Capítulo 30: La Sombra del Contrabando

Días después de la captura de Karim, Ríos recibió una llamada anónima.

—No creas que has ganado, legionario —dijo una voz distorsionada—. El León solo era un peón.

Ríos sintió un escalofrío. ¿Había alguien más tras la red?

—Localiza el origen de la llamada —ordenó a Lucía.

—Viene de una embarcación en aguas internacionales —informó ella tras unos segundos.

Sin perder tiempo, zarparon en una patrullera hacia el punto indicado. Al llegar, encontraron un yate de lujo sin bandera. Subieron a bordo y descubrieron un compartimento lleno de armas y paquetes de droga.

De repente, desde la cabina surgieron disparos. Ríos se cubrió tras una escotilla.

—¡Nos tendieron una emboscada! —gritó.

Un grupo de encapuchados les rodeó. Ríos lanzó una granada de humo y, en la confusión, logró neutralizar a dos atacantes. Entre la niebla, distinguió una figura que huía hacia una moto acuática.

—¡Allí! —señaló Ríos, disparando hacia el motor del vehículo. La bala impactó y la moto explotó, lanzando al fugitivo al agua.

Lo sacaron del mar, esposado y tosiendo agua salada. Al retirar su pasamontañas, Ríos reconoció su rostro.

—¿Tú? —murmuró.

Era Ahmed, un antiguo compañero de Karim, a quien creían desaparecido.

—El Cártel nunca cae —escupió Ahmed—. Hay alguien mucho más poderoso al mando.

—¿Quién? —exigió saber Ríos.

Ahmed sonrió con desprecio y calló.

De vuelta en Melilla, Ríos y Lucía analizaron la situación.

—Esto es más grande de lo que pensábamos —dijo Lucía—. No se trata solo de tráfico de drogas. Hay una red internacional moviendo piezas.

—Entonces iremos por el siguiente eslabón —respondió Ríos—. Y esta vez, no fallaremos.