Sombras del Caos

Capítulo 8: El precio de la elección

El primer rayo de luz del día atravesaba las ventanas rotas de la fortaleza, pero Yuna apenas lo notaba. El aire a su alrededor vibraba con energía psíquica. El poder que había aceptado era tan abrumador como liberador. Sentía cómo se enroscaba en su mente, lo podía controlar, pero también sabía que, de algún modo, había perdido algo importante. Aunque todavía no podía entender completamente lo que había sacrificado, la sensación de vacío en su pecho le recordaba que nada de lo que había hecho era gratis.

Mientras se levantaba de la cama, el eco de la noche anterior la perseguía. Recordaba cómo la energía la había inundado cuando decidió aceptar lo que siempre había temido. Esa ola de poder, embriagadora, la había dejado casi sin aliento. El psíquico la había observado en silencio, y cuando todo había terminado, solo dijo una cosa: "El camino está marcado".

Pero, ¿a dónde la llevaría?

El soldado esperaba en el pasillo cuando Yuna salió de su habitación. No había sido necesario intercambiar palabras; ambos sabían que algo había cambiado. Él la observó, sus ojos buscando algún rastro de la joven que había conocido, pero lo que vio lo preocupó más de lo que estaba dispuesto a admitir.

—Entonces, ¿ya lo has aceptado? —dijo, su tono más bajo de lo habitual.

Yuna asintió, su rostro inexpresivo.

—Lo he hecho.

El soldado no dijo nada más, pero el silencio entre ambos era pesado. Sabía que Yuna estaba cambiando, y ese cambio lo llenaba de una inquietud que no podía expresar.

El psíquico la esperaba en la cámara de entrenamiento. Al entrar, Yuna sintió cómo la energía se acumulaba de nuevo en su interior, lista para ser desatada, pero esta vez no necesitaba luchar para controlarla. Era una parte de ella. Algo que ahora fluía naturalmente, sin resistencia. Los fragmentos del cristal destrozado aún yacían en el suelo, pero ya no parecían importantes. El verdadero cambio estaba en ella.

—Te sientes más fuerte, ¿verdad? —preguntó el psíquico, su tono sin emoción, aunque con una ligera curiosidad detrás.

—Sí —respondió Yuna con frialdad—. Pero también siento que algo me falta.

El psíquico asintió lentamente.

—Eso es lo que sucede cuando tomas decisiones que afectan tu esencia. El poder que has aceptado es inmenso, pero como advertí, el coste es igual de grande. Lo que has perdido, Yuna, no es algo que puedas recuperar. Pero lo que ganes con este poder... podría superar cualquier otra cosa.

Yuna apretó los puños. Sentía la verdad en sus palabras, pero la pérdida aún la inquietaba. Era como si una parte de ella hubiera sido arrancada, pero lo que la reemplazaba era algo frío, algo calculador.

—¿Qué sigue ahora? —preguntó, sin apartar la mirada del psíquico.

—Ahora, probaremos hasta dónde puedes llegar —respondió él, levantando una mano.

De repente, la cámara se llenó de sombras. No era la primera vez que el psíquico invocaba esas formas, pero ahora las sentía de manera diferente. Eran más definidas, más reales. Las sombras se movían a su alrededor, retorciéndose y cambiando de forma, como si estuvieran esperando que ella las comandara.

—Estas sombras son un reflejo de lo que te rodea —explicó el psíquico—. Un eco de tu poder. Si puedes controlarlas, si puedes hacer que se sometan a tu voluntad, sabremos que estás lista para el siguiente paso.

Yuna extendió una mano hacia las sombras. En cuanto lo hizo, sintió una conexión inmediata. La energía fluía hacia ellas, y por un momento, todo pareció estar bajo su control. Eran una extensión de su voluntad.

Pero entonces, algo falló. Las sombras se resistieron. No se desvanecieron, pero empezaron a volverse más densas, más agresivas. La conexión entre ellas y Yuna se tambaleó, como si estuvieran luchando por liberarse de su control.

—No es suficiente —gruñó el psíquico desde la oscuridad—. Debes forzarlas. ¡Hazlas tuyas!

Yuna sintió un latido en su cabeza, un dolor punzante que atravesó su mente. Las sombras se resistían, no porque fueran más fuertes que ella, sino porque, en el fondo, algo en su interior dudaba. Esa duda era lo que las mantenía en su estado rebelde. Pero, ¿por qué dudaba? Había aceptado su poder, lo había abrazado.

—¡Vamos! —gritó el psíquico—. ¡Debes someterlas o te consumirán!

El dolor en su cabeza aumentó, pero esta vez Yuna no intentó resistirlo. En lugar de eso, lo abrazó, al igual que había hecho con su poder. Las sombras seguían rebelándose, pero ahora entendía algo que antes no había visto: no se trataba de dominarlas, sino de integrarlas, de convertirlas en una parte de ella.

Respiró hondo, cerró los ojos, y dejó que su mente se fusionara con las sombras. El dolor se disipó lentamente y, cuando abrió los ojos de nuevo, las sombras habían dejado de resistirse. Ahora se movían a su alrededor, obedientes, sumisas.

El psíquico sonrió, pero su expresión era más inquietante que tranquilizadora.

—Has dado otro paso, pero el camino aún es largo. Las sombras siempre estarán ahí, esperando una oportunidad para tomar el control. No las subestimes.

Yuna no respondió. Sabía que había ganado esa batalla, pero sentía que había algo más profundo acechando. Algo que todavía no comprendía del todo, pero que pronto se revelaría.

Esa noche, el soldado fue a verla. Había estado vigilándola desde la distancia, pero ahora sentía la necesidad de decir lo que llevaba tiempo callando.

—Cada vez que usas ese poder, veo cómo te alejas más de lo que eras —dijo, sus palabras lentas y cuidadosas—. No sé qué piensas o si siquiera te importa, pero te lo digo porque alguien tiene que hacerlo. Hay un punto de no retorno, Yuna, y no creo que estés lejos de cruzarlo.

Yuna lo miró en silencio. Sabía que tenía razón. Había perdido algo, pero lo que estaba ganando era una fuerza que nunca había imaginado. ¿Era el precio demasiado alto? No lo sabía.




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