Sombras de poder

12

PARTE DOS

LA MARCA DE LOS DIOSES.

Capítulo 12

La dama del veneno.

El cielo se aclaró con un último suspiro, como si la tormenta que había desatado mi furia finalmente se disipara. Mi respiración entrecortada formaba pequeñas nubes en el aire frío mientras contemplaba lo que quedaba de la corte.

Lo nobles se arrastraban por el suelo como las sucias ratas que eran, sus finos trajes manchados de sangre y barro. El asco me revolvió el estómago al ver sus rostros desfigurados por el miedo, tan diferentes de las máscaras de superioridad que solían portar.

Una parte de mí, una oscura y repulsiva disfrutaba ese sufrimiento.

Sentí un tirón. Angela se postraba ante mí, sus dedos se cerraron alrededor de mi muñeca. Me levanto del suelo con suavidad y rodeó mi cuerpo con su brazo. Una leve punzada de dolor me atravesó las costillas. A unos pasos, Mylon luchaba por cargar a Darian en su espalda. Su cabeza se mecía sobre su hombro, y un hilo de sangre goteaba desde su sien hasta el suelo de madera.

Un montón de pasos acelerados nos alertaron y giramos hacía la entrada del palacio donde las grandes puertas de madera pulida se abrían dando paso a guardias reales. El metal de sus espadas brillaba bajo la luz mortecina mientras algunos corrían hacía nosotros y otros se detenían junto a sus compañeros caídos. Sus gritos resoban en un eco que me provoco escalofríos. Aquel remolino había arrancado cabezas y partido cuerpos en dos.

—¡Rápido, señorita! ¡Los guardias! —el grito de Mylon atravesó el aire cuando cuatro guardias altos y robustos treparon los escalones de la hoguera como una bestia hambrienta. Angela se movió antes que yo, sus manos arrancando la espada del cinto de Mylon en un movimiento que habíamos practicado miles de veces en secreto.

—¡Apártate, sirvienta, o te atravesaré como la escoria que eres! —el guardia escupió las palabras mientras desenvainaba. El metal brilló con sed de sangre.

—¡Al pueblo! —Angela plantó los pies en el suelo, su espalda recta como un muro entre nosotros y el peligro—. ¡VETE!

Alcé la mano, intentando tocarla una última vez, pero Mylon me arrancó de allí, arrastrándome hacia el otro lado de la hoguera. Mis dedos encontraron el lugar detrás de mi oreja derecha, nuestro secreto desde niñas: estoy bien, eso significaba A través de un montón de guardias reales, vi a Angela hacer lo mismo, y ese gesto me dio fuerzas para seguir corriendo.

El horror me golpeó como un puño en el estómago cuando llegamos abajo. Una noble, estaba partida en dos como una muñeca rota, sus entrañas eran el festín de cuervos hambrientos. La bilis me subió a la garganta mientras retrocedía, pero el olor metálico de la sangre me perseguía. Los bordes de mi vestido se empaparon de rojo mientras Mylon me obligaba a rodear el cadáver.

Mis piernas traicionaron cada intento de huida, el vestido se convirtió en una prisión de tela que me hizo caer de bruces en la tierra. Todo mi cuerpo temblaba y clamaba por descanso, como si la muerte que nos rodeaba hubiera drenado hasta la última gota de mi fuerza. Mylon regreso por mí cuando se dio cuenta que estaba solo.

En cuanto se percató del problema sus manos me arrancaron la daga del muslo para destrozar la tela que me aprisionaba. Mis piernas quedaron expuestas, un mapa de rasguños y sangre seca, los zapatos de tacón estaban enterrados en el barro como lápidas diminutas.

—Arriba, mi señora. Esto no ha terminado. —La voz de Mylon temblaba mientras me tendía su mano, y fue entonces cuando escuche una voz familiar.

Angela corría hacia nosotros, una mano presionada contra su costado, donde la tela oscura se volvía más oscura aún. Su respiración era un silbido entrecortado, pero sus ojos ardían con una determinación salvaje.

—¡Muévanse! —rugió, la espada temblando en su mano ensangrentada. Cuando vio mi mirada fija en su herida, apuntó hacia el bosque que llevaba al pueblo—. ¡Arriba! ¡No hay tiempo para lágrimas!

Me rodeó con un brazo, y el bosque nos tragó. Los guardias nos cazaban, sus gritos eran los aullidos de bestias sedientas. Mi nombre en sus labios se transformaba en una sentencia maldita. Angela destrozó más mi vestido, cubriendo nuestros rostros como en aquellas noches de escape, cuando el terciopelo negro me convertía en sombras. Dejamos un rastro de joyas y sangre al otro lado del bosque mientras huíamos.

El pueblo nos recibió con miradas aterradas y curiosas: un guardia cargando a un hombre que sangraba sobre las piedras del camino, una sirvienta empuñando una espada ensangrentada mientras sostenía a una noble con el vestido hecho jirones y el cabello como un nido de cuervos.

—¿Hacia dónde, mi señora? —la voz de Mylon sonaba hueca al dirigirse a Angela.

—Con la dama del veneno. —Mylon se detuvo en seco, el horror pintado en su rostro.

—Los barrios bajos nos matarán antes de llegar. ¡No podemos ir a ese lugar!

—¿La dama del veneno? —Las palabras salieron de mi boca antes de poder detenerlas—, ¿Quién es ella?

—Una mujer acusada de brujería que lleva años burlando a la muerte, es una… —comenzó Mylon, pero la espada de Angela encontró su garganta antes de que pudiera continuar.

—Una vieja amiga —cortó Angela, y en sus ojos vi a una extraña, alguien que había estado escondida bajo la piel de mi dulce doncella durante años—. Cierra la boca y obedece, guardia, o tu familia aparecerá flotando en el río.

—Angela... —Di un paso hacia ella, pero su mano me golpeó y caí de bruces en el suelo. Cuando nuestras miradas se encontraron, vi un destello de la Angela que conocía a través la máscara de esta nueva mujer. Sus ojos se suavizaron por un instante: lo siento. Parecía decir.

—Vamos. —La orden fue suave, pero final, la espada abandonando el cuello de Mylon como una caricia mortal.




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