Sombras de poder

13

Capítulo 13

Desde las ruinas

Darian

Todo se sentía tan fuera de sí. Como un sueño febril.

La primera sensación fue un ardor punzante en el pecho, como si cada respiración fuera un castigo. Luego vino el olor: humedad, hierbas, sangre seca. Y finalmente, un murmullo lejano.

Abrí los ojos, pero la luz tenue de velas me hizo cerrarlos de nuevo. Todo estaba tan borroso, sin color; sin embargo, mi instinto fue claro: estaba vivo. Apenas.

Había una pared fría y de piedra sobre mí... ¿Qué estoy haciendo aquí?

Los recuerdos volvieron como puñaladas: los guardias reales arrastrándome fuera de la unidad del duque, el viaje interminable hasta el reino, encadenado, el rey... sus palabras envenenadas sobre mi señora.

No permití que esa sucia lengua manchara su nombre. Luché como debí haberlo hecho antes, y por un momento, vi el miedo en sus ojos mientras la sangre brotaba de sus labios. Así debió terminar todo: mi cuerpo pudriéndose bajo tierra. Pero ella me salvó, y eso me convertía en el peor de los cobardes.

Intenté moverme.

Encontré vendas que tiraban de mi piel y cada músculo protestaba, pero el dolor era diferente ahora. Más sordo, más distante. Las heridas de los latigazos ardían un poco menos.

—Despertó.

La voz me erizó la piel. Era un enigma. Un susurro de seda que se deslizaba por cada rincón, acariciando mis sentidos con una delicadeza casi hipnótica, lo supe de inmediato. Era una dama. Pero había algo extraño en su tono, una profundidad inusual, casi grave, que vibraba tal a una cuerda tensa al borde de romperse. Los navegantes del puerto habían relatado una voz extraña que los hipnotizaba en el mar, una voz que ofrecía calma y destrucción en partes iguales. Una melodía que transformaba la voluntad en humo y helaba los huesos como el vil infierno.

Un acto de redención que me obligaba a bajar la cabeza y entregar mi vida.

Apreté los puños hasta que dolieron, y entonces, me liberé. Mi cabeza se alzó buscando en la penumbra la responsable y encontré una figura alta envuelta en sombras, con una máscara oscura decorada con trazos dorados que brillaban bajo la luz de las velas.

—¿Cómo se siente ser arrancado de las garras de la muerte, capitán? —habló de nuevo y mi mirada bajó una vez más.

Mi cuerpo temblaba, incapaz de hacer algo, hacerle frente a ese ser. Con la garganta seca, las palabras se atrapaban detrás de un nudo que apretaba, encerrándome en una jaula. En el suelo, cerca del colchón de plumas, estaba mi traje hecho pedazos, en lo más profundo vi ese destello de la daga que el duque me entregó en mi primer día como capitán.

¿Dónde estoy?, pensé.

—En mi dominio —respondió, el horror me heló la sangre, ¿leyó mis pensamientos? —. Sí, puedo hacer eso y más.

Mi cuerpo se liberó y traté de alcanzar al traje, pero la mujer se movió como humo, desapareció de la columna donde se apoyaba, y apareció frente a mí en un latido. El traje se deslizó por el suelo hasta un rincón, lejos de mí.

¡Por todos los infiernos! Esto no debería estar sucediendo. Mis dedos se movieron con un leve temblor al buscar algo con que defenderme. Si realmente era una dama, un golpe sería suficiente para dejarla inconsciente.

Logre escuchar un resoplido de diversión escapar de esa máscara. ¿Se estaba burlando de mí?

Un cuervo negro emergió de la penumbra y voló alrededor de la habitación, examinándome con unos ojos extrañamente rojos. Mi cuerpo se estremeció cuando aterrizó en el hombro de esa mujer. Era una bruja, podía sentirlo, todos mis sentidos alerta.

Traté de alzar las manos en un intento sordo de darle un puñetazo, pero mis brazos cayeron al colchón, pesaban como plomo. ¿Qué me ha hecho esta indómita bruja?

Sus dedos enguantados encontraron mi mentón, forzándome a mirar directamente a sus ojos tras la máscara: uno gris como ceniza, otro verde como veneno. Examinó mis heridas con la frialdad de quien estudia un objeto interesante. Cuando sus manos arrancaron las vendas de mi espalda, un gruñido escapó de mi garganta. Ella canturreó, complacida con mi dolor, y tiró con más fuerza. Conteniendo la respiración, me liberé del peso en mis manos y apreté su bruja, deteniéndola.

Error.

Sus ojos brillaron con un destello carmesí. De un movimiento brusco se liberó, dejando manchas negras en mis dedos donde la había tocado.

—Pon tus sucias manos sobre mí una vez más —susurró acercándose a mi rostro—, y te arrancaré tu hombría mientras aún respiras.

Tragué duro.

Alzó una palma hacia mi rostro, pero un chasquido la detuvo. Me miró una última vez, con el tipo de desdén que se reserva para los insectos, antes de girarse, dejando mi espalda expuesta al aire frío.

—Déjalo en paz, Ariane —una mano se posó en su hombro—, no te arrancará nada, no te asustes.

Retrocedí en el colchón. Busqué en mi memoria indicios de aquella voz, la que la había detenido con el chasquido.

—Angela —farfullé su nombre—, ¿eres tú, Angela?

Dos ojos oscuros se asomaron por el extremo del brazo izquierdo de la mujer.

—Soy yo. —dijo, alzando una mano.

—También estoy aquí —escuché una voz melodiosa y gruesa—, lo cargué todo el camino, es bueno que esté bien.

—Mylon —respondí cuando lo vi entrar por una puerta oscura, camino por un extremo de la mujer de la máscara que estaba de espaldas mientras mantenía ese asqueroso ojo gris en mí—, ¿dónde estamos?

Mylon, el joven guardia que ascendió al séquito de guerra luego de derrocar a cuatro soldados del duque en un intento. Miró a la mujer y se encogió de hombros, atemorizado cuando se escuchó un gruñido salir de la máscara. Luego, se marchó.

—En su territorio. —murmuró Mylon, escabulléndose hasta el otro lado del colchón.

—¿Territorio de quién?

—El territorio de la dama del veneno.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.