Sombras de venganza

Epílogo - La reina del tablero

El viento helado se colaba entre los rascacielos mientras Sofía caminaba por la avenida desierta. La ciudad parecía diferente, casi irreconocible bajo el manto de su victoria. Habían pasado semanas desde la noche en que había terminado con Alexei y Vladimir, semanas desde que había reclamado el control de su vida y su destino. Pero la paz que había imaginado nunca llegó.

La venganza no había sido dulce. Había sido un acto metódico, una disección precisa de las vidas de quienes la traicionaron. Había destruido a todos los que alguna vez la manipularon, pero al mirar el vacío que quedó, Sofía se preguntaba si alguna vez había habido algo más. La victoria no llenaba el silencio ni calmaba el eco de las verdades que había desenterrado.

En su nueva oficina, un despacho con ventanales que dominaban la ciudad, Sofía se sentó en un sillón de cuero negro. Sobre el escritorio, una caja de madera oscura esperaba. La había encontrado esa mañana, dejada en la puerta por alguien que claramente sabía demasiado sobre ella. Al abrirla, encontró una fotografía vieja, desgastada en las esquinas. En la imagen, estaban Alexei, Vladimir y… ella.

La instantánea era de años atrás, tomada antes de que las mentiras y las máscaras se interpusieran entre ellos. Sus sonrisas eran reales, despreocupadas, como si el futuro no tuviera lugar para el dolor. Sofía apretó la fotografía entre los dedos, sintiendo una punzada en el pecho. Había olvidado que alguna vez existió esa versión de ellos.

Debajo de la foto, una nota manuscrita descansaba. La caligrafía era precisa, casi elegante:
"¿Eres feliz ahora?"

Sofía soltó una risa amarga. La pregunta, aunque sencilla, llevaba un peso aplastante. Era una burla, un recordatorio de todo lo que había perdido en su cruzada. Pero ¿la felicidad era realmente lo que buscaba? ¿Alguna vez lo había sido? Cerró la caja, dejando la pregunta sin respuesta. No necesitaba reflexionar sobre ello; la Sofía que había sido estaba muerta, y la mujer que había emergido no tenía espacio para esas debilidades.

Se levantó y caminó hacia la ventana. Desde allí, podía ver todo lo que ahora controlaba. Las empresas, las cuentas, las conexiones… Todo lo que Vladimir y Alexei habían usado en su contra ahora era suyo. Pero lo que veía no era poder. Era soledad.

—¿Esto es todo lo que queda? —susurró al reflejo que le devolvía la mirada.

No había lágrimas, ni arrepentimientos visibles. Solo una verdad cruda que se asentaba como un peso en su pecho. Había ganado, sí. Pero al hacerlo, había perdido algo que no podía recuperar. Sofía ya no era una víctima, ni una pieza en el tablero. Era la reina. Pero, como toda reina, estaba sola en la cima.

Esa noche, la ciudad se iluminó con las luces del caos que ella misma había provocado. Mientras miraba los destellos de las sirenas lejanas, Sofía cerró los ojos. Quizás el precio de su victoria era este: un vacío perpetuo, un reino sin aliados, un legado de cenizas. Pero al menos, se dijo a sí misma, era un vacío que ella había elegido.

Cuando amaneció, Sofía se marchó. Dejó atrás la oficina, la fotografía y la caja. Nadie supo a dónde fue. Algunos dicen que construyó un imperio en las sombras, un lugar donde nadie pudiera tocarla. Otros creen que simplemente desapareció, harta de todo y de todos.

Lo único cierto es que el tablero de traiciones quedó desierto. La partida había terminado, y Sofía, la reina caída, había decidido caminar por un camino donde no habría más reglas, ni verdades, ni mentiras.

Y así, el silencio de su elección resonó mucho más fuerte que cualquier venganza.




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