Capítulo 14
La elegida
El calor de un cuerpo a mi lado fue lo primero que sentí al despertar; por un momento, me quedé inmóvil. Darian dormía a mi lado plácidamente, su respiración suave contra mi cuello. Su brazo derecho rodeaba mi cabeza hasta alcanzar mi hombro, mientras el izquierdo me mantenía firmemente contra él, como si temiera que pudiera desvanecerme con el amanecer.
¿Qué fue lo que hice?
La culpa y el deseo se mezclaron. Cruce una línea que no tenía retorno, había dejado que mis sentimientos nublaran mi juicio y con ella, cada regla que había construido a mi alrededor comenzó a desmoronarse. Pero... ¿Realmente fue un error?
Desvié la mirada. El brillo dorado de mi cicatriz captó mi atención. La última portadora de la profecía, eso me había dicho Ariane. ¿Cómo confiar en sus palabras? Eran tan absurdas como los sentimientos que habían nacido en mí la noche anterior. Mi mano tembló al rozar mi propia cicatriz. Era absurdo. Él era absurdo. Esto... esto era un deseo absurdo. Nada más que eso.
Con cuidado me deslicé fuera del colchón, procurando no despertarlo. Lo último que deseaba era otra confrontación con este… este mestizo que tuvo la osadía de besarme.
Mis pies descalzos encontraron el suelo frío y, por un momento, me quedé ahí, paralizada. Observándolo. Las cicatrices que sobresalían por sus costillas brillaban tenuemente bajo el brillo de las velas. ¿Por qué había sido tan imprudente? Sacrificarse por mí, arriesgar su vida en la gran hoguera... Debió morir. Sí, debí dejarlo morir. Su cuerpo debería estar enterrado bajo tierra. Así no cargaría con este peso en el pecho que parecía estrangularme.
Y, aun así, aunque deseaba con todas mis fuerzas apartar la mirada, no podía. Él me aterraba de formas que nunca había experimentado, porque cada vez que sus ojos se posaban en los míos, sentía que el suelo desaparecía bajo mis pies. No quería sentir nada. Me había prometido no hacerlo. Pero él lo rompía todo. Él me hacía sentirlo todo.
La puerta de madera crujió cuando la empujé. El pasillo de piedra estaba en silencio. Cuatro habitaciones a cada lado, todas entreabiertas como bocas oscuras susurrando secretos. La curiosidad tiraba de mí. Pero me detuve. Había cosas más importantes que descubrir quién más habitaba este túnel.
Al entrar a la sala principal, mi cuerpo se detuvo en seco.
Mylon se ocultaba en las sombras de un rincón, aferrado a su espada, con los ojos fijos en Angela, quien se reclinaba en una silla detrás del escritorio con una familiaridad que nunca había visto. Sus piernas descansaban sobre la superficie de madera, mientras hacía bailar una pequeña daga sobre la punta de su dedo índice.
Esa extraña mujer era toda bordes afilados y secretos mortales.
Y allí, de espaldas a todos, estaba Ariane.
Permanecía frente a la pizarra donde mi daga había quedado clavada por su magia.
Sus manos se movían libres en el aire mientras símbolos se escribían por si solos, brillando con una luz antinatural antes de fundirse con la oscuridad. El aire vibraba con cada nuevo trazo.
Los símbolos comenzaron a danzar ante mis ojos, entrelazándose unos con otros hasta formar palabras. No debería entenderlos, nadie debería poder descifrar ese lenguaje antiguo.
Dioses... Mar... Claman... Marchan... Victoria... Soldados... Cazar... Bosque... Dorada...
Un escalofrío recorrió mi espalda. Mis piernas temblaron mientras retrocedía, chocando con la pared fría. Los símbolos se retorcieron, descomponiéndose y reformándose, una y otra vez, hasta que las palabras se encajaron como un rompecabezas. Los dioses claman al bosque una victoria, y los soldados marchan por el mar para cazar a la dorada.
Sentí un líquido viscoso en mis dedos. La humedad, el olor metálico... era sangre. Mi respiración se detuvo, como si la vida misma hubiera sido arrancada de mi pecho. Y entonces, todo desapareció. El mundo se desvaneció en un instante y visiones inundaron mi mente… tierras infinitas que se extendían ante mí, miles de soldados gritaban al son de batalla, en mi pecho... Una gema azul pulsaba el ritmo de la sangre que corría por mis venas, clamando guerra y entonces…
—La bella duquesa despertó —canturreó Ariane. Las visiones se desvanecieron de mi mente como humo, y cuando enfoqué la vista, la encontré trazando símbolos, aun de espaldas—. ¿Tuvo dulces sueños con el capitán? —Su mano se detuvo por un instante, y la pausa que siguió fue tan cargada de intención que no necesité verla para saber que sonreía con malicia—. Algunos gemidos no me dejaron conciliar el sueño.
El calor subió a mis mejillas y llevé ambas manos al rostro, intentando ocultar una vergüenza que iba más allá de sus burlas. Angela dejó escapar una risita, ladeando la cabeza con una falsa inocencia que me erizó la piel.
—Oh, tranquila, señorita. No soy quien para juzgar... aunque los gemidos podrían haber despertado hasta los muertos.
La miré fijamente, negándome a seguir su juego. Su sonrisa se mantuvo un segundo más antes de desvanecerse, sustituida por una expresión vacía que me resultó aún más perturbadora. ¿Quién era esta mujer que llevaba el rostro de mi doncella?
—Angela... —murmuré entre dientes, pero el nombre sabía a mentira en mi boca.
Ella alzó las manos en un gesto de falsa rendición, pero sus ojos... sus ojos permanecían fríos, calculadores. La mirada de Mylon pesaba sobre nosotras, recordándome dónde estábamos, con quién estábamos. La vergüenza se mezcló con algo más oscuro, más peligroso.
—Los símbolos… —murmuré, acercándome a la pizarra, ignorando la mirada de Angela clavada en mi espalda—, ¿qué significan?
—Son antiguos —respondió Ariane—, cada uno cuenta una historia desde el bosque. Una profecía escrita en sangre y magia.
Mi mano se movió por voluntad propia hacia uno de los símbolos. En cuanto mis dedos lo tocaron, los trazos cobraron vida, danzando ante mis ojos como si quisieran susurrarme secretos que habían permanecido ocultos durante siglos. Algunos me resultaban extrañamente familiares.
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Editado: 16.02.2025