El amanecer llegó lentamente, bañando la fortaleza en una luz fría y gris. Pero para Yuna, el sol ya no traía consuelo. Las sombras dentro de ella eran más fuertes que nunca, y la victoria de la noche anterior, a pesar de salvar la fortaleza, le había dejado un sabor amargo.
El soldado había evitado cualquier conversación desde que la confrontó en el campo de batalla. Ahora, cuando lo veía a la distancia, notaba la forma en que sus ojos ya no la buscaban como antes, la desconfianza evidente en cada gesto. Algo entre ellos se había roto, pero Yuna ya no estaba segura de si quería repararlo.
El psíquico, en cambio, seguía en las sombras. Sabía que él observaba, evaluando cada movimiento, esperando a ver qué tan lejos estaba dispuesta a llegar. Pero lo que más la inquietaba no eran las miradas del soldado ni el silencio del psíquico; era el susurro constante en su mente.
—Ellos no entienden tu poder, —susurraba la voz, suave como siempre—. Están atrapados en sus propias debilidades. Pero tú... tú eres diferente. Solo necesitas aceptarlo.
Yuna apretó los puños, luchando por mantener el control. Sabía que estaba al borde de algo más grande, pero también sabía que si cedía completamente, no habría vuelta atrás. El dilema la consumía, una batalla interna más intensa que cualquier enfrentamiento en el campo de batalla.
El soldado, mientras tanto, se había refugiado en el arsenal de la fortaleza. Limpiaba su equipo en silencio, su mente dividida entre el deber y la preocupación que sentía por Yuna. Había visto algo en ella, algo que lo aterraba, pero también sabía que no podían ganar esta guerra sin ella.
Los pasos de Yuna lo sacaron de sus pensamientos. Cuando levantó la vista, la vio parada en la puerta, sus ojos cargados de una intensidad que no había visto antes. Había algo diferente en ella. Más segura, pero también más distante.
—Tenemos que hablar —dijo ella, su voz firme.
El soldado la miró por un momento antes de asentir. Sabía que este momento llegaría, pero no estaba preparado para lo que venía.
—Dime, ¿qué es lo que está pasando, Yuna? —preguntó él, dejando su equipo a un lado—. Te veo cambiar, y no de una manera buena. Lo que hiciste ayer... no puedo ignorarlo. —Su tono era suave, pero había una dureza en su mirada—. No sé si eres consciente de lo que estás haciendo, o si simplemente ya no te importa.
Yuna lo observó en silencio, sus pensamientos revoloteando entre la verdad y la mentira. No podía negarlo: había cambiado, y lo sabía. El poder la había transformado, pero no podía permitirse mostrar dudas. No ahora.
—Hice lo que tenía que hacer —dijo finalmente—. Si no hubiera usado mi poder, habríamos muerto. Tú lo sabes.
El soldado apretó los dientes, pero no respondió de inmediato. Sabía que tenía razón en parte, pero también sabía que algo más había ocurrido.
—No se trata solo de sobrevivir —replicó, su tono más tenso—. Se trata de lo que estamos perdiendo en el proceso. Y me pregunto, Yuna, si tú aún te preocupas por eso. Porque yo... no sé si todavía puedo confiar en ti.
Esa palabra, "confianza", resonó en la mente de Yuna. Antes, habría hecho todo lo posible por ganarse su confianza. Pero ahora... ahora todo se sentía diferente. El poder había alterado su perspectiva, y las relaciones que antes valoraba ahora parecían una carga más que un apoyo.
—No necesito que confíes en mí —dijo ella, su voz más dura—. Lo que necesitamos es ganar. Si eso significa tomar decisiones difíciles, entonces lo haré. Tú mismo lo dijiste: este mundo es un caos. No podemos sobrevivir jugando con las reglas antiguas.
El soldado dio un paso hacia ella, su expresión endurecida.
—¿Y si eso significa destruirnos a nosotros también? ¿Estás dispuesta a sacrificarlo todo por ese poder que llevas dentro? Porque yo veo lo que te está haciendo. Y no me gusta.
El silencio que cayó entre ellos fue pesado, cargado de palabras no dichas y tensiones no resueltas. Yuna sintió el peso de sus palabras, pero también sabía que no podía retroceder. Había llegado demasiado lejos.
—Haré lo que tenga que hacer —respondió finalmente—. Si no puedes aceptarlo, entonces tal vez no somos tan aliados como pensabas.
El soldado la miró, incrédulo. Las palabras que había temido escuchar finalmente se habían dicho.
—Eso es lo que crees... —dijo en voz baja—. Entonces, tal vez tienes razón. Tal vez ya no somos aliados.
Con esa última declaración, el soldado tomó su equipo y se marchó, dejando a Yuna sola en la habitación, con la presencia silenciosa de las sombras que la rodeaban.
Horas más tarde, en la cámara de entrenamiento, Yuna se encontraba nuevamente frente al psíquico. El ambiente estaba cargado de tensión, pero él no dijo nada. Sabía que no necesitaba hablar; todo lo que ella había vivido estaba grabado en sus pensamientos.
—Has empezado a ver lo que realmente eres, ¿verdad? —dijo él finalmente, con su voz profunda y serena.
Yuna asintió, pero en su mente aún luchaba por definir lo que realmente significaba. Sentía el control, pero al mismo tiempo, sabía que algo más se estaba perdiendo en el proceso.
—El poder no se puede domar sin sacrificios —continuó el psíquico—. Sabes que te estás alejando de ellos. Lo que has hecho con el soldado era inevitable. Pero aún no lo entiendes por completo.
Yuna frunció el ceño, molesta por sus palabras.
—¿Qué es lo que no entiendo?
El psíquico dio un paso hacia ella, sus ojos brillando con una intensidad inusual.
—Que cuanto más aceptes tu poder, más te separarás de aquellos que alguna vez llamaste aliados. Eventualmente, te enfrentarás a todos ellos. Incluso al soldado. Ese es el precio de tu decisión. No habrá aliados cuando todo termine.