Sombras de un mismo corazón

Capítulo 8

El tiempo comenzó a volverse una telaraña pegajosa para Alois. Desde la cena en la que fue dejado en ridículo, no había dejado de observar, de medir cada gesto, cada palabra, cada cambio extraño en Axel. Y lo que más lo inquietaba no era solo ese aire demasiado “perfecto” que mostraba frente a Yoon, sino la forma en que este último se estaba entregando con una confianza ciega.

Yoon, que antes desconfiaba de todos, ahora reía otra vez. Se le veía con los ojos brillantes cuando Axel lo buscaba, cuando caminaban juntos, cuando parecía que el pasado había vuelto. Para cualquiera habría sido algo hermoso… pero para Alois era un presagio.

Una tarde, cuando Yoon salió de la biblioteca con Axel a su lado, Alois los vio desde lejos. Esa sonrisa confiada en el rostro de su amigo lo atravesó como un cuchillo. Esperó, oculto entre las sombras, hasta que Axel lo dejó en su casa. Luego, cuando Yoon se disponía a entrar, Alois lo llamó en voz baja.

—Yoon… —susurró desde la esquina, con una seriedad que helaba la piel.

Yoon lo miró sorprendido.
—Alois… ¿qué haces aquí a estas horas?

El muchacho se acercó, con los ojos cargados de una gravedad que Yoon nunca había visto en él.
—Tengo que hablar contigo. No ahora, no con él cerca… pero escúchame bien: ese Axel que estás viendo no es quien crees. Hay algo dentro de él, algo oscuro. Y si no abres los ojos pronto, te arrastrará con él.

Yoon lo observó, confundido, incluso molesto.
—¿Otra vez con eso? Alois, basta… él ha estado conmigo, ha sido sincero. No es como dices.

—No seas ingenuo —gruñó Alois, apretando los puños—. He visto cómo cambia. He visto cómo entra a su casa como una persona y sale como otra. No es normal, Yoon. No lo es.

Yoon desvió la mirada, sintiendo una punzada en el pecho. Quería creer a Alois, pero la calidez de Axel había sido demasiado real.
—No voy a dejarlo. No después de todo lo que hemos pasado.

Las palabras golpearon a Alois con una mezcla de dolor y rabia contenida. Y supo, en ese instante, que el tiempo se agotaba.

Mientras tanto, en la soledad de su cuarto, Ian se reía frente al espejo. Había escuchado cada palabra. Su sonrisa torcida era la viva imagen del triunfo.

—¿Lo oíste, Axel? —murmuró, viendo el reflejo de aquel joven atrapado tras el cristal—. Tu querido Yoon ya no escucha a nadie más. Ni siquiera al que quiere protegerlo. Está en mis manos… completamente.

Axel, dentro, golpeaba desesperado el muro invisible, con los nudillos sangrando en su prisión de sombras.
—¡No! ¡No lo uses, Ian! ¡Déjalo ir! ¡Déjame salir, maldita sea!

Pero cada intento era en vano. Ian había tejido una red impenetrable, alimentándose de la impotencia de Axel.

Ian se inclinó hacia el espejo, sus ojos brillando con crueldad.
—No vas a salir. No mientras yo exista. Tú serás el prisionero, Axel… y yo, el único rostro que Yoon aprenderá a amar… antes de que lo arranque todo de raíz.

El reflejo de Axel gritó, ahogado en un silencio que nadie más podía oír. Y en ese eco sordo, comprendió que estaba perdiendo más que el control: estaba perdiendo a Yoon.




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