El hospital olía a desinfectante y miedo contenido. Álvaro, con el costado vendado, miraba por la ventana la ciudad de Melilla despertando al alba. Lucía dormía en la butaca junto a su cama, agotada tras las horas de interrogatorios con la Guardia Civil.
La televisión emitía un reportaje sobre el golpe al cártel del Estrecho. "Una operación encubierta que desarticula una de las mayores redes de narcotráfico en el mar de Alborán", decía el presentador.
Álvaro apagó el televisor. Sabía que esa era una victoria parcial. Los tentáculos del cártel seguían extendiéndose por las rutas marítimas. Y alguien más ocuparía el lugar de Said el-Jattari.
Lucía abrió los ojos lentamente.
—¿Cómo te sientes? —preguntó con voz ronca.
—Como si me hubiera pasado un camión —respondió él con una sonrisa débil.
Ella se incorporó.
—La Guardia Civil quiere hablar contigo. Dicen que has sido clave.
—No fue solo cosa mía —respondió, mirándola con gratitud.
Horas después, el comandante Díaz entró en la habitación. Era un hombre de porte firme y mirada inquisitiva.
—Álvaro Torres, enhorabuena por su intervención —dijo estrechándole la mano—. Pero necesitamos su ayuda.
—¿Qué ocurre? —preguntó Álvaro.
—Hemos interceptado comunicaciones. Alguien llamado "El Halcón" ha tomado el control del cártel. Planean una gran entrega en las próximas 72 horas.
Álvaro sintió un escalofrío.
—¿Dónde?
—No estamos seguros. Pero el mar de Alborán sigue siendo su vía principal.
Lucía intervino.
—¿Podemos ayudar en algo?
Díaz asintió.
—Necesitamos su experiencia y conocimiento del terreno. ¿Están dispuestos?
Álvaro miró a Lucía y luego al comandante.
—Sí. Vamos a terminar lo que empezamos.
Esa noche, con el vendaje aún fresco, Álvaro se preparó para zarpar. El viento del Estrecho susurraba secretos mientras la lancha se alejaba del puerto. La caza había comenzado de nuevo.
Editado: 19.02.2025