Sombras de tinta

duodécimo: el laberinto de la escritora III

Despierto con miles de ideas corriendo en mi mente, incapaz de centrarme en ninguna. Cuando mis ojos se adaptan a la luz solar, salgo de la habitación. El pocillo de café sobre la mesa aún está humeante y soplo con cuidado para evitar quemarme la lengua.

Por primera vez en días, siento el impulso de salir al patio trasero. Empiezo el recorrido por los largos pasillos del caserón, decorados con fotos de familiares muertos, viajes al extranjero y la enorme foto enmarcada en dorado de mis quince años. Me detengo al escuchar el silbido de la tetera. Madre ama el té de valeriana; ella misma lo cultiva en su huerto a unos cuantos pasos del patio principal.

Me adentro a la poluta cocina y apagó la estufa de lujo que va a juego con la encimera efecto mármol, parte de las remodelaciones recientes. Contrario a lo que prefiere madre, la casa está repleta de polvo y muchos de sus preciados objetos se encuentran regados. Sin quedarme a mirar otros cambios, retomó el recorrido al patio principal.

Amaba escribir todo lo que veía o rayar en círculos hasta que no quedara espacio limpio en la hoja. Ahora, pilas de papeles y cuadernos de escritura de cuando era pequeña se encuentran regados en el patio.

Paso los dedos por los cuadernos envejecidos y,el olor a moho es insoportable. Estos cuadernos fueron dejados por mucho tiempo en el polvo y a la deriva de las lluvias. Manchas marrones invaden buena parte de las portadas y la letra se ha borrado de la mayoría de las páginas.

Hay cajas llenas de cuadernos, otras de decoraciones de navidad y libros de los ochenta que solía coleccionar. Todo está cubierto de un grueso polvo que invade mis fosas nasales. Los estornudos no se hacen esperar y decido que es hora de partir. Tomo la primera libreta que encuentro y vuelvo a entrar. El picor se vuelve insoportable e intentó aliviarlo con violentos movimientos en la nariz, lo que provoca que empiece a sangrar.

Mi recorrido de regreso es más tedioso por la reacción alérgica. Me dirijo al baño privado, ansiosa por encontrar el alivio en mis medicamentos. Trato de detener el sangrado con mis manos pero terminó con un desastre en las manos digno de un libro de King. Saboreo el hierro en la boca e intentó mantener la calma. La respiración se me corta y siento que no llegaré a tiempo.

Mientras avanzo, las memorias de mi niñez y mi amor por la escritura se entrelazan con mi apuro actual. Pienso en cómo me sentaba en mi escritorio, llenando páginas y páginas con historias, poemas y sueños. La libreta azul que ahora sostengo me recuerda a aquellos días sin preocupaciones, cuando la creatividad fluía sin interrupciones y cada palabra era un reflejo de mi mundo interior.

En el baño, abro el botiquín. Con las manos temblorosas, encuentro la medicina. Intento calmar mi respiración y trago las pastillas sin detenerme mucho en el nombre.

Mientras espero que hagan efecto, limpio con minuciosidad la libreta. En la primera página se encuentra escrito con letra desgarbada: Cuando un libro me gusta mucho no recuerdo mucho la trama sino el sentimiento que provocó.

No recuerdo cuando escribí esas palabras. Tal vez entre las historias de hombres llenos de esperanza de volar, niños que viajaban a mundos extraordinarios a través del ordenador en la sala de su casa, o de la vida de dictadores narradas tan poéticamente que te hacía dudar de la justicia de sus acciones. Quizás, inspirada por esas historias, dejé esas palabras plasmadas.

Ahora, con un rollito de papel higiénico en mi sangrante nariz y frente al empañado espejo, me aferro a mi sueño infantil. Miro mi reflejo y susurro: Voy a crear la historia más fascinante jamás escrita.

una entrada

muchas veces esta palabra




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.