La oscuridad se cernía sobre la fortaleza como un presagio de lo inevitable. A lo lejos, el sonido de las máquinas de guerra y las criaturas avanzando llenaba el aire con una tensión insoportable. Los soldados que quedaban dentro de las murallas ya no intercambiaban palabras, sabiendo que esta vez, la batalla sería diferente. Todos sentían que el final estaba cerca.
Yuna permanecía de pie en una de las torres, observando el horizonte con una mirada vacía. El poder que había aceptado días atrás latía dentro de ella con una intensidad que nunca antes había sentido. No había duda, solo certeza. Podía destruir al enemigo si liberaba todo lo que tenía, pero la pregunta que había comenzado a asomarse en su mente era: ¿quién más sería destruido junto con ellos?
El psíquico apareció a su lado, su figura envuelta en sombras como siempre. Su presencia ya no la inquietaba; al contrario, parecía la única constante en medio del caos que la rodeaba. Sabía que él había estado esperando este momento tanto como ella.
—El tiempo ha llegado —dijo el psíquico, sin emociones en su voz—. Ya no puedes retrasarlo más.
Yuna asintió, pero no lo miró. Sus ojos seguían fijos en el campo de batalla, donde el ejército enemigo se acercaba, implacable y monstruoso. Sabía lo que tenía que hacer. El poder en su interior la estaba consumiendo, exigiendo ser desatado, pero aún quedaba una pequeña parte de ella que intentaba resistirse, una parte que ya no entendía.
—Sé lo que tengo que hacer —respondió, pero su voz carecía de la firmeza que había esperado.
El psíquico la observó en silencio por un momento, luego dio un paso hacia ella.
—Lo que te detiene no es el enemigo —dijo él, su tono calculado—. Es el miedo a lo que serás después de esto. Pero ya sabes la verdad, Yuna. El poder nunca ha sido sobre destruir o salvar; es sobre lo que estás dispuesta a perder para alcanzarlo.
Esas palabras resonaron dentro de ella como un eco que se extendía por su mente. Perder. Esa era la verdad que había evitado enfrentar hasta ahora. Ya no se trataba del enemigo ni de la guerra. Era sobre ella, sobre lo que quedaba de su humanidad, sobre lo que estaba sacrificando cada vez que usaba su poder. Pero también sabía que ya no había marcha atrás.
—El precio ya está pagado —murmuró, más para sí misma que para el psíquico.
Él sonrió ligeramente.
—Sí. Y ahora, debes reclamar lo que te pertenece.
El campo de batalla frente a la fortaleza era un caos de criaturas deformes y fuego. Los soldados intentaban resistir, pero ya sabían que la única esperanza real estaba en ella. Pero esta vez, Yuna no era una salvadora. Ella era la destrucción misma.
Al bajar a la muralla, sintió cómo las miradas de los soldados se apartaban de ella. No era solo respeto o temor lo que sentían. Era algo más profundo. Sabían que Yuna ya no era una de ellos. Sabían lo que ella era capaz de hacer, y esa realidad los aterrorizaba.
El aire alrededor de Yuna se volvió pesado, como si todo el poder que había contenido hasta ahora estuviera empezando a desbordarse sin que lo controlara. Las sombras a su alrededor se agitaban, respondiendo a su creciente tensión interna. Esta vez no habría control. Esta vez, lo soltaría todo.
Cuando las criaturas rompieron las defensas de la primera línea, Yuna sintió que el momento había llegado. Cerró los ojos, dejó que la energía fluyera dentro de ella y se preparó para desatar el poder que había acumulado.
—Hazlo, —susurró la voz en su mente, envolviendo cada pensamiento—. No hay más dilemas. No más dudas. Este es tu destino. Destrúyelo todo.
Yuna levantó las manos, sintiendo cómo la energía psíquica se concentraba en ellas, formando una fuerza tan poderosa que el suelo comenzó a temblar bajo sus pies. Pero esta vez, no solo estaba enfocada en el enemigo.
Con un solo movimiento, desató una ola de energía que atravesó el campo de batalla como una tormenta. Las criaturas mecánicas fueron las primeras en caer, destrozadas en mil pedazos por la fuerza abrumadora de su poder. Pero mientras el poder se expandía, Yuna sintió que algo iba mal. No podía detenerlo.
Las sombras que había controlado durante tanto tiempo ahora se movían fuera de su alcance, extendiéndose más allá de lo que había planeado. Las murallas de la fortaleza comenzaron a derrumbarse, y los soldados que estaban demasiado cerca fueron arrastrados por la misma energía que había destruido al enemigo.
Los gritos llenaron el aire, pero esta vez no eran solo los del enemigo. Los gritos de los soldados, de aquellos a quienes había jurado proteger, resonaban en sus oídos. Pero Yuna no pudo detenerse. El poder la había superado.
Cuando el eco de la destrucción se desvaneció, Yuna permaneció en el centro del caos. A su alrededor, el campo de batalla era una extensión de ruinas. Las criaturas habían sido eliminadas, pero gran parte de la fortaleza también había caído. Los pocos soldados que quedaban vivos la miraban desde lejos, con terror en sus ojos. No la veían como una aliada. La veían como un monstruo.
El psíquico apareció entre las sombras, su figura inalterada por la devastación que los rodeaba. Se acercó a Yuna lentamente, observando el resultado de su poder desatado.
—Lo has hecho —dijo, sin rastro de sorpresa en su voz—. Has liberado todo lo que eres.
Yuna no respondió de inmediato. Sentía el vacío en su interior, un vacío que el poder había dejado al consumirla. Todo lo que había sido antes, todo lo que alguna vez la había retenido, ahora era insignificante.
—He destruido todo —dijo finalmente, su voz carente de emoción.