Capítulo 18
Escape.
Si mi muerte estuviera cerca, la aceptaría. Sin dudarlo. Sería más fácil que seguir con vida.
El golpeteo de botas contra la piedra resuena en mis oídos y me dice que estamos bajando escaleras. Las manos de Ángela me sujetan con fuerza, apretándome contra su pecho, como si pudiera impedir que mi cuerpo se desmoronara en cenizas.
Quizá los dioses han dictado que mi condena sea una eternidad miserable de sufrimiento. Tal vez esto es lo que merezco. Pero incluso si lo es... no me arrepiento.
Los he salvado.
«Muerta». Debería estar muerta. Mi cuerpo moribundo e inútil no debería aferrarse a esta patética vida. Y, sin embargo, lo hace.
La sangre dorada fluye de mi nariz y se desliza hasta mi garganta, ahogándome por unos segundos. Me obligó a toser, a expulsarla. Araño los hombros de Angela, me falta aire.
—Está muriendo. —murmura alguien.
Una mano tibia se posa sobre mi frente y la retira inmediatamente con un quejido de dolor.
Mi cuerpo arde como mil demonios. Me quiebra los huesos, me devora desde dentro. Y lo único que mi mente alcanza a recordar son esos pequeños, sus rostros inocentes, los gritos atrapados en el fuego. Consumidos en la gran hoguera.
—Está ardiendo. —murmura Mylon.
Las manos en mi espalda tiemblan, a duras penas me sostienen. Un chirrido. Y se detienen. El aire se vuelve pesado y asfixiante.
—No puede seguir así. Morirá. —insiste alguien más, firme y autoritario.
—¿Y qué quieres que haga? ¡No puedo detenerlo! —Angela. Es ella. Su voz me retumba en los oídos, revolviéndome el estómago—. Por favor, no mueras, Mimi, por todos los dioses, hazlo por nuestro Aldrich. Si te atreves a morir, yo... yo... Maldita sea, estarás bien —me susurra en la nuca.
—La sangre dorada no deja de salir. —susurra, otra vez, más lejana. Las manos que me sostenían me soltaron suavemente sobre la piedra fría y húmeda.
«Sangre dorada».
Una carcajada áspera se forma en mi pecho, pero lo único que se escapa de mis labios es una tos quebrada que sacude mi cuerpo, obligándome a retorcerme en el suelo.
—Por los dioses... está consciente.
—No por mucho tiempo.
Mis parpados se cierran por unos segundos y las voces se disipan el vacío, perdiéndose en la neblina de mi mente. Pero un chasquido de dedos me arranca del trance. Hay una figura oscura haciendo señas en el aire, pero se detiene cuando pasos acelerados retumban en las paredes, pesadas y firmes. Y la voz es inconfundible.
El comandante.
—Ese maldito no se muere. —murmura Angela.
Pasos ligeros me rodean. Luego, una sacudida. Dos cuerpos se desploman a mi lado y la voz de Angela se quiebra, subiendo con un crescendo cada vez más desesperado.
—Wilhelmia... —La voz me roza el oído en un susurro débil, quebrado. Y lo distingo al instante. Darian.
Intento mover la mano, buscar sus dedos, revisar que siga respirando. Pero mi cuerpo es un peso muerto, apenas logro flexionar los dedos antes de que la oscuridad vuelva a envolverme
—No la dejes ir. —murmura Ariane, y el sonido de un corcho saliendo de un frasco rompe el silencio. Mis ojos se nublan.
—¿Crees que quiero hacerlo? —escupe Angela.
Una sombra se inclina sobre mí, sujetando mi rostro con las manos heladas, inclinándome hacia abajo. Ojos oscuros. Ceño fruncido.
—¿Puedes escucharme?
Mis labios se entreabren, pero la respuesta queda atrapada en mi garganta.
—Parpadea, si me escuchas.
Me esfuerzo. Un solo parpadeo.
—Bien... bien...
—Wilhelmia... —escuchó de nuevo. Intento mover la cabeza con todo el esfuerzo que puedo permitirme, pero solo el mismo movimiento hace que la sangre se hunda cada vez más en mi garganta.
—¡Rápido! ¡Tienes que hacer algo! —grita Angela.
—Si esta... hubiese abierto el pasaje desde el primer momento, no estaríamos debatiéndonos entre la vida y la muerte —un estruendo resuena en las paredes.
—Vuelve a ponerme un dedo encima y dejaré que la futura princesa consorte muera en este instante.
Angela soltó una carcajada.
—¿Dejarla morir? Ella es tan importante para mí como para ti. No te importa más en ella que su sangre, así que haz tus malditas pociones y sálvala o juro por los dioses que yo misma te arrancaré la cabeza.
—Oh, ¿me amenazas? —Ariane ríe—. ¡Qué valiente, Victoria! ¿Tienes idea de lo que estás pidiendo? ¿Tienes idea de lo que va a costar?
—Lo que cueste no importa. Hazlo. —gruñó.
Algo choca contra la madera. Un duro forcejeo.
Las respiraciones se vuelven erráticas, aceleradas. Intento abrir los ojos, pero la negrura en mi mente es más fuerte, tirando de mí a la oscuridad. No que ha sucedido, si Angela y Ariane siguen peleando, si Angela la ha golpeado como en la sala, o si Ariane por fin ha decidido defenderse.
—¡Si te hubieras movido antes, no estaríamos así...! —grita Angela.
—¿Cómo te atreves? —un estruendo, un golpe seco—. Tú misma me pediste que le diera su espacio, que la dejara respirar... ¿Y ahora me cuestionas por qué no le arranqué la sangre en cuanto la tuve frente a mí?
—¡Sí! ¡Ahora te lo cuestiono! ¡Tienes todo ese conocimiento, todas las malditas hierbas y frascos, ¿y no fuiste capaz de hacer nada más que invocar sombras y cuervos! Eres una inútil.
Ariane se ríe, un carcajeo profundo, como si saboreara cada insulto.
—¿Me has llamado inútil?
—Sí ¿Qué harás? Maldita bruja...
—Basta... —Escuche a lo lejos, pero los golpes no paraban.
—¡Sube ahora, ve por esas pociones y sálvala!
—¿Te estás escuchando, victoria? No puedo subir y pasearme por los túneles, han invadido mi territorio. ¿Crees que las pociones caen del cielo? ¿Qué las plantas se arrancan solas y vienen a mí por arte de magia?
Un silencio espeso.
—Si uso lo que tengo aquí, en este momento, todos morirán.
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Editado: 16.02.2025