Soñar con lagartos

Capitulo 1

Tenía diez años cuando supo que la tía Josefina iba a morir. No sabía cómo, simplemente lo sabía. La veía tomando el té, jugando a la escoba con la abuela y su madre, y de pronto supo que para el próximo fin de semana, habría una jugadora menos.

Se sentó en el suelo con las piernas cruzadas, contemplando a las mujeres que jugaban sin prestarle atención. Las miró una a una, tratando de saber si todas iban a morir, pero sólo cuando veía a la tía su estómago se encogía y los oídos le zumbaban y algo parecido a una voz en su cabeza le señalaba a quien estaba perdiendo una y otra vez al juego, quejándose y riéndose a la vez.

María llegó, como siempre a los gritos saludando por el zaguán, invitándola a jugar al elástico. Enseguida la afirmación que de pronto surgió mirando a su tía, se mezcló con la envidia que sentía por María, un año mayor, siempre tan querida por las mujeres de su familia por su simpatía y confianza. María sacudió su, además, perfecto cabello castaño lleno de bucles y lo ató con una rápida trenza mientras le tendía el elástico y le ordenaba salir a la vereda para jugar con "las demás".

La siguió sin pensar siquiera en decir que no tenía ganas, que quería mirar por última vez a la tía Josefina. Pero es que pese a que la tarde era mejor gastarla leyendo algún libro, no quería desaprovechar la ocasión de ganar por mucho en el elástico.

En eso pensaba, en que era muy buena jugando al elástico, cuando al día siguiente, primer lunes helado de septiembre, escuchó sonar el teléfono en su casa. Llevaba un rato despierta pero el sonido la sobresaltó. Eran la única familia de la cuadra que poseía tan preciado aparato, así que las llamadas a deshoras avisando sobre muertos recientes de desgraciadas familias del barrio eran habituales. No era habitual, sin embargo, que su hermana colgara el auricular llorando y entrara con pocas ceremonias en la habitación de los padres.

Afiló el oído, pero sólo pudo escuchar más llantos y de pronto recordó su extraña sensación.

–Murió la tía Josefina. –le dijo su madre cuando fue a despertarla, con los ojos rojos mientras buscaba frenéticamente en los cajones suficientes cintas negras para todas las trenzas castañas que ese día sus hijas llevarían al colegio–¡Dios! ¡¿Qué hiciste con las cintas, Amalia?! 

 



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En el texto hay: muerte, iglesia, muerte amor prohibido

Editado: 10.06.2020

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