El mismo dia en que Adelaide llego al escondite de Carl en el ducado de Valdor.
Sentado detrás de un imponente escritorio de roble oscuro, Emud parecía fundirse con las sombras que se movían en las esquinas de la habitación. Su figura esbelta y pálida resaltaba en contraste con el mueble robusto y oscuro que ocupaba. La luz tenue que se filtraba por las cortinas apenas iluminaba su rostro, resaltando sus ojos profundos y penetrantes, como dos pozos de oscuridad en su tez blanquecina.
Vestido con ropas oscuras y elegantes que parecían absorber la luz, Emud exudaba una presencia inquietante y misteriosa. Cada gesto suyo, desde el tamborileo de los dedos sobre los papeles hasta el leve inclinar de la cabeza al escuchar, parecía calculado y lleno de una quietud ominosa. Aunque su expresión era serena, sus ojos revelaban una intensidad helada y una inteligencia afilada. En ese momento, alguien tocó la puerta del gran salón y entró con sutileza.
—Señor, tengo el informe del grupo enviado tras la señorita Adelaide. Hace dos días, interceptamos el escuadrón que la acompañaba en una cabaña dentro del gran bosque del ducado. Diez hombres fueron abatidos y se les aplicará interrogatorio, pero la señorita logró escapar por un túnel dentro del escondite —dijo el sirviente, su voz apenas más que un susurro tembloroso en la penumbra.
Los labios de Emud se curvaron en una sonrisa fría, pero no dijo nada de inmediato. Se inclinó hacia atrás en su silla, los dedos tamborileando rítmicamente sobre el escritorio, como si estuviera tejiendo una trama invisible de intriga.
—Maten a los sobrevivientes. No dirán nada útil. ¿Alguna idea de hacia dónde huyó? —preguntó Emud, su voz resonando en la sala como un eco de ultratumba, llenando el espacio con una presencia ominosa.
El sirviente tragó saliva nerviosamente antes de responder:
—La dirección del túnel era hacia la frontera de Euka, pero el túnel fue derrumbado en su huida. Es la única información que tenemos.
Emud asintió lentamente, evaluando las palabras del sirviente con una intensidad que parecía casi palpable.
—Es improbable que Adelaide se dirija a Euka. Los portadores de energía sombra son perseguidos como si fueran una plaga en esas tierras. Debió haber tomado algún desvío hacia otra frontera —Decía Emud para sí mismo, más como si estuviera reflexionando en voz alta que dirigiéndose al sirviente.
El sirviente se mantuvo en silencio, sin atreverse a interrumpir los pensamientos de su señor. La sala se llenó de un silencio denso y opresivo, roto solo por el crepitar del fuego en la chimenea y el leve crujido de los muebles antiguos.
—Por otro lado, ha llegado el marqués Elmer. Dice que ha encontrado un regalo que le puede interesar a cambio de un trabajo suyo —anunció el sirviente, rompiendo el silencio tenso que se había instalado en la habitación.
La expresión de Emud cambió sutilmente, un destello de interés brilló en sus ojos oscuros. Se enderezó en su silla, volviendo toda su atención al sirviente.
—Hágalo pasar —ordenó Emud, su voz ahora llena de una calma peligrosa.
El sirviente fue a buscar al marqués Elmer. El marqués era un hombre que había perdido mucho dinero en los últimos años debido a negocios turbios que habían salido a la luz. Pagó grandes sumas para no ser vinculado y desviar la atención. Se rumoreaba que había sido traicionado por su esposa, quien acudió a familias poderosas con información a cambio de la destrucción total del marqués, una pareja un poco conflictiva al parecer.
Cuando el marqués Elmer entró, su nerviosismo era palpable y se reflejaba en cada movimiento torpe y sudoroso. Su figura era redondeada y compacta, como una esfera de carne y grasa que apenas se sostenía sobre unas piernas cortas y rechonchas. Vestía un traje ostentoso pero arrugado, indicativo de su estado de ansiedad constante. La papada doble que oscilaba con cada paso y los ojos pequeños y huidizos bajo una frente brillante de sudor completaban la imagen de un hombre cuya apariencia física contradecía su verdadera naturaleza.
A pesar de su aspecto, que podía engañar a muchos como el de un noble ocioso y despreocupado, aquellos que conocían la verdadera naturaleza del marqués Elmer sabían que era un individuo astuto y despiadado. Sus movimientos nerviosos y su constante mirada furtiva sugerían que estaba siempre alerta, siempre en busca de la próxima oportunidad para beneficiarse a costa de otros.
—Lord Emud, he venido porque requiero de su ayuda. Las voces del bajo mundo me guiaron hasta usted, el "Cruel", la persona que hace realidad tus deseos a cambio de un precio razonable. Nunca pensé que usted fuera el tan mencionado "Cruel" —dijo Elmer, tratando de sonar confiado.
—Yo nunca pensé que alguien tan incompetente y cobarde como tú lograra llegar a mí. Debes de estar muy desesperado para buscarme —respondió Emud con frialdad.