El sonido del teléfono rompió el silencio de la noche. Sofía lo miró desde su escritorio, donde las cifras y los gráficos se deslizaban sin importancia por la pantalla. Era tarde, pero algo en su interior le decía que esta llamada era inevitable. Él estaba regresando.
Con una calma que no sentía, descolgó el teléfono. Sabía lo que iba a escuchar antes de siquiera decir una palabra.
—Sofía… tanto tiempo.
La voz de Ricardo, casi inaudible, la atravesó como un cuchillo. El nombre en sus labios tenía el mismo tono que cuando se conocieron, pero en ella ya no había nostalgia, solo rabia contenida.
—Ricardo —respondió con una calma que le sorprendió incluso a ella misma.
Hubo una pausa. Por un momento, pensó que había colgado. Pero no. Su voz volvió, más fría que nunca.
—Sé que no esperabas que te llamara. Ni tú ni yo queríamos esto, ¿verdad? Pero necesito hablar contigo.
Sofía lo escuchó, pero no respondió de inmediato. Sabía que este momento tarde o temprano iba a llegar, pero no pensó que fuera a ser tan pronto. El hecho de que él estuviera llamando solo significaba una cosa: algo había cambiado. Y no era algo bueno.
—¿Qué quieres? —su voz sonó más fuerte de lo que pensaba. Ya no había lugar para las dudas ni las excusas. Lo que había sucedido entre ellos, todo lo que él le había hecho, no lo iba a dejar atrás tan fácilmente.
—Lo que estás haciendo no te va a llevar a ningún lado, Sofía. Lo sé, has estado investigando. Pensaste que me ibas a atrapar, ¿pero sabes qué? Yo ya lo sé todo. Todo lo que estás haciendo... no vas a ganarme.
Sofía apretó los dientes, incapaz de ocultar la furia que comenzaba a hervir en su interior. ¿Cómo se atrevía a hablarle así después de todo lo que le había hecho? Después de la mentira, de la traición, de todo lo que había perdido por su culpa. Él creía que podía intimidarla. Pero estaba equivocando el juego.
—No soy tan tonta como para seguirte el juego, Ricardo. Lo sé, todo lo sé. Y ahora voy a hacer que pagues. Pero esta vez, no será como antes.
Ricardo no contestó de inmediato. Por un momento, solo se escuchó la respiración entrecortada del otro lado de la línea. Luego, su voz, más grave que nunca, irrumpió de nuevo.
—No sabes en lo que te estás metiendo. Te he estado observando, y no puedes salirte con la tuya. Pero si quieres seguir con esto, allá tú. Sin embargo, te advierto... no va a ser tan fácil.
Sofía cerró los ojos, dejando que el peso de sus palabras calara hondo. Sabía que estaba jugando con fuego. Sabía que esta venganza iba a costarle más de lo que imaginaba, pero ya no había marcha atrás.
—Entonces, ¿qué propones? ¿Sigues creyendo que te tengo miedo? —su voz sonó cortante, como si todo lo que había guardado durante años estuviera desbordándose en ese instante.
El silencio se alargó. Ella pensó que había colgado, pero luego escuchó su voz de nuevo. Esta vez, aún más distante.
—Esto no termina aquí, Sofía. Y cuando todo esto acabe, vas a entender por qué no puedes ganarme.
El teléfono se cortó.
Sofía quedó ahí, inmóvil, mirando el aparato que colgó. El sonido del final de la llamada retumbó en su mente. La sensación de que algo mucho más grande estaba por desatarse la envolvió. Pero no podía retroceder. No ahora. Había esperado demasiado tiempo, y aunque la traición la quemaba por dentro, también la impulsaba hacia adelante.
Era su turno. La venganza no iba a esperar más.