Las luces de la ciudad titilaban a lo lejos como miles de estrellas distantes, pero para Yuna Kurogane, nada más allá de la ventana parecía real. Su mundo, reducido a una pequeña habitación en el décimo tercer piso de un rascacielos olvidado, ya no tenía propósito. La soledad era un pozo en el que se hundía lentamente.
A sus 23 años, Yuna había conocido el fracaso más de una vez. Perdió a sus padres siendo niña, y aunque los sobrevivió, las cicatrices emocionales nunca desaparecieron. El sistema la devoró joven, haciéndola saltar de hogar en hogar hasta que el peso de su propia existencia la aplastó por completo. Con la universidad abandonada y sin trabajo estable, los días pasaban uno tras otro, carentes de significado. Era un espectro que caminaba entre los vivos.
Sin embargo, algo cambió aquella noche. El frío del invierno se colaba entre las grietas de su apartamento, pero Yuna apenas lo notaba. Sentía un malestar profundo en su pecho, una sensación de inquietud que no podía explicar. Era como si una sombra se hubiera sentado en su pecho, empujando con fuerza hasta que el aire le faltaba.
Salió al balcón buscando algo de aire, sus pulmones luchando por mantener un ritmo normal. Y entonces lo vio. Un destello en el cielo, demasiado brillante para ser una estrella, demasiado rápido para ser un avión.
"¿Un meteorito?" pensó, observando cómo la luz se acercaba.
Antes de poder reaccionar, esa misma luz se expandió en el horizonte, llenando la ciudad de un resplandor antinatural, como si el cielo se hubiese rasgado en dos. El suelo bajo sus pies tembló. Yuna intentó retroceder, pero el suelo desapareció. El aire frío fue reemplazado por una oscuridad absoluta. Sentía cómo su cuerpo caía en un vacío interminable, sin poder gritar, sin poder moverse.
Cuando abrió los ojos de nuevo, ya no estaba en su ciudad. La luz fría y constante de la urbe había sido reemplazada por un cielo cargado de tormentas negras y relámpagos. Yuna estaba tendida sobre un suelo metálico, cubierto de suciedad y sangre seca. El olor a muerte y óxido invadió sus sentidos.
El ruido de botas pesadas resonaba a lo lejos, y cuando logró levantar la cabeza, vio un espectáculo que nunca olvidaría. Un grupo de soldados, enfundados en armaduras pesadas, avanzaba en formación. Sus cascos ocultaban sus rostros, pero sus movimientos eran precisos, inhumanos. Yuna supo al instante que no estaba en la Tierra.
Un destello rojo cruzó el aire, y una explosión sacudió el terreno. Los soldados respondieron sin vacilar, disparando sus armas hacia una horda de criaturas que se abalanzaba sobre ellos desde las sombras. Los monstruos no parecían de carne y hueso, sino amalgamas de metal y odio, fusionados con una tecnología que parecía antinatural, demoníaca.
Yuna intentó moverse, pero su cuerpo no respondía. El miedo paralizaba cada uno de sus músculos, y una voz resonaba en su mente: "No perteneces aquí..."
Sintió una punzada en su cabeza, un dolor agudo, como si algo estuviera intentando perforar su cráneo desde adentro. Gritó, pero no había nadie para escucharla. La guerra continuaba a su alrededor, ajena a su presencia. Pero esa misma guerra estaba ahora dentro de su mente.
No era un accidente. Había sido traída aquí.
—¡Alto! —gritó una voz grave a pocos metros de distancia.
Un soldado, de pie frente a ella, la miraba con desconfianza. Su armadura estaba cubierta de cicatrices de batalla, y su rostro, pálido y endurecido por años de lucha, apenas mostraba emoción.
—¿Eres una bruja? —preguntó, blandiendo un arma que parecía fusionar tecnología avanzada con elementos arcaicos.
Yuna no entendía lo que estaba pasando, pero algo en su interior se agitaba. Una voz sutil, oculta en las profundidades de su mente, le susurraba que había más en ella de lo que podía ver o entender. El don de la psique, una conexión profunda con lo desconocido.
—No sé... —balbuceó Yuna, su mente acelerada por el pánico.
El soldado dio un paso hacia ella, levantando su arma con desconfianza. En este universo brutal, no había lugar para la duda. Las brujas psíquicas eran temidas y destruidas, sus poderes una amenaza para la estabilidad de la realidad misma.
—¡Cállate y no te muevas! —ordenó, mientras otros dos soldados se acercaban.
De pronto, el dolor en su cabeza aumentó, y con un grito desgarrador, Yuna sintió cómo algo estallaba desde dentro. Un pulso invisible se expandió en todas direcciones, derribando a los soldados cercanos. El aire se tornó denso, como si el mismo espacio estuviera a punto de colapsar.
El silencio que siguió fue más aterrador que cualquier batalla. Los soldados que aún estaban en pie la observaban con horror. No sabían si ella era una simple humana perdida o una bruja que debía ser purgada.
Yuna, jadeando, apenas podía comprender lo que había sucedido. Su mente era un caos de imágenes y sensaciones desconocidas, y por primera vez en su vida, comprendió la magnitud del lugar donde se encontraba. Este no era su mundo. Este era un lugar donde la vida y la muerte se decidían en un suspiro, donde los poderes más oscuros y aterradores gobernaban cada rincón del universo.
Pero Yuna no tenía opción. Ahora, estaba atrapada aquí. Y sobrevivir era su única meta.