Alois no podía dormir. Cada vez que veía a su hermano sonreír con Axel, un mal presentimiento lo carcomía por dentro. No era simple celos ni capricho: había algo en ese chico que no cuadraba. Podía ser encantador y amable frente a Yoon, pero en pequeños gestos —una mirada perdida, un movimiento brusco, un silencio demasiado largo— se asomaba un lado que no encajaba con la imagen que proyectaba.
Así que decidió vigilarlo.
Al principio fue casual: salía a caminar, se cruzaba “de manera accidental” con Axel en la calle, lo observaba cuando iba al mercado o cuando se reunía con vecinos. Pero pronto descubrió un patrón inquietante: no siempre era el mismo Axel.
Había días en que el joven saludaba con calidez, cargaba bolsas para los ancianos, reía con facilidad. Y otras noches… era diferente. Su postura cambiaba, su mirada se volvía más dura, y se lo veía entrar a callejones oscuros, juntarse con tipos sospechosos, fumar, incluso robar pequeños objetos de tiendas. Alois lo vio con sus propios ojos: el mismo Axel saliendo de misa por la mañana con una sonrisa bondadosa… y horas después, tambaleante, con un cigarro en la boca y un botín escondido bajo la chaqueta.
Era imposible. O fingía de manera magistral, o algo extraño ocurría con él.
La obsesión de Alois creció. Lo siguió varias noches, escondido entre sombras, viendo cómo Axel se convertía en otra cosa. En una ocasión, lo escuchó discutir solo, con palabras entrecortadas que parecían dirigirse a alguien invisible. Esa visión lo estremeció.
—Este chico está mal… —murmuró entre dientes.
Por el bien de Yoon, no podía quedarse callado. Si no hacía algo, tarde o temprano su hermano saldría lastimado.
El momento llegó una noche lluviosa. Axel regresaba a su casa, con la chaqueta empapada, cuando sintió una presencia tras él. Al girar, vio a Alois, inmóvil bajo un paraguas, con la mirada fija como cuchillas.
—Tenemos que hablar —dijo Alois con un tono firme que no admitía excusas.
Axel tragó saliva, incómodo.
—¿Sobre qué?
—Sobre ti. —Alois dio un paso adelante—. Te he estado observando, Axel. Sé que algo no anda bien contigo. No eres la misma persona todo el tiempo. Eres alguien… distinto.
Axel palideció. El pulso en su ojo comenzó a temblar de manera involuntaria, señal de que Ian escuchaba.
—Yo… yo no sé de qué hablas —titubeó.
Alois lo encaró con frialdad.
—No me mientas. Te vi robar, te vi beber hasta perder el control. Te vi hablando solo como un loco. Y aun así, frente a Yoon, actúas como si fueras un santo. ¿Qué diablos eres, Axel?
Las palabras fueron como martillazos en su mente. Axel retrocedió un paso, apretándose la cabeza con las manos.
—No… no entiendes…
De pronto, una risa profunda emergió de su garganta, aunque no era de Axel. Ian se filtraba, como una sombra tomando el timón.
—Vaya, vaya… —la voz se volvió más gruesa, más oscura—. Así que alguien se dio cuenta.
Los ojos de Axel se alzaron, pero ya no eran los mismos: había una chispa cruel en ellos, una seguridad que no pertenecía al chico amable de siempre.
—¿Quién eres tú? —espetó Alois, tensando los hombros.
Ian sonrió con malicia.
—El que ha mantenido a tu hermanito a salvo de los débiles como Axel. El que vive de verdad. Y si tienes dos dedos de frente, Alois, te alejarás antes de que las cosas se pongan feas.
El silencio entre ellos se cargó de tensión. Alois comprendió que lo que tenía enfrente no era solo un “lado oscuro”: era alguien más, algo más.
Y por primera vez sintió miedo… pero también la certeza de que debía proteger a Yoon a toda costa.
#353 en Joven Adulto
#575 en Thriller
#215 en Suspenso
trastorno de identidad disociativo, trastorno psicolgico, peleas odio
Editado: 11.09.2025