La desaparición

En la pequeña y tranquila ciudad de Ventor, los días pasaban sin mucha emoción. La vida de sus habitantes seguía el mismo ritmo, con pocas novedades. Pero todo cambió el día que Lena Carter desapareció. Nadie lo vio venir. Lena era una joven tranquila, de sonrisa amable y una rutina que rara vez se alteraba. Vivía con su madre, la señora Carter, en una casa al final de una calle empedrada que daba al bosque. Era conocida por ayudar en la biblioteca local y asistir a la iglesia los domingos. Su ausencia se notó rápidamente.

La alarma fue dada por su madre, cuando Lena no regresó a casa después de una tarde de trabajo. La señora Carter estaba segura de que algo terrible había ocurrido. Aunque la policía intentó calmarla, su angustia era palpable. “Mi Lena nunca desaparece sin decir nada”, repetía una y otra vez.

Los agentes comenzaron una búsqueda inmediata, y la ciudad entera se unió. Peinaron el bosque cercano, preguntaron a los vecinos y revisaron las cámaras de seguridad del centro del pueblo, pero no había rastro de ella. Parecía como si Lena se hubiera desvanecido en el aire.

Con cada día que pasaba, la desesperación de la señora Carter crecía. Las primeras pistas eran vagas, y los rumores se esparcían rápidamente por la ciudad. Algunos decían haber visto una camioneta vieja merodeando cerca de la casa de Lena la noche anterior, pero nadie pudo confirmar esa información. Otros hablaban de un extraño que había llegado al pueblo hace semanas y que había estado haciendo preguntas en los bares locales. Sin embargo, nada concreto surgía.

La inquietud en Ventor aumentaba. Era un lugar donde nunca pasaba nada, pero ahora la tranquilidad había sido reemplazada por el miedo. Mientras la búsqueda continuaba, la señora Carter recibía visitas constantes de amigos y vecinos que traían comida o palabras de consuelo, aunque cada vez había menos esperanza en sus ojos. Era como si el vacío dejado por Lena no solo afectara a su madre, sino a todo el pueblo.

Una noche, al quinto día de su desaparición, algo sucedió. La policía encontró una mochila. Estaba tirada a orillas del río que cruzaba el bosque, a unos kilómetros de la casa de Lena. En su interior, encontraron un libro de la biblioteca local con el nombre de Lena escrito en la primera página. Era una pista, aunque nadie sabía si era buena o mala.

La mochila fue enviada a revisión, buscando huellas o cualquier indicio que pudiera llevar a su paradero. Sin embargo, la atmósfera en el pueblo se volvía más pesada con cada minuto que pasaba sin respuestas. Algunos empezaban a murmurar que tal vez Lena no volvería. Otros preferían aferrarse a la esperanza de que pronto la encontrarían sana y salva.

Y entonces, la noche siguiente, cuando el pueblo estaba envuelto en una tensa calma, una llamada rompió el silencio. La señora Carter respondió el teléfono con manos temblorosas. Del otro lado, una voz profunda y desconocida habló con frialdad:

—Sé dónde está tu hija.

El corazón de la señora Carter se detuvo por un segundo. No podía creer lo que escuchaba. Durante días había esperado algo, cualquier cosa, que le diera una pista sobre Lena, y ahora esa voz desconocida afirmaba saberlo.

—¿Quién eres? —preguntó, tratando de mantener la compostura.

—Eso no importa. Si quieres volver a verla, debes hacer lo que te diga. Sin la policía, sin testigos —advirtió la voz.

Antes de que la señora Carter pudiera responder, la llamada se cortó, dejando un eco de incertidumbre en el aire. ¿Era esto real? ¿Podía confiar en esa voz? En su desesperación, no sabía qué hacer, pero una cosa estaba clara: no podía quedarse de brazos cruzados.

La señora Carter sintió que el tiempo se detenía. Estaba atrapada entre la necesidad de hacer algo y el miedo a dar el paso equivocado. La única certeza que tenía era que Lena seguía ahí afuera, en algún lugar, esperando ser encontrada.