Sombras de poder

7

Capítulo 7

Catarsis.

Los días siguientes transcurrieron dolorosamente lentos. No sabía si era de día o de noche. El tiempo había perdido significado. Podía imaginar la luz filtrándose entre las cortinas, pero no tenía fuerza para comprobarlo. Me quedaba ahí, inmóvil, sintiendo cómo cada respiración quemaba en mi pecho, cada intento de moverme era un esfuerzo que no llevaba a nada.

El techo de mi habitación era un vacío, un lugar donde el silencio se extendía como una grieta que no dejaba de crecer. No había lágrimas. Mi cuerpo estaba seco, incapaz de expresar el dolor que me consumía. Quería llorar, pero incluso eso me parecía una hazaña inalcanzable.

Las noches eran lo mismo que los días: interminables. Lo único que interrumpía el abismo eran los pasos de Angela, siempre presentes al otro lado de la puerta. Caminaba por el pasillo con una constancia que se sentía como una súplica. Escuchaba el leve sonido de un plato al ser dejado junto a la puerta. No hacía falta mirarlo para saber que no lo tocaría.

A veces, se detenía frente a la puerta. Lo sabía porque el silencio era más pesado, porque podía sentir su respiración al otro lado, tímida y vacilante. Pero no llamaba, no hablaba. Sabía que no obtendría respuesta.

Yo no quería que la obtuviera.

Esa noche, su presencia fue reemplazada por otra. Los pasos eran diferentes, familiares de una forma que no deseaba. Madre. Su caminar siempre había tenido una firmeza que intimidaba, una fuerza que no dejaba dudas. Pero esta vez, sus tacones golpeaban el suelo con una vacilación que nunca había conocido en ella. Se detuvo frente a la puerta. Pude imaginarla ahí, con las manos temblorosas sobre la madera, pero no me giré. Ni siquiera parpadeé.

—Mina… ábreme, por favor. —Su voz era suave, más de lo que había oído jamás. No era una orden, no esta vez. El silencio la siguió, pero no me moví. No respondí. Cerré los ojos con fuerza, como si al hacerlo pudiera bloquearla, como si pudiera fingir que no estaba allí—. Déjame entrar. No tienes que decir nada. Solo quiero verte. —Ahora había un temblor en su tono, un quiebre que me provocó un nudo en la garganta. Pero, aun así, no abrí los ojos.

Me giré hacia la pared, dejando que las sombras me envolvieran. Su rostro apareció en mi mente, ese mismo rostro que había evitado mirar cuando me llevaron a la habitación del rey. Esa expresión que no decía nada, que no hizo nada. Era la misma ahora, lo sabía. Y no quería verla.

—Por favor… solo déjame ayudarte. —El llanto comenzó a teñir sus palabras, pero no lo suficiente para conmoverme. No tenía espacio para ella, no cuando ni siquiera había espacio para mí.

Si la dejaba entrar, tendría que enfrentarla. Tendría que escuchar sus disculpas, tendría que ver la culpa en sus ojos. Y no podía soportar eso. Porque sus disculpas no significaban nada. Porque su culpa no me devolvía nada. Y porque verla llorar no me haría sentir menos sola.

El tiempo pasó, pero su sombra seguía allí, pesada, inamovible. Al final, su voz se apagó, un susurro ahogado que se desvaneció en el pasillo. Sus pasos, lentos, se alejaron, como si temiera dejarme sola, pero sin poder quedarse más. No me moví. No abrí la puerta. No tenía la fuerza para hacerlo.

Y mientras me quedaba ahí, inmóvil, mirando la pared que no ofrecía respuestas, me hice una pregunta que no sabía si quería responder. ¿Cómo estaba padre? ¿Él también estaba tan destruido como yo? ¿O acaso la culpa no lo alcanzaba?

Pero las respuestas no importaban. Nada importaba. Nadie podía cambiar lo que había pasado.

El cuarto día llegó, y sentí que algo dentro de mí se desmoronaba aún más. Era como si los últimos restos de lo que alguna vez fui se rindieran, cayendo bajo el peso insoportable de aquello que no podía olvidar. Lo que quedaba de mí no era más que una sombra vacía, respirando por inercia, con los ojos abiertos sin propósito. El tiempo no existía; las horas no eran más que una extensión de la oscuridad que me rodeaba.

Cada vez que cerraba los ojos, su rostro regresaba, implacable, cruel, clavándose en mi mente con una precisión que me dejaba sin aliento. La sonrisa torcida que curvaba sus labios, la mirada cargada de desprecio, eran cicatrices invisibles que se extendían más allá de mi piel, incrustándose en lo más profundo de mi ser. Su risa serpenteaba en mi cabeza, burlándose de mí incluso en el silencio. Era un eco que se alzaba con más fuerza cuanto más intentaba ignorarlo, un látigo invisible que me despojaba de todo control.

Presionaba las palmas contra mis oídos, con fuerza, tan fuerte que las uñas se clavaban en mis sienes, deseando con cada fibra de mi cuerpo arrancarlo de mi mente. Pero incluso entonces, no desaparecía. Seguía ahí. Siempre estaba ahí.

Un susurro rozó mi oído, y de inmediato mi cuerpo se tensó, cada músculo rígido como si fuera él, como si su presencia estuviera allí, reclamándome otra vez como algo suyo. El asco me envolvió con la violencia de una ola, un repudio tan visceral que mi estómago se contrajo. Sentía el peso de sus manos recorriéndome otra vez, ásperas, voraces, dejando una huella que no podía borrar. Cada lugar donde sus dedos habían estado ardía, una marca invisible que me quemaba desde adentro.

El recuerdo de su aliento, cálido y agrio, en mi oreja, me golpeó como una bofetada. Mi garganta se cerró, y sin darme cuenta, ya estaba de rodillas, un espasmo me sacudió mientras todo en mi interior se revolvía. Vomité con fuerza, una convulsión violenta que arrancó lo poco que quedaba en mi estómago, hasta que no salió nada más que bilis.

El ardor en mi garganta se extendió hasta mi nariz, y la fuerza del vómito hizo que mis ojos se nublaran. Mis manos temblorosas buscaron apoyo en el suelo, pero incluso eso era insuficiente.

Había vomitado tantas veces en esos días que el mareo era constante, y mi vista se desdibujaba con frecuencia. No podía mirar nada sin que todo se moviera, como si el mundo mismo estuviera tan trastornado como yo. Mi piel estaba pegajosa, mi cabello húmedo y desordenado, pero no me importaba. No podía siquiera encontrar la fuerza para limpiarme, para levantarme.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.