Muchas veces, nos enfocamos tanto en lo que nos falta que olvidamos todo lo que ya tenemos. Creemos que la felicidad llegará cuando logremos más, cuando tengamos más, cuando se cumplan nuestras expectativas. Pero la realidad es que la felicidad no se encuentra en la acumulación, sino en la apreciación. Resulta tan simple, lo sé, lo sé; aún pese a todo ello es como suelen ocurrir las cosas en esto que llamamos vida.
La gratitud no es solo una emoción pasajera; es una práctica que puede transformar nuestra forma de ver la vida. Estudios en psicología positiva han demostrado que las personas agradecidas tienen niveles más bajos de estrés, duermen mejor y experimentan una mayor sensación de bienestar. Técnicamente estas cuestiones no me las he sacado de la manga y es que esto ha surgido de grandes debates científicos, esto se ha comprobado y es tan real como el agua misma.
Vamos por parte y aclaremos: Esto… ¡No se trata de conformismo! Muy bien, vamos de nuevo, no es ser conformistas, nada de eso sino de entrenar nuestra mente para ver lo que sí está presente en lugar de obsesionarnos con lo que falta.
Cuando practicamos la gratitud, el mundo no cambia, vaya que novedad me acabas de decir, ¿y entonces cual es el pero? Pero, un momento, aquí viene… Nuestra percepción de él sí. Y eso hace toda la diferencia.
Un domingo, de esos en los que no tienes mucho por hacer y solo queda estar tranquilo por la tarde. El sol entraba suavemente por la ventana del departamento de Maria, iluminando cada pequeño espacio de la sala de estar. Sentada en el sofá, miraba su café sin realmente verlo, estaba disociando y estaba lejos, como si se tratara de un viaje a un planeta desconocido. Frente a ella, su mejor amigo, Victor, notó su expresión perdida.
—¿En qué piensas? —preguntó.
Maria suspiró.
—Siento que mi vida no es suficiente. Como si estuviera atrapada en la rutina. Quiero más, pero no sé exactamente qué.
Victor dejó su taza en la mesa y la miró con una sonrisa cómplice.
—Haz un ejercicio conmigo. Dime tres cosas que tienes hoy y que en algún momento deseaste con todas tus fuerzas.
Maria levantó la mirada, confundida.
—¿Qué tiene que ver eso? No entiendo nada.
—Confía en mí. Solo dime.
Ella se quedó pensativa por un momento y luego respondió lentamente, haciendo ligeros movimientos con su cabeza.
—Mi trabajo… mi casa… —Miro de momento la sala como si buscara mágicamente las respuestas— y… No sé. ¿Mi salud?
Victor asintió.
—¿Recuerdas cuando soñabas con ese trabajo y sentías que nunca lo conseguirías?
—Sí, claro que lo recuerdo. Me esforcé mucho para lograrlo.
—¿Y cuando querías independizarte y vivir en un lugar propio?
—También lo recuerdo —admitió Maria con una sonrisa leve—. Hubo momentos en los que pensé que nunca pasaría. Honestamente, no me lo creería si viajo al pasado y me cuento esté presente.
—Y, por último, ¿recuerdas cuando estuviste enferma y todo lo que querías era sentirte bien otra vez? Deseabas con todas tus fuerzas mejorar de esa molesta gripe.
Maria estaba seria y bajó la mirada, asimilando sus propias respuestas.
—Sí…
Victor se inclinó un poco hacia adelante.
—Entonces ya eres más afortunada de lo que crees. Lo que hoy tienes, alguna vez fue un deseo, un sueño, una meta. Pero en lugar de apreciarlo, te has acostumbrado a ello y ahora sientes que no es suficiente.
Maria se quedó en silencio, procesando sus palabras.
—Nunca lo había pensado así…
Victor sonrió.
—Lo sé. Y eso es algo muy normal. Todos lo hacemos. Pero cuando empezamos a agradecer lo que ya tenemos, en lugar de enfocarnos en lo que falta, la vida se siente diferente.
Sofía tomó su café y miró alrededor. De repente, su departamento ya no le parecía tan pequeño. Su trabajo, aunque demandante, le daba estabilidad. Su salud le permitía seguir adelante.
Por primera vez en mucho tiempo, sintió paz, una increíble paz.
La gratitud transforma lo que tenemos en suficiente y más.
Esa noche, Maria tomó su libreta y escribió una nota de agradecimiento para su yo del futuro con una pizca de que es algo que siempre ha de recordar:
Hoy tengo lo que ayer deseé. Tal vez no necesito más, sino aprender a valorar lo que ya está aquí.
Pero justo cuando comenzaba a sentirse en paz, unas nuevas inquietudes surgieron en su mente, era una ola de preguntas en voz alta se cuestionó: ¿Y si el problema no es lo que tengo o no tengo, sino el miedo a cambiar? ¿A qué renunciaría si realmente decidiera ser feliz?
Sin saberlo, estaba por descubrir una de las barreras más grandes de la felicidad: el miedo al cambio. A todos indiscutiblemente en un punto nos aterra el cambio y es algo bastante normal y hasta lógico, sí, aunque parezca absurdo es lógico a nuestro modo particular, recuerden que todo esto viaja hasta nosotros en base a nuestras perspectivas e incluso nuestras experiencias.