A los quince años, solía pensar que estaría muerta a los veintitrés.
Pero, ¿estoy viva? O ¿solo en cuerpo presente? ¿mi alma murió hace unos cuantos años? ¿a los catorce? ¿a los quince? No lo sé. Sólo sé que me ha dejado sola.
¿Por qué? ¡Oh mi alma! ¿estás en un lugar mejor? Donde las penas no te agobian ni las palabras te lastimen.
Llévame contigo.
Transpórtame a una finca inglesa donde mis días transcurran escribiendo, a un lugar donde mi cuerpo se alimente de letras, mis músculos se nutran con sonetos y donde el ruido de tu soledad no se sienta.
Llévame a caminar por un campo de tulipanes, que mis pies sean tan ligeros que no maltraten la naturaleza.
Llévame a algún lugar en donde mi presencia no altere la tranquilidad.
¡Oh alma! Transpórtame al lugar donde huiste de manera egoísta.
Agarra mi mano y corramos al maravilloso lugar donde este texto tiene sintaxis, coherencia y prosa.
Sin ti, alma, no encuentro las palabras.
Cumplidos los veinte, noté que algo me faltaba. No supe que era o por cuanto tiempo había estado faltando. Sin embargo, estaba definitivamente más ligera. Me levante de mi cama singular en busca del peso digital. 80 kilos, los mismos de ayer y de mañana. Peso no había perdido.
Revisé en mis estanterías, reconté los libros, busqué mi blusa favorita, si estaba. Localice la papelería médica con la convivo y todo estaba en orden. Calcule los días de periodo, los días de pago, el monto en mi cuenta bancaria. Todo se encontraba en aparente orden.
Sin embargo, la sensación no desaparecía. Todo estaba y a la misma vez todo faltaba.
Desde ese día, veo como el mundo avanza de manera veloz y yo camino lentamente. Es como cuando vez una película donde una escena de acción se desenvuelve, canalizas el miedo, la adrenalina, la esperanza y la paz de los protagonistas, aunque nunca te moviste. Te das cuenta que todo eso paso, pero tú parpadeaste unas dos o tres veces y nada más.
Tengo veintitrés. Ocho más de los que imagine. Sentada en una cama que es más tablas que acolchado, me propongo a encontrar aquello que falta. ¿Dónde encontrarlo? ¿Dónde empezar a buscar? ¿Qué hacer al encontrarlo? ¿Qué hacer si no?
Desconozco el final de esta historia. Me encuentro como Josef K, no sé qué sucede y aun así debo luchar. Aunque, no debo. Mi instinto me dice ¡fight!, pero también lo hace al encuentro con un oso pardo. No significa que sea lo correcto. A la larga, lo único que debemos hacer es morir. El resto de decisiones son opcionales. Somos libres de hacer tantas cosas, pero nos paralizamos por la idea de aquel único evento que sin importar cómo y dónde, va a suceder.
Si prefiero escribir antes de trabajar en una oficina, igual moriré ya sea sobre mi computador rodeada de mis palabras, de lo más cercano que tendré a la compresión del calificativo humano y de mis sabores preferidos o en el piso frío de un despacho en el cual seré olvidada a las dos semanas, mis cuentas trasladadas y mi voz reemplazada por una más capacitada hasta que de mí no quede más que un expediente.
¡Basta! ¿Otra vez desviándote de tu búsqueda? ¿Cuánto tiempo más has de perder antes de darte cuenta? ¡Date cuenta, intento de ser!
De nuevo sobre la cama, hago intentos de remembrar cuando inició este sentimiento de desolación. ¿Cuándo me hicieron bullying todos los días los últimos años de secundaria? ¿El día que aquel profesor universitario me humillo por mis ideas frente a todo un auditorio? ¿Los veinte segundos más angustiantes de mi vida cuando esa persona me tocó inapropiadamente? O ¿el momento que deje de escuchar la música y mi capacidad de leer se esfumo? Esas cosas acontecieron en estancias diferentes. Sin embargo, tengo la hipótesis de que fui dejando caer algo en cada uno de esos momentos.
En el escritorio, el móvil se ilumina. Dudo en que sea un mensaje. Una notificación de alguna aplicación es lo más probable. Desperezo los pies y estiro la espalda. Temblando y sin fuerzas dirijo mi organismo al pequeño pupitre.
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Claro, deje sin pago unos cuantos libros que me recomendaron. Es inútil comprar un libro si no sabes leer. Sé que solía hacerlo, entraba en libros hasta la madrugada o hasta que mis ojos ardieran. La semi llena estantería es prueba de un pasado lejano que es tan intangible como la galaxia GN-z11.
Elimino el correo. Me explayo en el piso dejando que el frío del piso se cuele por mi espalda. Permito que los pensamientos salgan a ruedo sin freno ni inhibiciones.
Mañana será otro día, me recuerdo.
Mañana el agua fría se llevará todo.
Mañana caminare entre las calles con confianza.
Mañana todo se irá.
Mañana el trabajo será menos monótono.
Mañana seré algo, valdré algo.
Mañana…
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Editado: 16.02.2025