Sonríeme, Mi Amor [trilogía D' Angelo #2]

Capítulo 4

Rafael.

Miro a las personas que están frente a mí, que sostienen sus manos sin soltarlas. Especialmente a mi amigo. Es raro ver a Darío teniendo mucho contacto físico con una mujer que no es su paciente. El que se haya detenido fue por algún motivo mayor además de querer ayudar. Así lo sentí.

Tenía la música en un tono muy alto. Aunque sabía que a Darío no le gustaba el ruido muy fuerte, no iba a decir nada, porque era yo. De pronto frenó haciéndome golpear. 

—¡¡Oye, soy un ser humano!! —exclamé, pero él solo bajó el vidrio de su ventana y miró hacia atrás.

—Es ella —musitó. 

—¿Eh? —no entendía qué pasaba hasta que comenzó a retroceder, y ahí me di cuenta de quién era. 

—Oye, Debby.

Me mira sin dejar de sostener la mano de mi amigo. Tiene mucha suerte.

—Dime. 

—Si deseas te podemos llevar a donde te hospeda —mira a Darío muy sonriente. 

—¿No te molesta que vaya contigo? 

—No es bueno que te quedes aquí —responde con seriedad.

Nada más puedo decir que Debby ha quedado fechada por Darío. Lamentablemente, él ya está comprometido y se va a casar. 

La grúa se lleva el auto de Debby y Darío mete la maleta en la cajuela. Ingresamos al auto y ninguno dice nada. Esta situación debe de ser un poco incómoda para Debby, al fin y al cabo yo ya estoy acostumbrado a esa fría seriedad. Mi amigo pone en marcha el auto, así que aprovecho para mirar por el retrovisor, siendo testigo de cómo ella no deja de mirarlo. Estoy seguro de que él se ha dado cuenta de su mirada, pero prefiere ignorar ese hecho. La esposa de Darío tendrá a un hombre completamente fiel a su lado.

—¡Ay, el amor! —cierro los ojos ante mi imprudente comentario.

Miro a Debby con pena, notando el tono rosa de sus mejillas. Por curiosidad miro a Darío, que como siempre no muestra ninguna expresión en su rostro.

Debby.

Yo no puedo dominar mi corazón en estos momentos, me siento como una acosadora. Disimuladamente, le he tomado una foto a Darío. También lo he estado viendo por mucho tiempo. Darío ha logrado lo que ningún otro hombre ha podido: acelerar mi corazón. El camino se comienza a hacer más poblado, ya que estamos cerca de la ciudad. Miro mis pies percibiendo el dolor que he estado ignorando contemplando a Darío. Quisiera darme un masaje, pero voy con dos hombres guapos y uno de ellos tiene todo el interés de mi corazoncito.

—Debby, ¿quieres ir a comer algo? —pregunta Rafael, poniéndome a pensar.

Tengo la cena, pero puedo pasar más tiempo e incluso conocer un poco más a Darío. Así que haré una excepción.

—Está bien. 

Darío estaciona el auto. Aprovecho para ver cada movimiento que él hace. Definitivamente, no sé que me ha pasado con este hombre.

—Debby, no será un problema si te ven. 

En el avión venía con un gorro, pero no sé dónde lo dejé. 

—No sé si en mi maleta habrá algo. Es que tenía un gorro, pero no sé a donde está... Tal vez se perdió. 

—Te puedo prestar un abrigo con capucha, eso te cubrirá mucho. 

—Sí. Gracias, Rafael —exclamo, con emoción.

—Ya vengo —sale del auto dejándome a solas con Darío. 

—Bueno… Oye…

—Dime —su voz es tan encantadora.

—¿Desde cuándo conoces a Rafael? —no sé qué más preguntar, solo quiero hablar con él. 

—Desde la universidad —dice más frío que la nieve. 

—¿Deben tener novias los dos? —siento pena por lo que estoy preguntando. 

—Se podría decir que no. 

—¿Cómo? 

—Es un tema extraño... ¿Tú tienes novio? —Ladea su rostro, sintiendo una fuerte mirada que seca mi garganta.

—No, pero... —no sé si decirle la verdad. 

—¿Pero…? 

—Estoy comprometida... No es porque yo quiera, es un arreglo de mi familia —no quiero que él me malinterprete. 

—¿Qué harías si te dejan elegir entre casarte o no casarte? —La forma en la que hace la pregunta hace estremecer mi corazón.

—No me casaría... Yo quiero casarme por amor, no por conveniencia. Pero mis madre no piensan de esa manera —él se queda en silencio—. ¿Pasa algo? 

—¿Te deben doler los pies? —lo miro extrañada, aun así voy a responder la pregunta. 

—No mucho. 

—Tengo unos zapatos en la cajuela, si deseas te lo puedo prestar, te quedarán grande. No obstante, te evitará dolor. 

—¡Si, por favor! —exclamo casi gritando de la emoción. 

Ya tengo una excusa para volverlo a ver. Lo único malo es que siempre está serio. Desde que lo conocí, a diferencia de Rafael, que no deja de sonreír, él no sonríe. 

—Ya te los traigo —sale del auto sacándome un fuerte suspiro. 

—Sonríeme, Darío —musito. 




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