Capítulo 15
Cadenas rotas
El sabor metálico de la sangre inundaba mi boca mientras intentaba mantenerme de pie. Angela sujetaba mi brazo, pero mis piernas temblaban al son de mi corazón. El poder seguía vibrando bajo mi piel, una sensación embriagadora que me llamaba a rendirme ante ella.
Desde las sombras, Ariane me observaba. Sus dedos pálidos acariciaban al gato negro que se enroscaba en su hombro como una segunda sombra. Una bruja. Lo había demostrado, sin duda. Pero... ¿Y si todo lo que había visto, todo lo que había sentido, no era más que una ilusión retorcida?
No podía ser la última portadora de las leyendas. Mi sangre siempre ha sido roja y común, la había visto fluir en cada entrenamiento, en cada herida… ¿Entonces porque...? Mis ojos se clavaron en la cicatriz que ardía como fuego maldito, abriéndose y cerrándose por voluntad propia, derramando ese fulgor dorado que escurría hasta el suelo.
—Lo es —dijo Ariane con una sonrisa torcida—. La sangre te pertenece, así como le perteneces al bosque prohibido.
Mi mente se paralizó. ¿Acababa de...?
Retrocedí tropezando con pequeñas plumas negras esparcidas por el suelo. Angela me sostuvo, su mano firme en mi espalda evitando que me derrumbara.
—¿Está bien? —Asentí por reflejo, pero la mentira me quemó la garganta.
Mylon se acercó, su mano uniéndose a la de Angela para sostenerme. La lástima en sus ojos era como un puñal en mi pecho, atravesando cada vez más profundo. Podía pensarlo una y otra vez, podía pensarlo miles de veces y nunca encontraría la razón del porqué decidieron quedarse conmigo. ¿Por qué arriesgaban sus vidas por alguien como yo? No era nada, solo una...
—Mi señora.
Aquella voz, la conocía tan bien como la palma de mi mano. Darian. Emergió atravesando la bruma de mi mente despejando los pensamientos.
Estaba en el pasillo, una mano sobre sus vendajes, la otra apoyada contra la pared para mantenerse en pie.
Sus ojos recorrieron la sala, deteniéndose en cada detalle que me convertía en algo monstruoso: las grietas que había creado en el suelo, la sangre dorada que manchaba las paredes, el poder que emanaba de mí como una tormenta alzando mi cabello en el aire. Lo vi en su mirada, ese destello de horror que intentó ocultar. Ya no era esa mujer a la que juro entregar su vida. Era algo más, algo que ni siquiera yo entendía.
—¿Qué le han hecho? —Su voz temblaba con una mezcla de furia y miedo. Dio un paso hacia mí, pero Angela... no, Victoria, se interpuso arrebatándole la espada a Mylon de las manos y con un suave desliz la punta de la espada estaba frente al rostro de Darian. Él no se inmutó.
—No te acerques, capitán.
—Apártate. —gruñó, pero el temblor en sus manos lo delataba por completo.
La silla detrás de escritorio giro sobre sí misma y cayó al suelo con un golpe seco.
Ariane la observo detenidamente y el silencio se expandió como en un manto que cubrió la sala.
—Demonios… —murmuró Ariane entre dientes, su mandíbula apretada mientras sus ojos recorrían el techo como si pudieran perforarlo.
El suelo vibró bajo nuestros pies, pero esta vez no era mi poder descontrolado. Voces y pasos resonaban sobre nuestras cabezas, un crescendo caótico de metal chocando contra piedra. Órdenes gritadas, ecos de autoridad que hacían temblar las paredes.
—Nos encontraron —El cuervo negro atravesó la pared, desvaneciéndose en humo, quebrantándose en la humedad y volviendo desde la puerta con un suave destello—. Los perros del rey han llegado más rápido de lo que esperaba.
Ariane levantó las manos, y las hojas esparcidas por el suelo respondieron a su voluntad. Se elevaron en el aire, arrastradas por un viento gélido, uniendo sus bordes hasta formar un mapa que se extendió por el techo. Angela se adelantó, sus manos temblaron el aire al seguir las líneas del mapa.
—¿Acaso es…? —La voz de Angela se quebró al final.
—Sí. —La respuesta de Ariane, fue firme, casi cortante.
Quise preguntar de qué hablaban, pero las palabras quedaron atrapadas en mi garganta cuando Ariane presionó ambas manos contra la puerta de metal. La bruja susurraba palabras indescifrables. Un fulgor plateado brillante iluminó los símbolos en la pizarra, cobraban vida, quebrajándose en el aire, uniéndose y volando velozmente hasta la puerta.
¿Acaso la había sellado?
—Han encontrado la entrada principal del túnel —gruñó Ariane, su mirada fija en los destellos de la puerta. Angela se aferró a mi brazo con tanta fuerza que sus dedos se hundieron en mi piel—. Tenemos minutos antes de que lleguen aquí. El sello no soportará tanto tiempo.
El sonido de botas y espadas desvainadas se acercaba, resonando como un tambor de guerra en los túneles. Un grito desgarrador lo atravesó todo, y mi estómago se encogió al escuchar el primer choque de acero.
—¡Por aquí! —El grito resonó más cerca. Demasiado cerca.
Ariane giró hacia mí, sus ojos centelleantes.
—Hay una salida —dijo trazando un patrón en el aire y parte de la pared, detrás del escritorio se deslizó, mostrando un pasaje oscuro—. Pero está sellada con magia más antigua que el mundo mismo... Solo sangre dorada puede abrirla.
Tropecé hacia la puerta de hierro, el cansancio me drenaba la energía, aplastándome, aun así no podía negar el calor abrasador que recorría las venas. Doloroso. Inevitable.
Las voces del bosque se alzaron, desgarrando mi mente en pedazos: Ven... El amino se abre... Ven a nosotros.
—No puede usar más poder —intervino Angela, sosteniendo mi brazo con más fuerza—. La matará.
—Morirá de todas formas si nos encuentran —Ariane sonrió, no había compasión en su mirada. Era cruel, afilada y gélida—. El rey la quiere viva y sus soldados no son conocidos por su delicadeza.
Un estruendo sacudió el techo, y polvo y piedras comenzaron a caer. La sangre caliente chorreaba por mi nariz, drenándome cada vez más rápido.
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Editado: 16.02.2025