El sonido de los cañones resonaba en la distancia, una tormenta de fuego y metal que amenazaba con consumir todo a su paso. Desde lo alto de la fortaleza, Yuna observaba el avance imparable del enemigo, criaturas de carne y acero que atravesaban las filas de los soldados sin piedad.
El viento soplaba con fuerza, llevando consigo el eco de gritos y explosiones. Las manos de Yuna temblaban ligeramente, no de miedo, sino de anticipación. Sentía el poder latir dentro de ella, agitado, esperando ser liberado. Esperando su decisión.
—Están perdiendo terreno, Yuna —dijo el soldado a su lado, su voz tensa. Había pasado días preparándose para esta batalla, pero sabía, al igual que ella, que la victoria dependía de algo mucho más grande que su entrenamiento—. Si no haces algo ahora, no podremos contenerlos.
Yuna asintió lentamente, pero no respondió. Desde que había aceptado el poder, cada momento era una prueba. Sentía cómo la energía psíquica la atravesaba, exigiendo ser utilizada, pero con cada uso, el control se volvía más difícil. El psíquico la había advertido, pero esas advertencias ahora sonaban distantes. Solo quedaba la urgencia del momento.
—¿Qué estás esperando? —El soldado la miró, sus ojos mostrando una mezcla de desesperación y algo más profundo: confianza. Confiaba en que ella lo haría, que salvaría a todos.
Yuna lo observó en silencio, sus pensamientos dividiéndose entre la razón y el instinto. La voz en su mente, esa oscuridad que la acompañaba desde que había abrazado su poder, susurraba suavemente, empujándola hacia la acción.
—Ellos no lo entenderán, pero lo que estás a punto de hacer es necesario. —La voz era suave, casi reconfortante—. Eres la única capaz de detener esto.
Cerró los ojos por un momento y, cuando los abrió de nuevo, supo lo que debía hacer.
—Está bien —dijo finalmente, su voz más firme de lo que esperaba—. Me encargaré de esto.
Descendió hacia el campo de batalla, el suelo temblando bajo sus pies mientras se acercaba al frente. Los soldados luchaban desesperadamente, pero las criaturas eran imparables. El soldado corría detrás de ella, pero Yuna ya no escuchaba sus palabras. Todo se desvanecía en el caos. Solo quedaba el poder dentro de ella, creciendo, buscando una salida.
Se detuvo en medio del campo, rodeada de fuego y destrucción. Podía sentir la tensión en el aire, los ojos de los soldados puestos en ella. Sabían lo que era, sabían lo que podía hacer, pero también sabían que temían lo que vendría después.
—Hazlo, —insistió la voz, más fuerte ahora—. Es la única forma.
Con un movimiento fluido, Yuna levantó sus manos y dejó que la energía fluyera hacia el mundo. Al principio, fue una liberación controlada, una ola de poder que se extendió por el campo, destruyendo a las criaturas que estaban más cerca. Los soldados observaron, asombrados, cómo los monstruos eran destrozados por la fuerza invisible que Yuna desataba.
Pero algo en su interior comenzó a cambiar. El poder creció, expandiéndose más allá de lo que había planeado.
Las sombras alrededor de Yuna, que hasta ahora habían sido sus aliadas, comenzaron a retorcerse, volviéndose más densas, más opresivas. Podía sentir el calor en su pecho, pero también algo más frío: la oscuridad que siempre había temido, empujando para tomar el control.
El soldado gritaba su nombre desde lejos, pero las palabras eran ininteligibles. El poder la consumía.
—No te detengas ahora, —dijo la voz—. Si lo haces, morirán todos. Sigue adelante. El control es tuyo.
Pero ya no lo sentía. Las sombras que antes había dominado ahora se volvían contra ella. Los soldados que estaban demasiado cerca cayeron al suelo, atrapados en la vorágine de energía que había desatado. Yuna los veía caer, pero no podía detenerse. Era demasiado tarde.
El psíquico apareció en la distancia, observando la escena con ojos endurecidos. No intentó detenerla, pero en su rostro se podía ver lo que ya sabía: Yuna había cruzado la línea que tanto había temido.
—Esto es lo que siempre fuiste, —susurró la voz—. Esto es lo que eres. Acepta la destrucción como parte de ti.
Con un grito ahogado, Yuna intentó detener el flujo de energía, pero el esfuerzo la desgarraba por dentro. Sentía su mente fracturándose, partiéndose entre el deseo de control y la necesidad de destrucción.
Finalmente, cayó de rodillas, la energía desvaneciéndose lentamente. Cuando el campo de batalla quedó en silencio, los cuerpos de las criaturas yacían a su alrededor... junto con los de los soldados. Algunos la miraban con incredulidad desde el suelo, otros ya no respiraban.
El soldado, herido pero vivo, se acercó a ella. No dijo nada, solo la observó, su mirada llena de una mezcla de dolor y traición. Sabía que Yuna no había querido esto, pero ahora que lo había visto con sus propios ojos, sabía que no había vuelta atrás.
—¿Qué has hecho...? —murmuró finalmente, su voz rota.
Yuna no respondió. No había palabras. Había salvado la fortaleza, pero al precio de vidas que no quería haber tomado. El poder que había desatado no había sido solo para ganar una batalla, sino para reafirmar lo que la voz le había dicho: el control absoluto requería un sacrificio absoluto.
Cuando se levantó, sintió que algo en ella se había roto. El poder estaba allí, esperándola, pero también lo estaba la certeza de que había perdido algo más importante que una batalla.
El psíquico la miraba desde la distancia, su expresión vacía. Sabía lo que Yuna había hecho. Sabía lo que vendría después.
Yuna había cruzado la línea.