La lluvia empezó a caer de nuevo esa tarde. Cada gota golpeaba el cristal de la ventana con una suavidad ominosa, como si la ciudad misma estuviera presagiando lo que vendría. Sofía se encontraba sentada frente a su escritorio, la habitación iluminada solo por la luz de su lámpara, que creaba sombras alargadas en las paredes. No podía dejar de pensar en la conversación con Ricardo. Sus palabras resonaban en su mente, y aunque lo había visto alejarse de su oficina con una actitud arrogante, ella sabía que él también estaba ocultando algo.
Se levantó de golpe, impaciente. No podía quedarse allí sentada esperando respuestas que no iban a llegar solas. La verdad nunca se ofrecía de manera amable. Sabía que tendría que buscarla, arriesgarse, hacer lo que fuera necesario. No le importaba cuánto tuviera que arrastrarse en el barro de las mentiras de su hermano. Estaba decidida.
Con una rápida mirada a su reloj, Sofía cogió su abrigo, lo lanzó sobre sus hombros y salió de su departamento. La calle estaba desierta, las luces de la ciudad se reflejaban en los charcos, pero el sonido de sus tacones resonaba fuerte, como una advertencia de que nada la detendría.
El bar donde había encontrado a Adrián estaba más lleno de lo que recordaba. La música de fondo creaba una atmósfera densa, casi opresiva, y el murmullo de las conversaciones se fundía con el sonido de las copas al chocar. Sofía pasó entre las mesas, buscando con la mirada a la figura que tanto había llamado su atención la última vez. Y allí estaba, en la misma esquina, el hombre que conocía más de lo que había dejado entrever.
Cuando sus ojos se encontraron, él levantó una ceja, pero no dijo nada. No necesitaba palabras para saber lo que Sofía quería. Ya había tomado una decisión, y no había marcha atrás.
—Lo que necesitas no está aquí, Sofía —dijo el hombre, con voz grave, mientras dejaba su copa a un lado y la observaba fijamente.
Sofía se sentó sin pedir permiso. No iba a perder tiempo en rodeos.
—¿Por qué estás ayudando a Ricardo? —su tono era directo, pero en su interior sentía una mezcla de nerviosismo y desesperación. No podía seguir ignorando lo que estaba a punto de descubrir. Necesitaba la verdad, aunque eso significara ir más allá de lo que había imaginado.
El hombre suspiró, pero no pareció sorprendido por su pregunta. Se inclinó hacia ella, como si sus palabras fueran más peligrosas que cualquier bala.
—Porque si no lo hago, él vendrá a buscarme, y no tengo ganas de terminar como otros que pensaron que podían escapar —respondió, con una sonrisa amarga que no alcanzó sus ojos.
Sofía no se sorprendió. Sabía que el juego de poder en el que se encontraba era más grande de lo que imaginaba. Lo que no entendía era por qué el hombre parecía estar tan dispuesto a ayudarle a pesar de las consecuencias.
—¿Qué quieres a cambio? —preguntó, sabiendo que todo en ese lugar tenía un precio.
—Nada que no puedas pagar —respondió, sus ojos brillando con una intensidad inquietante.
Sofía se tensó. No sabía si debía temerle o confiar en él, pero su instinto le decía que debía seguir. Si quería entender qué estaba pasando, no podía dar un paso atrás. No ahora.
—Quiero saber qué pasó con mi hermano —dijo, las palabras saliendo de su boca con una fuerza renovada. Ya no era una pregunta. Era una demanda. Sabía que el hombre tenía información valiosa, y esa información podía llevarla más cerca de la verdad.
El hombre la estudió por un momento, como si evaluara si valía la pena seguir adelante con esa conversación. Finalmente, dejó escapar un suspiro, resignado.
—No te va a gustar lo que vas a descubrir —dijo, su voz grave como si hubiera presagiado lo que vendría.
—No me importa —replicó Sofía, sin dudarlo.
El hombre la miró en silencio por unos segundos más, antes de asentir ligeramente con la cabeza. Como si ya hubiera tomado una decisión sobre qué camino tomar.
—Ricardo no es quien dices que es —dijo, y sus palabras cayeron sobre Sofía como una losa.
—Sé lo que hizo. —La respuesta de Sofía salió de su boca con rabia, aunque sabía que no era suficiente. Había algo más, algo más oscuro que se estaba ocultando bajo la superficie.
—No solo es un mentiroso, Sofía. —El hombre la miró fijamente—. Él ha estado involucrado en cosas mucho peores de lo que imaginas. Si sigues buscando la verdad, te vas a dar cuenta de que lo que creías saber es solo una pequeña parte de todo lo que ha estado pasando.
Sofía sintió un escalofrío recorrer su espina dorsal. Cada palabra que él pronunciaba hacía que el laberinto de mentiras y traiciones en el que estaba atrapada se volviera aún más intrincado. ¿Qué había hecho realmente Ricardo? ¿Qué estaba dispuesto a hacer para mantener sus secretos a salvo?
El hombre continuó, sin que Sofía pudiera interrumpirlo.
—Ricardo no solo ha estado manipulando a todos los que lo rodean. Hay alguien más, alguien más grande, detrás de él. La muerte de tu hermano no fue un accidente, Sofía. Fue el primer paso de un juego mucho mayor.
La pieza del rompecabezas que había estado faltando por fin estaba frente a ella, pero las implicaciones eran mucho mayores de lo que había imaginado. La muerte de su hermano no había sido un simple crimen. Había sido un mensaje, una jugada en una guerra silenciosa.