me heló la sangre.

La espada del mestizo silbaba en el aire, buscando una apertura, mientras el guardia respondía con brutalidad. Los golpes resonaban en las paredes como truenos, y las sombras se reflejaban, grotescas y enormes, sobre el mármol.

Vi el brillo en los ojos del guardia antes de que sucediera. Su muñeca giró con la precisión de un cazador, y el metal cantó en el aire. El mestizo tropezó, solo un instante, pero fue suficiente. La hoja del guardia encontró su camino hacia su garganta.

No pensé. Mi cuerpo se movió solo, lanzándome entre ellos como una hoja llevada por el viento. El aire se congeló a mi alrededor, y por un momento, todo quedó en silencio.

—¡Alto! —grité, interponiéndome. El aire silbó cuando la espada se detuvo a un suspiro de mi rostro.

—Apártese —gruñó el guardia, sus ojos brillando con furia—. O lo lamentará tanto como él.

La hoja se movió, rozando mi mejilla. Sentí el ardor del corte y algo cálido deslizándose por mi piel. Las manos del mestizo me sujetaron por los hombros, intentando apartarme.

—No sea tonta. —susurró contra mi oído, su voz temblando.

La rabia explotó en mi pecho. Me giré con toda la fuerza que pude reunir y mi puño encontró la mandíbula del guardia. El impacto resonó en mis nudillos mientras él trastabillaba hacia atrás. Agarré la mano del mestizo.

—¡Vámonos! —tiré de él, pero sus pies parecían clavados al suelo—. ¿Qué espera?

El guardia se levantó del suelo con un gruñido, sangre goteando de su labio partido. La furia en sus ojos brilló cuando levantó su espada nuevamente.

—Vas a pagar por esto, mestizo —escupió, limpiándose la sangre con el dorso de la mano—. Te veré en la horca por interferir con un guardia real.

Darian dio un paso atrás, su espada temblando visiblemente.

—Yo... no puedo —susurró, su voz quebrándose—. Si escapamos ahora...

—¿No puede? —la incredulidad ardía en mi garganta mientras el guardia avanzaba hacia nosotros—. ¿Después de todas sus promesas?

Sus ojos encontraron los míos, y por primera vez vi lo que realmente era: miedo puro y simple. Todo su valor, toda su arrogancia, se desvanecía como humo.

—Wilhelmina, por favor entienda... —suplicó, soltando mi mano como si quemara—. No es tan simple. Yo... —tragó saliva, retrocediendo otro paso—. Mi nombre es Darian —murmuró entonces, como si esa confesión pudiera salvarlo—. Y lo siento. Lo siento tanto...

El guardia soltó una carcajada cruel mientras me agarraba del brazo con brutalidad.

—Mírate, mestizo —se burló—. Tan valiente, pero cuando llega el momento... —sacudió la cabeza con desprecio—. Eres igual que todos los de tu clase de sangre impura. Basura cobarde.

Y esta vez no hubo resistencia. No apareció el héroe de sus notas, ni el guerrero de sus promesas. Solo quedó un hombre temblando en las sombras, su espada casi cayéndose de sus manos temblorosas.

—Esto será reportado —gruñó el guardia—. Y tú, mestizo, agradece que no te arresto ahora mismo. Aunque quizá la muerte sería mejor que vivir con esta vergüenza.

—¡No la lastimes! —gritó Darian desde la oscuridad, su voz una súplica patética que rebotó en las paredes—. Por favor...

—¡No se quede ahí! ¡Ayúdeme! —grité mientras me arrastraban, las lágrimas de rabia quemando mis ojos—. ¡Madre, madre! ¡Padre... quien sea!

Lo vi encogerse ante mis palabras, sus hombros hundiéndose bajo el peso de su propia cobardía. Sus labios se movieron, formando otra disculpa que no quise escuchar. No luchó, no intentó seguirnos. Se quedó ahí, hundiéndose en las sombras, mientras yo era arrastrada por el pasillo.

—¡Cobarde! —le grité mientras el guardia me arrastraba. La rabia creciente ardió en mi pecho—. ¡Eres un cobarde! ¡Cobarde!

Darian retrocedió, hundiéndose en las sombras del pasillo. No intentó seguirnos, no intentó luchar de nuevo. Simplemente... se fue. Me dejó sola.

Lo último que vi antes de que las sombras lo engulleran fue el temblor en sus manos y la vergüenza en sus ojos. El hombre que me había jurado protección con palabras ardientes, ahora me abandonaba a mi suerte.

Las cenizas de sus notas en mi chimenea ahora parecían una premonición de lo que siempre fue: palabras vacías de un hombre que no podía respaldarlas con acciones.




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