Sombras en el Alborán

Capítulo 2: Sombras en el Alborán

La nota ardía en la mano de Álvaro como una advertencia silenciosa. No te metas, pescador. Cuatro palabras que lo sumergieron en una mezcla de rabia y determinación. Miró a su alrededor, pero el puerto de Melilla bullía con su actividad habitual: marineros descargando cajas, turistas curioseando en el paseo marítimo y gaviotas disputándose los restos de pescado. Nadie parecía fuera de lugar, y eso lo inquietó aún más.

Con el ceño fruncido, subió a su vieja camioneta y se dirigió al taller de Elías, un viejo amigo que reparaba motores y, de vez en cuando, hacía trabajos discretos para quienes preferían no llamar la atención.

—¿Quién te ha cabreado tanto, Ríos? —preguntó Elías, limpiándose las manos grasientas en un trapo.

—El mar me ha traído compañía indeseada. Necesito revisar el barco y, si es posible, reforzar la cabina. Vidrio blindado y algo que resista una ráfaga de fusil.

Elías silbó sorprendido.

—¿Te has metido en un lío con los moros? —preguntó en voz baja.

—Ellos se metieron conmigo. ¿Puedes hacerlo o no?

—Dame tres días.

Álvaro asintió, dejó un sobre con el adelanto y salió sin más explicaciones. Su siguiente parada fue el bar La Dársena, refugio habitual de marineros y estibadores. Necesitaba información y sabía que, entre copas y cigarrillos, se deslizaban secretos como el aceite sobre el agua.

Pidió un café y se sentó cerca de un grupo de pescadores que comentaban, con aire nervioso, sobre unas lanchas que habían sido vistas cerca de la playa de Horcas Coloradas.

—Dicen que son rápidas como demonios y siempre aparecen al amanecer —murmuró uno de ellos.

—¿Y la Guardia Civil? —preguntó otro.

—Ciega o comprada, ¿qué más da? —replicó el primero, bajando la voz.

Álvaro se levantó, dejó unas monedas y salió del local con una idea clara: si las autoridades no iban a hacer nada, él lo haría.

Esa noche, regresó a su barco y cargó una vieja pistola reglamentaria que conservaba de sus días en la Legión. Se dirigió mar adentro, apagó las luces de navegación y esperó. El mar, en su inmensidad, lo envolvió en un silencio inquietante.

Horas después, cuando el reloj marcaba las tres de la madrugada, el ruido de motores rompió la calma. Dos lanchas negras emergieron de la oscuridad, acercándose a una embarcación que parecía un inocente pesquero. Álvaro cogió sus prismáticos y contuvo la respiración.

Vio a los hombres descargando fardos y a otro que dirigía la operación con gestos firmes. Era alto, con una cicatriz en la mejilla y una expresión que irradiaba autoridad. Ese es el jefe, pensó.

De repente, uno de los hombres levantó una linterna y enfocó directamente hacia su posición. La luz lo cegó un instante, pero fue suficiente para activar su instinto de supervivencia. Arrancó el motor y giró bruscamente. La persecución comenzó de nuevo, pero esta vez, Álvaro no planeaba huir.

El mar de Alborán se convertía, una vez más, en su campo de batalla.



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En el texto hay: españa, marruecos, melilla

Editado: 19.02.2025

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