Sombras Del Secuestro

PARTE 2/1

No suelo juntarme con mucha gente y a menudo prefiero estar sola o estudiar en la biblioteca. Quizás es porque mi padre me controla hasta el más mínimo detalle y no me deja ir a ninguna parte. A veces siento ganas de escaparme de todo esto y vivir de una manera más relajada. Siempre he soñado con vivir en una isla en el Pacífico, probablemente Hawái. Pero todo esto son solo sueños.

Estoy sentada en un banco durante el recreo. Hay mucho jaleo alrededor, pero intento concentrarme en mi tarea de matemáticas. De repente, una mano conocida me tira del pelo.

—¿Qué haces? Eres muy aburrida, deberías disfrutar un poco —dice Stacey, como burlándose de mí.

Stacey es mi amiga, podría decir que es la única que tengo. Nos conocemos desde la guardería y vivimos en la misma zona. Sin embargo, desde que empezamos la preparatoria, nuestra relación se ha vuelto más tensa. Siento que envidia todo lo que hago. No es mi culpa que ella se dedique a seguir chicos en vez de estudiar.

—Tengo que terminar esto primero —digo seriamente.

—Bueno, no quiero molestarte, pero mi cumpleaños es en dos semanas y va a venir todo el mundo. Me gustaría que estuvieras allí. Después de todo, somos amigas.

—Pues no sé, se lo tengo que preguntar a mi padre. Pero me encantaría ir.

—¿Qué les pasa a tus padres? ¿Algún día te dejarán ir? Te voy a decir una cosa, ¿recuerdas a Rob? Él también va a estar allí. Quién sabe, a lo mejor podéis hablar.

Le sonrío, y en mi cabeza surgen lindos recuerdos del pasado, cuando nada en este mundo me podía enojar.

—¡Stacey, para ya! Se lo voy a decir a mis padres, pero no te prometo nada. Ella me sonríe de vuelta, con una mirada de pena. Me da un abrazo y se va con sus amigos.

Cuando salgo de la escuela, mi padre ya está esperándome.

—Hola, cielo. Estás muy guapa hoy. ¿Cómo ha ido tu día? —me sonríe con ternura, y yo le devuelvo la sonrisa.

—Todo ha estado bien. He sacado un 10 en biología —le digo primero esto para suavizarle lo de la fiesta y que no se enoje.

—Esa es mi chica. Cuando tenía tu edad, me encantaba la biología, pero cometí el error de mi vida y escuché a mi padre. Él quería que fuese militar como él, y eso me cambió la vida. Pero mira el lado bueno, si no hubiera seguido el camino de tu abuelo, nunca habría conocido a tu madre.

—A lo mejor no debiste escuchar a tu padre...

—¿Qué te pasa? ¿Alguien te ha dicho algo? ¿Quieres contarme algo?

—¿Recuerdas a Stacey? Va a dar una fiesta de cumpleaños y tengo muchas ganas de ir.

Me mira como si analizara cada mínimo gesto que hago. Odio que me mire así, me hace sentir culpable aunque no haya hecho absolutamente nada. Después de un minuto en silencio, dice su palabra favorita.

—No.

—¿Cómo que no? Nunca te he pedido nada y siempre hago lo que quieres. ¡Solo quiero vivir como la gente de mi edad! —lo digo intentando contener las lágrimas.

—Hablamos dentro —dice seriamente.

Me doy cuenta de que ya estamos en casa. Bajo del auto y le doy un portazo a la puerta. Entro a casa y él me sigue.

—¡Déjame en paz! ¡Estoy harta de esta vida! ¡Esto es una puta cárcel! No hago nada, no hablo con nadie. Todo el mundo se ríe de mí.

—¿Qué pasa aquí? —pregunta mi madre.

—¡Tú cállate! ¡Nunca hablas, eres peor que él!

Entonces una mano me sujeta por el hombro, me gira y me da una bofetada tan fuerte que me resuenan los oídos.

—¡Solo queremos protegerte! —dice mi padre sin una pizca de remordimiento en su cara.

—¿Protegerme de qué? —digo ya con chorros de lágrimas cayendo por mi cara y una mano en mi mejilla. Esa fue la primera vez que recibí una bofetada. Dios, cómo me dolió.

Mi madre solo está quieta, mirándome con cara de pena, pero no se acerca a mí. Subo a mi habitación, cierro la puerta de un portazo y me envuelvo en mi cama. No quiero escuchar nada de ellos. No quiero volver a sentarme con ellos nunca más. Solo quiero irme de esta casa y no volver jamás.

 




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