Ríos no pudo dormir esa noche. Las palabras de Ahmed resonaban en su mente: “Hay alguien mucho más poderoso al mando”. La red de narcotráfico era solo la superficie de algo más profundo y peligroso.
A la mañana siguiente, Lucía lo recibió con el rostro serio.
—Interceptamos un mensaje cifrado desde el puerto. Mencionan un cargamento llamado 'La Serpiente de Alborán'.
—¿Hora y lugar? —preguntó Ríos.
—Esta noche, en una fábrica abandonada cerca de la costa.
Ríos organizó un operativo encubierto. Al caer la noche, él y su equipo se infiltraron en la fábrica. A través de sus visores nocturnos vieron decenas de cajas y a varios hombres armados supervisando la carga en camiones.
—Ahí está el cargamento —susurró Lucía—. Pero falta el líder.
De repente, las luces se encendieron, cegándolos. Una voz retumbó por los altavoces.
—Bienvenidos, señores. Los esperábamos.
Desde una pasarela surgió una figura vestida de negro, con el rostro cubierto.
—Soy Hassan el-Saharawi —anunció—. Y habéis cometido el error de inmiscuirse en mis asuntos.
—¡Cubriros! —gritó Ríos.
Los hombres de Hassan abrieron fuego. La fábrica se convirtió en un campo de batalla. Ríos lanzó una granada de fragmentación hacia un camión, que estalló esparciendo metralla y sembrando el caos.
En medio del fuego cruzado, vio a Hassan retirándose.
—¡Voy tras él! —gritó.
Persiguió al líder narco hasta el muelle, donde este abordó una lancha rápida. Ríos disparó al motor, pero el fugitivo escapó mar adentro.
De vuelta en la fábrica, encontraron un maletín abandonado. En su interior había documentos que revelaban conexiones del cártel con empresarios y políticos.
—Esto no es solo droga —dijo Lucía, horrorizada—. Están blanqueando dinero y financiando terrorismo.
Ríos asintió, con la mandíbula tensa.
—Entonces no pararemos hasta desmantelar toda la red. Hassan no escapará esta vez.
Editado: 19.02.2025