Sombras en el Alborán

Capítulo 1: Mareas Tranquilas

El sol del amanecer teñía de rojo las aguas del mar de Alborán. Álvaro Ríos, con el rostro curtido por el viento salino, observaba el horizonte desde la cubierta de su pequeño pesquero, La Estrella de Melilla. El motor ronroneaba bajo sus pies mientras la red cargada de peces plateados brillaba con cada movimiento del oleaje. Aquel rincón del Mediterráneo era su refugio, su escape de un pasado plagado de pólvora y fuego.

Encendió un cigarrillo y exhaló lentamente. Atrás quedaban los días de servicio en la Legión, las misiones en tierras ajenas donde aprendió que el peligro es una bestia silenciosa. Aquí, en estas aguas, todo parecía simple. Hasta esa mañana.

Un sonido sordo irrumpió la calma. A lo lejos, dos lanchas rápidas cortaban el mar como tiburones hambrientos. No eran barcos pesqueros, ni yates de recreo. Álvaro entrecerró los ojos, siguiendo su trayectoria. Se detuvieron a media milla y, entre las sombras del amanecer, distinguió la carga que intercambiaban: fardos envueltos en plástico, característicos del tráfico de hachís.

El corazón le dio un vuelco. Sabía lo que significaba. Había oído historias en el puerto sobre operaciones nocturnas y lanchas que desaparecían tras dejar su carga en las calas de Melilla. Pero verlo en directo era distinto. Tomó su viejo prismático y enfocó a los hombres en cubierta. Eran tres, vestidos de negro, con rostros parcialmente cubiertos. Uno de ellos, el que parecía dar órdenes, levantó la mirada.

Álvaro sintió un escalofrío. Lo habían visto.

"Mierda", masculló, soltando el prismático. Giró el timón y aceleró hacia el puerto. Las lanchas rugieron detrás de él.

El pescador veterano sabía que no podía competir con esas bestias. Eran embarcaciones ligeras y potentes, diseñadas para correr. Pero Álvaro conocía esas aguas mejor que nadie. Se dirigió hacia una zona rocosa cercana al Peñón de Alhucemas, donde las corrientes eran traicioneras.

El motor del pesquero gemía mientras la espuma del mar se alzaba a su paso. Los perseguidores se acercaban. Una ráfaga de disparos rompió el aire, astillando la madera del casco. Álvaro maldijo y, con una maniobra brusca, viró a estribor, directo hacia las rocas.

Las lanchas dudaron un segundo. Un segundo suficiente. Álvaro pasó por un estrecho canal que conocía desde niño. Las embarcaciones enemigas intentaron seguirlo, pero una de ellas impactó contra una roca sumergida, quedando inutilizada. La otra redujo la velocidad.

Sobrevivimos un día más, pensó Álvaro.

Llegó al puerto de Melilla con las manos temblando. Aseguró la embarcación y corrió hacia la Guardia Civil. El sargento de guardia lo miró con indiferencia mientras tomaba nota de su denuncia.

—No podemos hacer mucho sin pruebas —dijo el agente con desgana.

—¡Me dispararon en pleno mar! ¿No es suficiente? —rugió Álvaro.

El guardia suspiró y apartó la mirada.

Al salir, el exlegionario encontró una nota doblada clavada en la puerta de su camioneta. La desplegó con el corazón latiendo en su garganta. Solo tenía cuatro palabras:

No te metas, pescador.

Álvaro apretó los dientes. Sabía que el mar de Alborán ya no era un refugio. Era un campo de batalla, y lo habían arrastrado al centro de la tormenta.



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En el texto hay: españa, marruecos, melilla

Editado: 19.02.2025

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