Sombras del Caos

Capítulo 3: La carga del conocimiento

El frío cortaba como cuchillas en el aire mientras Yuna avanzaba lentamente a través de los restos de la estructura donde se había refugiado. El campo de batalla aún rugía a lo lejos, pero el eco de las explosiones y los gritos parecía lejano, casi irreal desde la quietud momentánea que había encontrado en su escondite. Su respiración se estabilizaba poco a poco, pero la tensión seguía acumulada en sus músculos. No podía relajarse. No en un mundo como este.

Estaba sola, en un universo que no comprendía, con un poder que no sabía controlar y que podría matarla tan rápido como a cualquier enemigo. ¿Era esto lo que significaba ser una bruja psíquica? Una carga. Un arma. Una amenaza.

El sonido de pasos metálicos resonó de nuevo, haciendo que su corazón latiera con fuerza. Se presionó contra una pared de metal corroído, sus ojos escaneando el horizonte. No podía dejar que la encontraran. No de nuevo.

Por un momento, pensó que los pasos se alejaban, pero la realidad la golpeó cuando la sombra de una figura oscura apareció en la entrada de la ruina. Yuna no podía verlo bien, pero sabía que era otro soldado. Su armadura reflejaba la escasa luz que llegaba desde los relámpagos en el cielo, su silueta imponente y aterradora.

—¿Otra vez tú? —la voz resonó, grave y desprovista de emoción.

Era el mismo soldado que la había encontrado antes, el que casi la había matado cuando perdió el control de su poder psíquico. Ahora la observaba, con la misma desconfianza, pero había algo más en su mirada esta vez. Quizás un rastro de curiosidad.

Yuna dio un paso atrás, buscando una salida. No podía confiar en nadie aquí. Pero antes de que pudiera moverse, el soldado levantó una mano.

—No lo hagas. No intentes escapar. Esta vez no estoy aquí para matarte... no todavía.

El tono de su voz era peligroso, pero también contenía una extraña calma. Yuna no sabía qué pensar. Apretó los puños, sintiendo que el dolor de cabeza amenazaba con volver. Esa presión, esa constante amenaza de perder el control.

—¿Qué quieres? —preguntó finalmente, su voz más fuerte de lo que esperaba.

El soldado dio un paso adelante, observándola. Ahora podía ver su rostro claramente: cicatrices que surcaban su piel curtida por años de batalla, ojos grises como acero, y una expresión que no mostraba emoción alguna, solo una severidad que lo hacía parecer más una máquina que un ser humano.

—Vi lo que hiciste antes. Ese... estallido. No eres como los demás. —Su voz era fría, pero directa, como si hablara de una simple observación de hechos, no de algo trascendental.

Yuna tragó saliva, sin saber cómo responder. ¿Admitir lo que era? ¿Decirle que ni siquiera comprendía cómo había logrado desatar ese poder? ¿O mentir y fingir que no tenía idea de lo que él hablaba? Cualquier opción parecía llevarla hacia un abismo que no podía prever.

—No sé lo que soy —murmuró finalmente, desviando la mirada—. Ni siquiera debería estar aquí. Todo esto... no es mi mundo.

El soldado la miró con fijeza, sin inmutarse.

—Ninguno de nosotros pertenece realmente a este mundo —respondió—. Pero eso no cambia lo que eres ahora. —Pausó un momento, su mirada se endureció—. Eres una psíquica.

Yuna sintió un escalofrío recorrerle la espalda. La palabra resonaba en su mente como un eco oscuro, trayendo consigo imágenes de muerte y destrucción, de poderes más allá de lo comprensible, y de un universo que temía a aquellos como ella.

—No lo quiero —replicó Yuna, su voz temblando un poco—. No pedí esto. Solo quiero volver a mi vida, a lo que era antes.

El soldado la observó por un momento más, y algo en su expresión cambió, apenas perceptible. Una mezcla de desdén y, quizás, comprensión.

—Nadie quiere ser lo que es en este lugar. —Su tono era más bajo, casi como si hablara para sí mismo—. Este universo no concede deseos. Solo te da lo que necesitas para sobrevivir. Y tú, chica, necesitarás mucho más que suerte si quieres seguir viva.

Yuna lo miró con desconfianza. ¿Qué quería de ella? ¿Por qué no la mataba ahora, como hubiera hecho cualquier otro en este mundo despiadado?

—Dime una cosa —continuó él—. ¿Cuánto tiempo crees que puedes seguir adelante sin saber controlar tu poder? La próxima vez que pierdas el control, podrías destruirnos a todos. O algo peor podría encontrarte primero.

Yuna sintió que su respiración se aceleraba. La verdad en sus palabras la golpeaba con fuerza. Lo que había hecho antes no había sido una elección consciente. Era algo que había surgido del miedo, de la desesperación. Si no aprendía a controlarlo, estaba tan condenada como los soldados que luchaban contra las criaturas en ese campo de batalla.

—¿Qué me sugieres que haga? —preguntó con una mezcla de desafío y resignación.

El soldado dio otro paso hacia ella, sus ojos fijos en los de Yuna.

—Aprender —respondió con una frialdad absoluta—. Aprender a usar lo que tienes antes de que te consuma. Porque créeme, lo hará. Y si eso ocurre, no habrá nadie que pueda salvarte.

Yuna tragó saliva, sintiendo el peso de sus palabras. Pero algo en ella aún no confiaba del todo en este hombre. ¿Por qué le importaba? En un lugar como este, donde la vida no tenía valor, donde la muerte era una constante, no había espacio para la compasión ni para el altruismo.

—¿Por qué te importa? —preguntó, su voz quebrada por la desconfianza.

El soldado la observó en silencio durante un largo momento, como si evaluara si responder o no. Luego, su expresión se endureció de nuevo.

—No me importa. Pero si tu poder se descontrola, serás más peligrosa para nosotros que cualquier enemigo en este campo de batalla. Y no voy a morir por una psíquica sin control.

La franqueza de sus palabras la golpeó. No era compasión. Era supervivencia. Él no la veía como un ser humano, sino como una posible amenaza. Si no aprendía a controlar su poder, la matarían sin dudarlo.




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