El crepitar de los fuegos en la fortaleza se había vuelto constante, una banda sonora para la destrucción que Yuna había dejado tras de sí. Las sombras danzaban a su alrededor, tan inquietas como su mente. A lo lejos, el horizonte estaba en llamas, iluminado por el caos que había comenzado a extenderse más allá de la fortaleza. El mundo estaba cambiando, y ella estaba en el centro de ese cambio.
El psíquico, como siempre, observaba desde las sombras. Nunca la abandonaba, pero tampoco la guiaba directamente. Ahora, Yuna entendía por qué: su destino no necesitaba ser dictado. Ya estaba escrito desde el momento en que aceptó el poder.
Los soldados que habían sobrevivido a la batalla, aquellos pocos que no habían huido, se mantenían en las ruinas de lo que una vez fue una fortaleza impenetrable. Algunos de ellos la miraban con temor, mientras otros parecían esperar un destino que no podían controlar. Ya no había dudas sobre quién estaba al mando.
Yuna caminaba por los restos del campo de batalla, sintiendo cada paso como un eco de lo que había hecho. Su poder no había salvado a nadie; había destruido todo. Y ahora, más que nunca, sentía que ese era el propósito que debía cumplir.
—Esto es solo el principio, —murmuró la voz en su mente, suave y envolvente—. Lo que has hecho aquí es solo una pequeña parte de lo que puedes lograr. El verdadero poder te espera más allá de estas ruinas. Todo este mundo está a tu disposición.
Yuna se detuvo, sus pensamientos enredados en esa promesa de poder. Sabía que la voz tenía razón. Ya no estaba limitada por las reglas de este mundo, ni por las expectativas de los demás. El caos era su lienzo, y ella estaba lista para pintarlo con fuego y sombras.
—¿Y qué queda después de esto? —preguntó Yuna en voz baja, como si la pregunta estuviera dirigida tanto a la voz como a ella misma.
El psíquico apareció de repente a su lado, sin hacer ruido. Su presencia ya no la inquietaba, pero aún le provocaba una sensación de inquietud. Sabía que él siempre había estado esperando este momento.
—Lo que viene ahora es lo que tú decides —dijo, con esa calma característica—. Ya no estás atada a ninguna causa ni a ningún ideal. Lo que hagas con tu poder, lo que construyas o destruyas, solo depende de ti.
Yuna lo miró por un momento, su expresión vacía. Había ganado todo el poder que deseaba, pero la pregunta seguía sin respuesta: ¿para qué?
—No tengo interés en gobernar un mundo destrozado —murmuró—. Pero tampoco puedo detenerme ahora.
El psíquico asintió lentamente.
—Eso es lo que significa el poder absoluto. No hay finales ni comienzos claros. Solo el ciclo continuo de control. Es lo único que te queda ahora.
Yuna cerró los ojos por un momento, dejando que las palabras del psíquico se hundieran en su mente. Sabía que había perdido todo lo que alguna vez importó. Pero eso también la liberaba. Ya no había reglas ni expectativas, solo su voluntad. Y esa voluntad ahora era lo único que importaba.
Los soldados se agruparon lentamente, esperando órdenes que nunca llegaron. Sabían que Yuna no les daría más instrucciones. Sabían que su papel había terminado. Ellos solo eran una sombra de lo que alguna vez fueron.
El soldado, quien alguna vez fue su aliado más cercano, no estaba con ellos. Desde la distancia, Yuna lo había visto alejarse, sin siquiera mirar atrás. Ya no había palabras que pudieran cerrar la brecha entre ellos. Él sabía lo que ella había hecho, y ella sabía que su destino ya no incluía a aquellos que alguna vez consideró aliados.
Cuando el último rayo de sol desapareció en el horizonte, Yuna se acercó a los pocos sobrevivientes de la fortaleza. Sus miradas la evitaban, y el silencio entre ellos era casi ensordecedor. Finalmente, uno de los soldados se atrevió a hablar.
—¿Qué hacemos ahora? —preguntó, su voz temblorosa.
Yuna lo miró por un momento, su expresión fría e impenetrable.
—Lo que queráis —respondió simplemente—. Esto ya no es mi lucha.
Con esas palabras, se dio la vuelta, dejando a los soldados en el caos que ella había creado. Ya no había lugar para ellos en su futuro.
Caminó hacia las sombras, donde el psíquico la esperaba. El siguiente paso estaba claro.