Soy Evan

Prólogo

Dicen que, cuando estás a punto de morir, toda tu vida pasa delante de tus ojos. Al menos en mi caso, puedo asegurar que eso es verdad. Cuando aquella maldita bala atravesó mi pecho, mi sentencia de muerte acababa de ser firmada, aunque yo no lo supe, hasta que sentí como la vida empezó a abandonar mi cuerpo a gran velocidad. El dolor, la sangre manchando mis manos, el grito de mi ninfa…. Mi cuerpo se derrumbó sobre el riachuelo en el que me encontraba, sin importarle que las frías aguas robaran el poco calor que me quedaba.

Saber que me moría, me hizo intentar darle una explicación a mi existencia, y quizás por eso recordé mi infancia en la granja, las peleas por conseguir un trozo más de pan, el día en que el ejército me reclutó con 14 años, el momento en que abandoné todo lo que conocía, para cumplir las órdenes de hombres poderosos, que querían enriquecerse fingiendo que peleábamos por una causa noble como la fe. La cuarta cruzada ya no era por Dios y su palabra, era por los tesoros que se podían conseguir en la batalla.

Así fue como los chicos y yo llegamos al santuario de mi ninfa, como aprendimos que lo importante no era lo que siempre habíamos pensado. Y así fue como ella, con sus dulces gestos y palabras, robó mi corazón. El mío era un amor platónico, que no tenía esperanzas de ir más allá, porque sabía que ella nunca podría pertenecerme sólo a mí. Porque no podía arrebatársela al resto. Así que aprendí a vivir amándola en silencio, atesorando cada pequeño momento que compartíamos. Tampoco es que tuviese prisa por obtener algo más, ya que me había dado cuenta, de que el tiempo ya no era un enemigo.

Hasta ese día, ese instante en que un hombre sediento de poder, utilizó sus armas para conseguir lo que nuestra ninfa regalaba a quien lo merecía. Pero ella cambió las reglas del juego. No solo me devolvió la vida, sino que le privó a aquel desalmado de su tesoro; ella.

Un segundo, apenas un suspiro, fue todo el tiempo que estuve al otro lado, hasta que sentí como una ola de fresca energía me engullía y me devolvía a la vida, a mi viejo cuerpo, aunque ya no lo era. Había algo nuevo dentro de mí, y no solo era que mis heridas hubiesen sanando, sino que algo, una extraña energía, hubiese penetrado en cada pequeño resquicio de mi cuerpo, y lo hubiese enriquecido. Me sentí fuerte, me sentí diferente, y con todo ello, me sentí vivo.

Pero aquello tuvo un precio, el que no habría pagado nunca; su vida. Lo último que alcancé a ver, fueron sus ojos mirándome. Lo último que pude sentir fueron sus manos sobre mi pecho, y sus fríos labios sobre mi boca. La vida la abandonaba, lo sabía. Pero ella era diferente, así que su cuerpo no calló inerte sin más, no, ella se convirtió en una estatua viviente de agua, un parpadeo, y aquella sólida figura perdió aquello que la daba forma, para derramarse sobre mí, escapando entre mis dedos como lo que era, agua. Ver aquello, le hacía a uno pensar si ella no habría sido siempre eso, una ilusión creada por los dioses para torturarnos, para demostrarnos que éramos simples juguetes con los que divertirse.

Pero se habían equivocado conmigo, porque este simple y patético humano, iba a llamar a sus puertas para recuperar a su ninfa del agua.

El grupo se disgregó. Solo los chicos y yo quedamos juntos, y por alguna extraña razón, decidieron seguirme en aquella imposible misión. No voy a aburrirles con las divagaciones de un grupo de viejos guerreros, que afrontó su última batalla hacía 700 años. Ni como tuvimos que luchar con el regreso a un mundo que ya no conocíamos, donde el idioma, las gentes, incluso la religión había cambiado. Solo les diré, que recurrimos al mundo que ella nos había mostrado, el mundo mágico donde las ninfas, los dioses y los oráculos existían. Y eso es lo que hicimos. Cuando no sabes a dónde ir, hay que buscar a un guía.



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En el texto hay: brujas, amor incondicional, busqueda desesperada

Editado: 28.03.2019

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