Sombras del Caos

Capítulo 16: Hijos de las Sombras

El viento ululaba a través de los escombros de lo que una vez fue una civilización. La tierra estéril y ennegrecida, bañada en cenizas y sangre seca, se extendía ante Yuna como un recordatorio de lo que había logrado y de lo que aún faltaba por conquistar. Desde lo alto de una antigua torre en ruinas, la única estructura que quedaba en pie entre las sombras, Yuna contemplaba el horizonte devastado, ya habían pasado 6 meses desde que dejo la antigua fortaleza.

El mundo se caía a pedazos, y ella lo había permitido.

Las facciones que alguna vez se escondieron en las sombras ahora emergían, cada una reclamando una parte del cadáver moribundo del planeta. La Colmena Voraz, una entidad alienígena que devoraba todo a su paso, había extendido sus garras más allá de los territorios del norte, dejando en su estela cuerpos destrozados y ciudades reducidas a polvo. La Horda de los Olvidados, los psíquicos renegados que alguna vez habían huido de la guerra para preservar su cordura, ahora se habían unido, formando una mente colectiva que protegía su enclave con murallas psíquicas impenetrables. Pero lo más perturbador de todo eran los Espectros Eones, máquinas que emergían de las profundidades de la tierra, antiguos guerreros metálicos que no conocían la muerte ni el dolor, marchando incansablemente hacia un objetivo desconocido, destrozando todo lo que se interpusiera en su camino.

Este no era un mundo de esperanza. Este era un mundo condenado.

Yuna apretó los puños mientras la brisa helada traía consigo el eco de sus propios pensamientos. Ella había encendido esta chispa, había desatado el caos en su búsqueda de poder absoluto. Y ahora, con el vacío consumiéndola desde dentro, sabía que solo una cosa podía llenar ese abismo: control total.

Están listos, —la voz del psíquico, siempre presente en las sombras, interrumpió su meditación. Él se acercó, su figura encapuchada envuelta en telas negras, apenas visible en la penumbra. Era un consejero, pero nunca un igual.

Yuna asintió. Sabía a quién se refería. Los Eternos, los soldados que había moldeado a partir de los restos de la humanidad rota que aún se arrastraba por este planeta condenado. Hombres que, como ella, habían dejado atrás sus vidas anteriores para abrazar algo mucho más oscuro. Su ejército no estaba hecho de carne y sangre solamente; estaban hechos de desesperación, odio y psique retorcida. Guerreros mejorados, armados con un poder que ni siquiera comprendían completamente.

Pero aún no son suficientes, —murmuró Yuna, sus ojos fijos en el horizonte, donde las tormentas eléctricas y las nubes de ceniza oscurecían el cielo—. La Colmena Voraz devora más rápido de lo que imaginamos. La Horda de los Olvidados sigue construyendo sus defensas, y los Espectros Eones… —Yuna apretó los labios, una rara muestra de frustración—. No sabemos qué buscan, pero no se detendrán hasta que lo consigan.

El psíquico no dijo nada. Sabía que Yuna ya había calculado todo.

Las cámaras subterráneas donde los Eternos eran creados estaban envueltas en penumbra, iluminadas solo por el brillo tenue de las pantallas holográficas que mostraban el progreso de los soldados en estasis. Cada uno de ellos estaba suspendido en cápsulas llenas de un líquido denso y oscuro, flotando en un estado entre la vida y la muerte. Ellos no eran solo humanos; eran algo más, algo nacido de la voluntad implacable de Yuna.

El costo es alto, —murmuró el psíquico mientras caminaban por los pasillos fríos—. Cada uno de ellos consume parte de tu energía vital. Si caen en el campo de batalla, tú también pagarás un precio.

No importa, —respondió Yuna con indiferencia—. Ellos existen para cumplir un solo propósito. Y ese propósito no requiere que vivan mucho tiempo.

El psíquico asintió, sin cuestionar su lógica. Sabía que, en el mundo de Yuna, la vida era un recurso más que podía ser gastado. Pero también sabía que cada vez que uno de esos guerreros cayera, una pequeña parte del propio poder de Yuna se desvanecería.

—Los Eternos serán desplegados en los tres frentes —continuó él—. Si atacas ahora, podrás destruir el avance de la Colmena Voraz y romper las defensas de la Horda de los Olvidados antes de que se fortalezcan más. Pero los Espectros Eones son una incógnita. No sabemos por qué se han despertado, y ni siquiera ellos muestran señales de querer detenerse.

Yuna detuvo su paso, observando las cámaras de los Eternos mientras flotaban en el líquido oscuro. Cada uno de ellos era un reflejo de su propio sacrificio, de su voluntad de moldear el mundo bajo sus términos. Pero sabía que había más en juego de lo que parecía en la superficie.

Los Espectros Eones buscan algo, —murmuró Yuna, su voz apenas audible—. Pero no importa lo que sea. Todo lo que se interponga en mi camino caerá.

La tormenta eléctrica que asolaba la tierra retumbaba a lo lejos mientras los Eternos despertaban uno por uno. Sus ojos, vacíos de emoción, se abrieron en silencio. Estaban listos, como hijos de las sombras, nacidos de la desesperación y la ambición de Yuna. Eran sus guerreros perfectos, y aunque no duraran para siempre, serían suficientes para destruir lo que quedaba de este mundo.

—Los Espectros Eones marchan hacia el sur —dijo el psíquico, mientras los informes llegaban de los pocos espías que habían enviado más allá de las líneas enemigas—. No tenemos mucho tiempo.

Yuna permaneció en silencio por un momento, su mente calculando cada variable, cada posible desenlace. La Colmena Voraz y los psíquicos podían esperar. Los Espectros Eones eran la mayor amenaza. Implacables, sin emociones, eran una fuerza que no podía ser razonada ni detenida.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.