Después de caminar en completo silencio durante lo que pareció una eternidad, emergimos del túnel en un bosque oscuro y denso. La noche era cerrada y solo se escuchaba el crujir de las ramas bajo nuestros pies. Nos dirigimos hacia un carruaje solitario, estacionado en un claro iluminado débilmente por la luna. Un hombre descendió del carruaje, con rasgos severos y afilados que recordaban al hombre que casi asesiné.
—¿Por qué desapareciste tan imprudentemente? —dijo el hombre con voz enojada.
No supe qué responder. La confusión nublaba mi mente. Antes de que pudiera decir algo, el hombre que me escoltó tomó la iniciativa.
—Perdón por entrometerme, señor Carl, pero tengo malas noticias. La señorita Adelaide ha perdido la memoria por completo.
Mi corazón se detuvo por un momento. Ese fue el primer momento en que escuché mi nombre, Adelaide. Lord Carl mostró una expresión de sorpresa y angustia.
—¿Adelaide, no me reconoces? —preguntó, sus ojos escudriñándome con desesperación.
No sabía cómo responder. La pregunta misma era una tormenta de incertidumbre y miedo. Pero mi expresión de incredulidad fue suficiente para que él entendiera. Se volvió hacia mi escolta.
— Sir Edison, necesito un informe de lo que ha sucedido —dijo Carl.
Los dos hombres comenzaron a hablar en voz baja, susurros llenos de preocupación y urgencia. Mientras tanto, otra persona me instó a entrar en el carruaje.
Alrededor de veinte minutos después, mi tío subió al carruaje. La luz de una lámpara oscilaba, creando sombras danzantes en su rostro severo.
—Parece que la mejor forma de empezar esta conversación es presentándome. Soy Carl Valdor, tu tío —dijo, haciendo una reverencia elegante pero tensa.
Tomé un respiro profundo. Al menos parece que no quiere hacerme daño, pensé, tratando de asimilar la información. Carl continuó.
—Tú eres Adelaide Valdor, hija del gran duque Emud Valdor, el hombre al que se supone que ibas a asesinar. No sé a qué nivel has perdido la memoria, pero mínimo tienes que recordar que Emud no es una buena persona, es alguien cruel.
El odio en sus palabras era tangible, como si cada sílaba estuviera cargada con el deseo de destruir a su hermano. Sentí un nudo en el estómago al recordar que yo misma había estado a punto de asesinar a ese hombre.
—Hace unos días, desapareciste con veinte de nuestros hombres, diciendo que sabías cómo resolver el problema de raíz. No había tiempo para explicaciones, y ahora parece que no cumpliste tu objetivo.
Sus palabras se mezclaban con la confusión en mi mente. ¿Por qué tenía yo la responsabilidad de matar a mi propio padre? No pude evitar preguntar.
—¿Realmente odio tanto a mi padre como para intentar matarlo yo misma?
Carl suspiró, una sombra de cansancio cruzando su rostro.
—De cierta manera, no puedo decir que lo apreciabas. Emud nunca ha sido una persona cariñosa con ninguno de sus 17 hijos. Sus hijos solo sienten odio o miedo hacia él. Tú no eras la excepción. Tú y tu hermano mayor, que en paz descanse, trataban de rebelarse contra la opresión del duque. Es por eso que estoy aquí, soy uno de sus aliados.
El silencio que siguió fue opresivo. La revelación de tener diecisiete hermanos, todos bajo el yugo de un hombre cruel, me dejó sin aliento. La intensidad de las palabras de Carl, el peso de la traición y la desesperación en su voz, hicieron que el horror de mi situación se sintiera aún más real.
Se decidió que residiría en un escondite de mi tío Carl mientras se convocaba a los líderes involucrados en la rebelión para discutir mi situación y los siguientes pasos en los planes del levantamiento.
Mientras el carruaje avanzaba por el oscuro camino rumbo al escondite, miraba por la ventana con la mente aún aturdida por la confusión y el miedo. De repente, vi a un par de niños, un hermano y una hermana, de alrededor de nueve años, saludándonos desde la distancia. Estaban a un lado de la improvisada carretera, lo que ya era extraño, considerando que eran altas horas de la noche.
Lo más inquietante era su apariencia: vestían solo un camisón largo y desgastado, y tenían una sonrisa siniestra que no pertenecía a niños normales. A medida que nos acercábamos, sus detalles se hacían más nítidos y perturbadores. La escena era tan tétrica que llegué a pensar que no solo había perdido la memoria, sino que también estaba alucinando. Tenía dudas sobre si preguntar a mi tío si lo que veía era real, pero no quería que también me tacharan de loca.
Cuando el carruaje estuvo a una distancia considerable de los niños, vi con horror cómo se lanzaban frente a los caballos. Estos se detuvieron abruptamente, relinchando en pánico. El conductor luchaba por calmarlos mientras yo procesaba el hecho de que los caballos acababan de pisar a unos niños. Bajé del carruaje apresuradamente para evaluar la gravedad de la situación, pero lo que encontré fue aún más impactante: no había ningún niño en el suelo. Solo una espeluznante energía negra se esparcía por el suelo.