Al día siguiente, la ciudad parecía haber olvidado la lluvia, pero la noticia del asesinato ocupaba las primeras planas de los periódicos digitales y las redes sociales. Mientras Ferrer revisaba los informes preliminares en su despacho, escuchó un golpe suave en la puerta.
—¿Comisario Ferrer? —dijo una voz femenina—. Soy Laura Méndez, periodista del diario La Ciudad Hoy.
Ferrer la observó con desconfianza. No le molestaba que los medios cubrieran el caso, pero no era habitual que un periodista quisiera colaborar activamente en la investigación.
—Adelante —gruñó—. Pero recuerde, esto no es un juego.
Laura entró con una carpeta bajo el brazo y un cuaderno de notas. Tenía unos veinticinco años, cabello castaño recogido en una coleta y ojos que reflejaban curiosidad y determinación.
—He estado investigando a Alvarado —dijo sin rodeos—. Sus negocios no eran tan limpios como parecen. Tengo información sobre transferencias sospechosas y contactos que podrían interesarle.
Ferrer la miró fijamente. Sabía que involucrarse con periodistas podía complicar todo, pero algo en la seguridad con la que hablaba Laura lo hizo prestar atención.
—Está bien. Pero nada de publicar nada sin consultarme. Esto es oficial.
Laura asintió y abrió su carpeta. Mostró documentos, extractos bancarios y capturas de pantallas de correos electrónicos.
—Mire —dijo—. Aquí hay movimientos inusuales hacia cuentas en el extranjero, y algunos nombres que coinciden con los de empresarios involucrados en escándalos políticos recientes.
Ferrer tomó nota mentalmente. La colaboración sería útil, pero también peligrosa. Había visto demasiadas veces cómo los periodistas podían convertirse en un riesgo para la investigación, o en la puerta de entrada para que los culpables supieran que los estaban siguiendo.
—De acuerdo —dijo finalmente—. Podemos trabajar juntos. Pero nada de sensacionalismo. La prioridad es atrapar al responsable y entender el mensaje de esa nota y el símbolo que dejaron.
Laura sonrió, satisfecha de haber ganado la confianza del comisario.
—No se preocupe. Soy más prudente de lo que parece.
Ferrer encendió un cigarrillo, contemplando la ciudad desde la ventana de su oficina. Mientras Laura organizaba sus notas, un pensamiento lo acompañaba: la investigación apenas comenzaba, y los secretos que rodeaban a Alvarado eran más profundos y peligrosos de lo que cualquiera podía imaginar.
—Bien —dijo—. Empecemos por revisar todos los contactos de Alvarado en los últimos seis meses.
Laura asintió.
—Tengo una lista preliminar —respondió—. Algunos nombres son demasiado grandes como para ignorarlos.
Ferrer la miró de nuevo, y esta vez no vio solo a una periodista; vio a una aliada capaz de moverse en las sombras de la ciudad sin levantar sospechas. Y sabía que la necesitaría más de lo que estaba dispuesta a admitir.
La investigación daba su primer paso real, y la ciudad, silenciosa y vigilante, parecía observar cada movimiento con ojos invisibles.