Tengo tres manías. Una es que todas las noches debo dormir con un pie fuera de la manta. No importa si la temperatura es de 39° o 27°, si hay un tormenta tenebrosa o un apagón que me desconecta del maravilloso sonido de mi pequeño ventilador y me priva de la delicia que desprende. Tengo que dormir tapada. Con un pie afuera. Creo que la manía radica en la necesidad de darle tranquilidad a mi gato para que pueda dormir sintiendo mi presencia desde debajo de la cama. Incluso, algunas noches lo siento pasar su áspera lengua por mis dedos. Aunque, me irrita cuando con sus patas, de extraña fuerza, patee la cama. He intentado detenerlo. Anoche, por ejemplo, me obligo a asomar mi cabeza desde arriba con el fin de intentar que me dejara descansar, pero, sus ojos eran de un rojo brillante que me impedía detallar el resto de su cuerpo con facilidad, después de muchos intentos de atraparlo, me rendí. Dormiría en otra parte, en el cuarto de mis padres o en la sala. Dormí un poco, pero el toque de la puerta de entrada me despertó a la mañana siguiente, la señora Peréz llegó con mi gato entre sus brazos diciendo que el pobre llevaba tres días en su casa. Que había aparecido asustado y descontrolado y, apenas ese día había sido capaz de sacarlo de su escondite. Pero, si mi gato estaba con la señora Peréz ¿que estaba debajo de mi cama anoche?
Las otras dos es que me muerdo las uñas y que solo puedo escuchar música de Morat los viernes en la noche.
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Editado: 16.02.2025