Sombras del Caos

Capítulo 4: Sombras en la mente

El camino que Yuna recorría junto al soldado se hacía cada vez más pesado, no por el terreno, sino por la creciente sensación de opresión en su pecho. Habían caminado durante horas a través de los restos del campo de batalla, pasando entre cuerpos destrozados y máquinas rotas que se oxidaban bajo el cielo tormentoso. La oscuridad de este nuevo universo no solo habitaba en su entorno, sino que también comenzaba a invadir su mente.

El soldado, cuyo nombre aún no le había revelado, la guiaba en silencio. Era un hombre curtido por la guerra, su porte firme y sin muestras de fatiga, pero Yuna no podía sacudirse la desconfianza que sentía hacia él. Era claro que él solo la mantenía viva por un propósito. Ella era una herramienta, no una aliada.

—¿Dónde vamos? —preguntó finalmente, rompiendo el incómodo silencio.

El soldado no se giró para mirarla, pero su respuesta llegó sin demora, seca como siempre.

—A un lugar donde aprenderás a no ser un peligro para los demás.

Las palabras la golpearon como una verdad incómoda. Peligro para los demás. Esa frase había comenzado a definirla desde que despertó en este infierno. El poder que llevaba dentro no era un regalo; era una maldición que podría destruir todo a su alrededor. Ya lo había hecho antes, aunque no lo hubiera deseado. Y, sin embargo, algo en el fondo de su ser comenzaba a resonar con ese poder.

—¿Y quién me va a enseñar? —insistió Yuna.

Esta vez, el soldado se detuvo, girando su cabeza solo lo suficiente para que ella viera su perfil endurecido.

—Un psíquico experimentado, alguien que ha sobrevivido mucho más tiempo del que debería en este universo. Si alguien puede ayudarte a controlar tu don antes de que te mate, es él.

Las palabras del soldado no le daban consuelo. Había demasiadas preguntas sin responder, demasiadas piezas del rompecabezas que no encajaban. Pero no tenía elección. Si quería vivir, debía seguir adelante, aunque el camino la llevara a enfrentarse con más de lo que podía soportar.

Después de un par de horas más de caminata, finalmente llegaron a lo que parecía ser una estructura parcialmente enterrada en el suelo, como una fortaleza abandonada. No había luz, solo la sombra de lo que en algún momento había sido un refugio. El soldado avanzó sin vacilar y Yuna lo siguió, sus pasos resonando en el metal oxidado.

Dentro, el silencio era aún más opresivo que en el exterior. Un leve zumbido, como si algo latiera en las paredes mismas, vibraba en el aire. Yuna lo sintió en su mente, algo oscuro y antiguo que residía en este lugar. El soldado no parecía inmutarse.

Caminó hacia lo que parecía ser una puerta de metal corroído y la abrió con un empujón brusco. Del otro lado, una sala tenue y amplia, iluminada apenas por lo que parecían ser máquinas antiguas, se desplegaba ante ellos. Y, en el centro de esa sala, una figura encapuchada los esperaba.

—Ah, finalmente has llegado. —La voz de la figura era profunda y resonante, casi como si viniera desde otro plano de existencia—. Sabía que vendrías, niña.

Yuna dio un paso atrás por instinto, pero el soldado se mantuvo firme.

—Él te ayudará —dijo el soldado—. Si puedes soportarlo.

La figura encapuchada levantó una mano y Yuna sintió un tirón en su mente, como si alguien estuviera intentando arrancar sus pensamientos. Su primer instinto fue gritar, pero contuvo el miedo. El dolor en su cabeza, ese peso constante, volvió, pero esta vez más intenso, como si alguien estuviera abriendo una puerta que ella misma había cerrado desde su llegada a este mundo.

—No temas, niña —dijo la figura, con un tono más bajo, aunque con una amenaza latente—. Lo que sientes es la verdad de lo que eres. Lo que yace dormido dentro de ti no puede ser contenido. O lo controlas, o te destruye.

Yuna apretó los dientes, resistiendo el dolor, pero sabía que algo dentro de ella había cambiado. Las palabras de la figura resonaban con una verdad incómoda. No podía seguir ignorando lo que era. Cada paso que daba la acercaba más a su propia destrucción, o a algo peor.

—¿Qué soy? —preguntó Yuna, su voz temblando.

La figura encapuchada rió, una risa baja y amarga.

—Eres una semilla en el viento. Una chispa en un universo que arde. Pero, más allá de las palabras, niña, lo que eres solo lo sabrás cuando decidas qué harás con el poder que llevas dentro.

Yuna sintió una presión abrumadora en su mente. No era solo el dolor físico, era el peso de la elección que se avecinaba. Controlar su poder no era simplemente aprender una técnica, era dominar algo profundo y oscuro dentro de ella. Algo que crecía con cada momento que pasaba en este universo.

—¿Qué es lo que tengo que hacer? —preguntó, con un nudo en la garganta.

La figura se acercó un paso, lo suficiente para que Yuna pudiera ver sus ojos, unos ojos que brillaban con una luz que no era del mundo físico. Era como si ese ser existiera entre dos realidades, una de carne y otra de pura energía psíquica.

—Debes abrirte a lo que eres. Dejar de luchar contra ello. Si sigues resistiendo, te romperá. Pero si lo aceptas... —hizo una pausa, como saboreando las palabras—. Si lo aceptas, entonces serás capaz de moldear este universo a tu voluntad. Nadie podrá detenerte.

Esas palabras la asustaron, pero también encendieron algo en ella. Una chispa. ¿Podría realmente controlar ese poder hasta el punto de ser invencible? ¿Hasta el punto de ser libre de las reglas de este mundo brutal?

El soldado, que había permanecido en silencio hasta ahora, dio un paso adelante.

—No hay garantías, Yuna —dijo con frialdad—. El poder puede ser un arma, pero también puede destruirte si lo usas mal.

Ella lo miró, sus ojos encontrando los suyos por un instante. Él hablaba con conocimiento, con una dureza que solo venía de la experiencia. Pero su mente estaba dividida. ¿Qué opción tenía realmente? ¿Dejar que el poder la consumiera lentamente o abrazarlo y convertirse en algo más?




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